Usted está aquí: jueves 4 de septiembre de 2008 Opinión ¡Puaf!

Octavio Rodríguez Araujo

¡Puaf!

Mi muy apreciado amigo José Blanco ha escrito en estas páginas una frase que me dejó pensativo: “Nos hemos quitado de encima la bota de la decisión de los creyentes sobre los que no lo somos; hemos ganado en libertad”. Es de pensarse, por las estadísticas que conocemos, que los creyentes son más que los que no lo somos; por lo que –interpreto– cuando dice Pepe que hemos ganado libertad quiero suponer que se refiere a que unos no han podido imponer a otros sus creencias. En este asunto, si entendí bien, la libertad que hemos ganado es que, al despenalizarse el aborto (para el caso en el Distrito Federal), cada quien obrará de acuerdo con su conciencia. Unos, como el cardenal Rivera, tocarán las campanas de Catedral en señal de duelo o de protesta (no lo sé) y otros aplaudirán la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Y, a propósito de ésta, Pepe Blanco ha dicho que su dictamen se ha basado en la razón, en la racionalidad y en el conocimiento.

En relación con el consumo de tabaco, si usáramos la misma lógica de José Blanco, hemos perdido libertad. Los no fumadores, según los datos conocidos, son más que los fumadores, al igual que los creyentes que los no creyentes. Pero en este caso la razón, la racionalidad y sobre todo el conocimiento no funcionaron entre quienes dictaron la restrictiva Ley General para el Control del Tabaco ni para los más obtusos y autoritarios legisladores del Distrito Federal que hicieron una ley todavía más negativa. Nuestros legisladores, a diferencia de los magistrados de la SCJN, no han ampliado las libertades, sino lo contrario: las han restringido.

Los magistrados de la SCJN no están obligados a escuchar las demandas de la población, sino a velar por el cumplimiento de los ordenamientos y libertades que otorga nuestra Constitución. Para ello hacen uso de sus conocimientos, se hacen asesorar en lo que no es parte de su formación jurídica, razonan y dictaminan. Los senadores y diputados (federales y locales), en cambio, sí están obligados a escuchar a la población, conocer argumentos, hacerse asesorar sobre la gran cantidad de cosas que desconocen y no repetir, como loros, lo que opinan otras instituciones (sobre todo estadunidenses) y merolicos de bata blanca que, aunque se llamen doctores, normalmente no tienen ningún doctorado.

¿Cuándo discutieron nuestros legisladores los efectos del consumo del tabaco en los fumadores y en los no fumadores? Nunca. Desdeñaron los argumentos científicos (éstos sí) que varios expusimos en los periódicos y, como reproductoras de sonido, sólo repitieron las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), basadas en estadísticas tramposas y en correlaciones no comprobadas empíricamente. Dictaron leyes e impusieron castigos muy superiores a los correspondientes a ilícitos verdaderamente graves. Gracias a estos castigos, impuestos unilateralmente, los dueños de restaurantes, bares, discotecas y los llamados antros, conocedores y víctimas de la corrupción imperante en el país, han tenido que acatar las nuevas leyes, restrictivas y autoritarias, aunque al hacerlo hayan perdido y estén perdiendo dinero y clientes. Tanto temen a los corruptos y mal pagados (o corruptos por mal pagados) inspectores delegacionales o municipales, que optaron por agachar la cabeza: las multas y la amenaza de clausura por permitir fumar en sus negocios son, obviamente, más peligrosas para sus locales que las amenazas de excomunión para las mujeres que aborten.

Un nuevo dogma se ha impuesto en México y, como otros dogmas, ha encontrado creyentes. Y digo creyentes, pues la mayoría de la gente compartía y departía tranquilamente y sin queja con fumadores en bares, restaurantes, discotecas y salones de baile o de billar. Nadie caía fulminado si el amigo o el vecino fumaban y todos se divertían juntos. Ahora, como por arte de magia, una vez que los nos fumadores disfrutan de espacios cien por ciento libres de humo… de cigarrillos (que no de fábricas y vehículos), voltean a ver a los que fuman en el exterior como si fueran transmisores de enfermedades contagiosas y mortales. Digamos que ahora se empoderaron (como está de moda decir) los no fumadores sin darse cuenta de que su “triunfo” no fue porque protestaran contra el tabaco ante sus diputados o senadores (lo que no hicieron), ni porque se hayan manifestado de blanco, de amarillo o de negro en grandes mítines en las plazas públicas, sino porque el autoritarismo de diputados y senadores ignorantes restringió las libertades en lugar de ampliarlas.

Ya empezó la campaña contra la comida chatarra, al rato habrá leyes contra la obesidad y el día de mañana en contra de cualquier otra cosa que, según la OMS y nuestros ignorantes médicos que no hacen investigación propia, dañe la salud, como si de lo que se tratara fuera de que la gente viva más y no mejor y a su gusto. Cualquiera diría que vivir más tiene ventajas. ¿Con las pensiones que dan el ISSSTE y el IMSS, cuando las dan? ¿Con los niveles salariales que en términos reales se han deteriorado más de 60 por ciento en los últimos treinta años?

Contrariamente a lo que ha escrito mi amigo Blanco, no hemos ganado en libertad. Sólo en algunos casos, porque en otros la hemos perdido. Al margen del consumo de tabaco, ¿no hemos perdido la libertad de vivir sin rejas en nuestras casas, de salir a la calle sin que nos asalten, nos secuestren o nos extorsionen, de viajar de norte a sur o de este a oeste en el país sin tener que ajustarnos a los decretos del Distrito Federal (el gobierno más autoritario y arbitrario de todos)? ¿O será que la política es darnos unas libertades para poder quitarnos otras? ¡Puaf!, como dice un sobrinito cuando algo le da asco.

 
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