Usted está aquí: sábado 6 de septiembre de 2008 Disquero Caricias dichas al oído

Disquero

Caricias dichas al oído

Pablo Espinosa ([email protected])

Alrededor del 31 de agosto se desataron las buenas nuevas, una luz radiante que se esparce en bendiciones, entre ellas ¡un nuevo disco de Peter Gabriel!

Big Blue Ball, cuya portada que se desdobla en cuatro panorámicas desplegamos en la testa de este Disquero, apareció hace apenas unos días luego de 18 años de maduración en los estudios de grabación Real World que están a dos horas de Londres y a un instante del mundo, pues músicos de Brasil, Madagascar, Etiopía, Zimbabue y del País que Más Brilla (es decir el que usted elija) pueden llegar a esa sucursal del paraíso, esa casa flotante en el bosque y encontrarse con almas gemelas y verse en el espejo haciendo música con un igual, es decir un alma paralela que tiene piel de otro color, habla otra lengua pero tiene en la mirada el mismo anhelo que nos dicta el espejo al despertar cada mañana.

Entre los muchos proyectos de bien común, los muchos trabajos de auténtico contenido social que mantiene el Arcángel (San Peter) Gabriel está la fundación de esta misión que cultiva el canto de la Tierra, es decir, que apoya a los músicos de los pueblos oprimidos para que expresen los decires de sus almas. Es así como hemos conocido música sublime que de otra manera seguiría refundida en los confines más apartados del planeta.

Uno de los programas sostenidos por Peter Gabriel se llama Recording Weeks y consiste en convivencias de ensueño al final de los veranos, de manera que uno puede caminar sobre el piso de madera de esa cabaña de amor y escuchar los gemidos de una gaita en una alcoba mientras en la siguiente se abrazan una flauta china y una concha africana y en el techo retumban los vaivenes de tambores africanos en acompasado diapasón.

Hay horas y horas de grabaciones inéditas de esas sublimes orgías. Y de ese material el Arcángel (Píter) Gabriel seleccionó 11 obras maestras que ahora suspiran en los altavoces o bien dicen caricias al oído amado a través de unos audífonos Sennheiser.

Como bien dice Rod Stewart, the first cut is the deepest y corre a cargo del mismísmo Peter Gabriel. Magia y encanto que sigue en el siguiente corte con las nachas atlánticas de Natacha Atlas y sigue el embrujo con la bemba de Papa Wemba y se alarga el placer con altus silva, nombre de la siguiente pieza y así hasta llegar al track seis, donde Sinead O’Connor, una de las novias del Arcángel, entona una suerte de mantra: Everything comes from you (que se completa en el canto con su verso contraparte –ying y yang–: and everything goes to you too, que encierra la verdad del principio budista de la impermanencia) y se escucha, como en sueños, el canto de otros ángeles, como la hermosa Marta Sebestyen y así transcurre el disco entero, enmedio de una armonía arcangélica.

Ese embrujo puede continuar en los altavoces o mejor, en el oído amado, con una de las formas de sonido que mejor describen el cuerpo del amor: el oboe, que en realidad es un sax tenor pero que el intérprete en cuestión, el maestrísimo Paul McCandless, toca como oboe y hace sonar como oboe y, es más, deja el sax tenor sobre el terciopelo de una mesita de noche y coge el oboe y lo hace sonar como entre ensoñaciones y luego lo muta por un corno inglés y también por un clarinete bajo y luego por otra exquisitez: una musette.

Eso, exquisitez es lo que hay ahora en las bocinas: Oregon, redición nuevecita de una de las grabaciones más celebradas y celebratorias de los pasados 25 años, lograda por el grupo epónimo, Oregon, conformado por cuatro maestros arcangélicos, el mencionado Paul McCandless, el tecladista y guitarrista genial Ralph Towner, el percusionista Collin Walcott y el bajista extraordinario Glen Moore, cuya capacidad de exquisitez creativa lo lleva, en un caso semejante a como Paul McCandless viaja del oboe a la musette, del contrabajo acústico a la viola, ese instrumento embrujatorio.

Y si de exquisitez y brujería hablamos, he aquí a dos maestras de la magia blanca: la bella dama cubana doña Omara Portuondo y la hermosa dama brasileña doña Maria Bethania (hermana de otro arcángel, el maestrísimo Caetano Veloso).

Esto es que Omara cierra los ojos y nos sumergimos en el mar de suspiros de su canto y si a eso se aúna la irresistible levedad del lino blanco de la voz de María Bethania, pues bueno, ya estamos donde nos recomienda Nietzsche: más allá del bien y del mal. La poesía que cantila al oído la brasileña y las caricias que rima sobre el columpio del lóbulo de la oreja, ese punto letal para las caricias, la cubana, forman una pequeña cascada interminable de polvo de oro que no cesa, que no cesa, que no cesa. Y nos hace levitar.

He aquí la felicidad traducida en tres discos, que son como tres sueños que son muchos sueños porque la verdad no está en uno sino en muchos sueños, como nos dice Scheherezada en el oído todas y cada una de sus Mil y Una Noches.

 
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