Usted está aquí: martes 9 de septiembre de 2008 Opinión Pena de muerte sucia

Marco Rascón
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Pena de muerte sucia

Buika, la cantante negra andaluza, cantó este fin de semana que “hay mentiras que gozamos y nos gustan” y que “a veces las mentiras son buenas”… como pensar que nos quieren o que vivimos en la paz y la estabilidad política.

México tiene tiempo viviendo y gozando de sus mentiras. Hay políticos y ciudadanos mentirosos; hay demandas mentirosas con respuestas que también son mentiras y no se puede avanzar en nada, porque hay miedo supremo a enfrentar lo que lógica y realidad gritan.

Ante la cresta violenta del país surgieron las voces oportunistas pidiendo la pena de muerte y repasando lo que hemos visto a lo largo del año; sabemos que de enero a la fecha ha habido más de 2 mil 500 ejecutados en el país, señalados de manera indirecta como delincuentes, que no llegaron a ninguna prisión, principalmente en la frontera norte. De éstos, más de 400 han sido perpetrados en Ciudad Juárez...

Resulta que la zona más rigurosamente vigilada por policías y el Ejército Mexicano es exactamente donde el crimen organizado se mata y podemos decir “se mata”, porque, de todas las ejecuciones, más de 90 por ciento son de delincuentes y policías que, se da por hecho, eran cómplices de los primeros. Esto significa que el crimen organizado ha aplicado la pena de muerte a otros del crimen organizado, y que de la guerra de delincuentes contra delincuentes, siguiendo la lógica de las noticias y la información pública, se desprende que el crimen organizado se está exterminando a sí mismo.

¿Qué significa para el Estado mexicano y los gobiernos que la delincuencia organizada haya decidido aplicarse la pena de muerte en una especie de suicidio organizado? Junto a esto la Procuraduría General de la República reportó el mes pasado que a lo largo del año se habían efectuado más de 500 secuestros (64 en promedio al mes) como parte de este clima de violencia general. Lo que no se sabe es si este incremento de secuestros se relaciona con las ejecuciones.

Cabe hacer el extrañamiento de que el gobierno de Estados Unidos, pese a que la violencia se da en su frontera sur, no haya expresado ninguna preocupación o llamada de atención especial, como si este sistema de pena de muerte sucia (muerte masiva de delincuentes efectuada por delincuentes en una espiral sin límite) seguridad a su frontera y coincidiera con sus políticas y presiones.

Junto al silencio estadunidense sobre la situación que se vive en México, particularmente las ejecuciones, el extrañamiento abarcaría a las instituciones sobre derechos humanos, pues la Comisión Nacional de los Derechos Humanos decidió vendarse los ojos ante la incursión militar en el norte, y las comisiones del senado y de la Cámara de Diputados guardan total silencio y no muestran el más mínimo interés por indagar, pese a que la versión de ejecuciones podría ser la misma para justificar las desapariciones de guerrilleros en los años 70 como “un enfrentamiento y eliminación entre guerrilleros”. Eso fue la guerra sucia.

Todas las instituciones fallan o guardan silencio atendiendo problemas menores. La crisis general y el ascenso del miedo ya no ven la crisis de las provincias en México, de los pequeños pueblos y ciudades convertidas en fantasmas o lugares decadentes. Del vacío de futuro se ha pasado a lumpenizar a la población rural, mediante alcoholismo, consumo de drogas, música estridente y sin sentido que baña pueblos y barrios antes tranquilos, contaminación de todo tipo, mafias, corrupción política a todos los niveles de gobiernos, municipios arrasados con la dinámica económica del crimen organizado, frente a la legal, torpe, ineficiente, llena de obstáculos, de usura bancaria, clientelismo y discrecionalidad en el otorgamiento de recursos.

El Estado mexicano pareciera acorralado, subsistiendo frente a la impunidad y contribuyendo a la espiral de violencia al dar palos a un panal y mezclando cinismo con lugares comunes ante delincuentes que se matan masivamente entre sí, y la sociedad cree que observando se limpia, pero es arrastrada a una salida no democrática y sí autoritaria contra la inseguridad.

Colombia es el gran referente, pero en México también existen muchos momentos en que la gran mentira de la estabilidad o las medias verdades, como la del exterminio entre criminales, van a generar tiempo de cólera, y donde las reservas éticas y legales del país desaparecen.

La “pena de muerte sucia” es una política judicial que el Estado ejerce contra la delincuencia, no de manera directa y mediante juicios, sino a través del paramilitarismo y en respuesta al rebasamiento del crimen organizado y el narcotráfico, apoyados por una parte minoritaria de la sociedad, pero que generará una grave secuela, como cualquier vicio.

En esta etapa, y en medio de la confusión, es una salida ilegal y autoritaria, repitiendo las doctrinas contrainsurgentes ahora contra la delincuencia común definida como crimen organizado. Es tapar un hoyo y abrir otro mayor legalizando el terror de Estado, y, como dijo Buika en su concierto, seguir gozando de la mentira.

 
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