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La civilización occidental y cristiana, 1965 |
León Ferrari: el iconoclasta
Alejandro Michelena
A propósito de la muestra del artista plástico argentino León Ferrari en México, vale la pena recordar el episodio de censura que rodeó su primera y única exposición retrospectiva en su país. Y además ubicarlo en el contexto de los aires de vanguardia de los sesenta, que marcarían su obra hasta hoy.
La intención de prohibirlo en Buenos Aires a fines de 2004 fue, para el artista plástico León Ferrari, aunque resulte paradójico, el mejor espaldarazo para su retorno al ruedo mediático. Su caso fue uno más, ilustrativo del conflicto entre el derecho a la libre expresión artística y la intención de imponer sus dogmáticos criterios por parte de las jerarquías de la Iglesia católica, no sólo en Argentina, sino en gran parte de Latinoamérica.
Este episodio se suscitó en ocasión de su primera muestra retrospectiva, concretada recién cumplidos los ochenta y dos años. El gobierno autónomo de Buenos Aires –responsable del Centro Cultural Recoleta, donde se hizo la exhibición– no se dejó presionar, pero varias de las obras sufrieron destrozos por parte de exaltados jóvenes integristas que se creían verdaderos cruzados contra lo inmoral y lo sacrílego... Poco después sobrevino la clausura judicial, con un fallo que complació a los purpurados.
En pocos días el artista iba a ser reivindicado no sólo por la crítica, sino por la prensa en general y la opinión pública. Y al reabrirse la retrospectiva, las filas de interesados en verla fueron similares a la de muchos espectáculos de música popular.
UN VANGUARDISTA GENUINO
León Ferrari está considerado uno de los máximos referentes vivos del arte de vanguardia en su país. Junto a Marta Minujin –su compañera de andanzas en los intensos años sesenta– y a Gyula Kosice (sobreviviente del movimiento de Arte Madi), conforman una trilogía plástica que de alguna forma ilustra las vertientes por las que transitó el arte renovador en el país.
Su obra más conocida es La civilización occidental y cristiana (de 1965), donde aparece Jesucristo crucificado sobre un avión de combate estadunidense. Había sido colgada a fines de la década de los sesenta en el Instituto Di Tella, ámbito por excelencia de las movidas plásticas de entonces. Pero a consecuencia de la presión recibida, el director del instituto –que era el prestigioso crítico Jorge Romero Brest– se vio obligado a descolgarla.
Ferrari desarrolló un lenguaje artístico propio, utilizando técnicas como el collage, la fotocopia y el arte postal. También experimentó con diversos materiales como la madera, el yeso, la cerámica y el alambre de acero inoxidable. Y la abstracción ha sido importante en su devenir estético, más allá de que sus temáticas controvertidas –apuntando muchas veces a lo político, pero más a menudo a las restricciones morales que impone la religión– hagan más conocidas para el público sus obras de carácter neofigurativo y más comprometidas.
LO RELIGIOSO COMO LEITMOTIV
No es un dato simplemente anecdótico: su padre, Augusto Ferrari, también era artista. Pero su especialidad fue la pintura de templos católicos. En su línea se ha considerado que logró resultados muy estimables dentro de un estilo académico y ajustado a los cánones.
Como contraste, el hijo va a tomar un camino que lo llevará a frecuentar los tópicos religiosos desde el lugar de la desmitificación, y de la crítica radical a los elementos represivos y alienantes que subyacen en el imaginario visual del cristianismo.
De la exposición Juegos y envases, 2000 |
Porque vale recalcarlo, y no es un mero detalle: León Ferrari desenmascara los dogmas religiosos, pero lo hace con recursos plásticos, a partir de la imagen y no del concepto. A través de su larga producción nunca ha cultivado un arte conceptual, sí un arte experimental y de ruptura formal, lo que puede haber llevado a la confusión a más de un observador.
A partir de esta recurrencia temática, y emblemática, se puede llegar a sostener –sin que esto sea desproporcionado– que Ferrari es un artista “religioso” (empleando esta calificación en un sentido amplio y comprensivo). Su obra, como el cine del gran Luis Buñuel, vuelve una y otra vez sobre obsesiones vinculadas a una infancia marcada por la presencia impositiva de las imágenes y la moral cristianas. Aunque a partir de una experiencia similar transitarán caminos muy distintos: el cineasta español interpela y cuestiona tales arquetipos, pero en última instancia los transmuta en identidad estética; el pintor argentino apela a ellos para desmontarlos y evidenciar su mecanismo desnudo, probando su condición de artefactos alienantes y esclavizantes.
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