Usted está aquí: viernes 5 de septiembre de 2008 Espectáculos Moi Domínguez: no basta con pararse ante un micrófono; hay que estudiar

■ Amigos y seguidores rinden homenaje al sonero en la Embajada Jarocha de la Roma

Moi Domínguez: no basta con pararse ante un micrófono; hay que estudiar

■ Siento algo maravilloso cuando canto y veo que le gusta a la gente que me rodea, dice

■ El propósito de la fiesta: reunir fondos para el tabasqueño; “sólo le doy vuelta a la moneda”, expresa Isabel Aguilar

Arturo Cruz Bárcenas

Ampliar la imagen Claro que sé leer música, a mis 85 años lo hago con todo gusto, afirma el festejado Claro que sé leer música, a mis 85 años lo hago con todo gusto, afirma el festejado Foto: Carlos Ramos Mamahua

La historia del son en el Distrito Federal, en particular, y en México en general, está unida al nombre de Moisés Moi Domínguez, tabasqueño dueño de una voz que aún luce sus facultades: brillo, sentimiento, claridad, plena de calle y trópico. A Moi, sus amigos: viejos bailadores de rumba, el divulgador de la ciencia Moisés Robles Aguirre, la mesera Isabel y sus admiradores le rindieron un homenaje el pasado miércoles en el Bar Embajada Jarocha, de la Roma, donde durante seis horas se escucharon tonadas que miles disfrutan hasta el tuétano, como Son de la loma.

Varios tuvieron que pasar la tarde noche de pie, yendo de mesa en mesa, trago en mano, platicando con los clientes habituales, muchos de los cuales llevan décadas de salón en salón en busca de buena música, ya sea cubana o mexicana, y han legado el gusto por el son a sus hijos, quienes bailan que da miedo.

El bailongo tuvo el propósitode recabar la mayor cantidad de dinero posible para Moi, quien bohemio sempiterno, carece de recursos suficientes. “Soy rico en amigos y en recuerdos”, dijo en entrevista con La Jornada, en medio de la algarabía, él con una copa de vino.

Copias de sus discos en la Embajada Jarocha

Grabó hace décadas dos discos, de los cuales se vendieron copias en la Embajada Jarocha a cien pesitos y, billete sobre billete, serán para el buen Moi. Quebrando la cadera se encontraba Esteban El Pajarito Reyes, tenista que hace décadas fue famoso; Froylán López Narváez, infaltable en las grandes ocasiones que refuerzan que la rumba es cultura; la esposa de Moi, por supuesto, de nombre Patricia Avila Mejía, más que agradecida.

El menú para la ocasión estuvo integrado por patillos como filetes de pescado al mojo de ajo y guarnición de verduras al vapor, camarones a la diabla o una campechana. Moi, emocionado y agradecido, expresó: el homenaje “me lo hacen mis amigos, que he conocido por medio de mi trabajo en la música, en todos los lugares donde he estado, ¡y eso es un mérito!

“Comencé en 1952. En ese entonces tenía 23 años. El son tiene variantes, claro, porque las letras y las canciones cambian, pero las notas son las mismas. Hay acordes y es necesario saber organizarlos. Eso es todo. De las voces de los cantantes… ahora hay más desenvolvimiento, pero es importante saber qué y cómo se canta. No basta pararse ante un micrófono. ¡No, no es cierto! Hay que tener estudio, conocimiento.

“Por eso yo, a mis 85 años, lo hago con todo gusto. ¡Claro que sé leer música! Si no se sabe música se es ignorante en cuanto a emociones que provoca la música. Canto de todo tipo de sones, guarachas, montunos, boleros. Cuando empecé a trabajar había mucha influencia cubana y emprendí ese camino, cantando música cubana, tradicional. Cuando estuve en Cuba canté exactamente lo mismo y recibí, como aquí, ovaciones.

“Cuando canto siento algo maravilloso, porque veo que a la gente que me rodea le gusta. Nací en Villahermosa y al Distrito Federal llegué a los 23 años. La capital era… ¡diferente! Aquello era todo color de rosa. Ahora no. Se respetaban los valores morales y se hacían las cosas dentro de cierta moral, no como ahora, que cada quien tiene su albedrío para hacer lo que le da la gana. Yo digo: ¡sálvese quien pueda!, pero no es así. Sólo necesitamos espacios.”

Hizo famoso al Riviere, en la Doctores, un salón otrora de arraigo popular. “Trabajé toda la época de cabaret, ¡pero se acabó!, y con ello el trabajo para los músicos, y ahora se batalla. En el Riviere duré casi 15 años. Se llenaba y había gente esperando para entrar. Eso por el 62.”

Tiene buena fama de enamorado. Les cantaba y bailaba. “¡Tantas mujeres que conocí! Lo que canté y sigo cantando… me siento muy satisfecho, Es bonito.”

Subió al escenario y, nada espontáneo, cantó Lágrimas negras. Los gritos se sucedieron por el salón. Decenas de admiradores se amontonaron al frente del homenajeado. Antonio Montes, de 70 años y amigo de Moi (fue estenógrafo para cinco presidentes, desde Luis Echeverría) aplaudió y dijo: “Moi tiene grabado un disco con unos boleros antiguos, ¡excelente! Sus canciones están vigentes. Aquí las escuchamos, como Recordar es vivir, Ausencia, Olvido, Campanitas de cristal y otras piezas de los años 50. Lo conozco desde hace 50 años. Cantó en el Chato Parada, de Colima y Tonalá.”

La Embajada Jarocha fue primero una marisquería llamada Katy. Con Moi logró auge y hoy es la Embajada Jarocha.

Sonaron las notas de sones y boleros y algunos bailaron en los estrechos pasillos. Gonzalo Sánchez, del grupo mexicano Son de Altura, expuso: “Qué bueno que en vida se hace este tipo de fiestas para gente tan valiosa como Moi. Para cantar el son hay que haberlo mamado, ya sea ronco o tiploso”.

Desde hace tres años, la mesera Isabel Aguilar impulsa el homenaje a Moi, “porque en su tiempo él me dio a ganar mucho. Esto sólo es un forma de recompensarlo. Junto su dinero y se lo entrego. Sólo le doy vuelta a la moneda”.

León López González, propietario de la Embajada Jarocha, indicó que “Moi es una institución en la música, desde los tiempos de las grandes orquestas de Arturo Núñez o la Sonora Veracruz, por ejemplo. Goza de gran simpatía entre todos los veracruzanos. Él empezó aquí el 14 de septiembre de 1994, por lo que es el fundador de esto. Aquí se pone de ambiente desde el jueves.”

El próximo jueves será el aniversario de la Embajada Jarocha (Zacatecas 138, esquina Jalapa) y León López invitó a cantar y bailar el son, “sin cóver”.

 
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