Usted está aquí: viernes 5 de septiembre de 2008 Opinión Penultimátum

Penultimátum

■ Onerosa realeza

Cada que se cumple un año más de la muerte de la princesa Diana en un accidente en París, la familia real británica recibe todo tipo de críticas en los medios. No solamente por el comportamiento de algunos de sus integrantes, sino por la forma de manejar y disponer de las finanzas reales. Los dos años anteriores el motivo es el grave deterioro que sufren algunas de las propiedades de la familia. La expresión máxima de lo anterior son las goteras y otros desperfectos descubiertos en el palacio de Buckingham, casa de Isabel II y su prole. El encargado de las finanzas reales pidió al gobierno británico 2 millones de dólares extras al año para las reparaciones que requieren ése y otros palacios de la soberana, algunos de los cuales podrían limitar el acceso del público por seguridad. Es el caso del castillo de Windows y la Frogmore House, donde se encuentra el mausoleo de la reina Victoria y su esposo, el príncipe Alberto. El palacio que más preocupa es el de Buckingham, residencia oficial de Isabel, que alberga una importante colección de obras de arte del Renacimiento y épocas posteriores y que está abierto al público previo pago.

Por su parte, el príncipe Carlos, heredero de la corona, aumentó el pasado año en 2 millones de dólares sus gastos personales, que hoy ascienden a 20 millones. “Es que el príncipe ha estado realmente muy ocupado y trabajando en beneficio de los que habitan Inglaterra”, fue la respuesta a los que estiman excesivos e inútiles los elevados del futuro rey.

No faltará quien piense que a la reina Isabel la crisis mundial la trae de cabeza. No es así. Sin ser tan rica como los reyes petroleros de Arabia Saudita y Brunei, por ejemplo, su fortuna personal, así como sus posesiones, joyas, obras de arte y otras minucias, ascienden a miles de millones de dólares. Solamente dos de sus fincas (Salmoral y Sandringham), con sus respectivos palacios, tienen una extensión de 20 mil y 8 mil hectáreas, respectivamente. Súmese que es dueña de granjas, un hipódromo y la sede de la embajada de Israel en Londres. Y de pilón la soberana recibe 26 millones de dólares al año para sostener su “labor pública”, aparte de los casi 80 que le entrega el erario para los gastos que demanda su alta investidura. También los integrantes de la familia real le dan su pellizco al erario para mantener los palacios que poseen, los viajes que hacen, las relaciones públicas. Unos 50 millones de dólares se gastan al año en estos rubros.

Con tan abultada fortuna, no se explica la falta de cash de doña Isabel, como diría el doctor Zedillo, para reparar los desperfectos de su palacio más emblemático. Como sucede con otros soberanos de Europa y sus familias, parece que la sangre azul contiene un gen muy fuerte que los hace negados para el trabajo y proclives a vivir de ajeno.

 
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