Usted está aquí: lunes 1 de septiembre de 2008 Opinión La Universidad de Guadalajara

Néstor Martínez Castro
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La Universidad de Guadalajara

La segunda universidad pública más importante del país, la Universidad de Guadalajara (UdG), está inmersa nuevamente en un conflicto político y jurídico al que todavía no se le vislumbra una salida.

Apenas el viernes pasado, Carlos Briseño Torres fue destituido del rectorado por integrantes del Consejo General Universitario afines al ex rector y “líder moral” de la institución, Raúl Padilla López, una vez que aquél había dado por concluida la sesión. En el cargo fue nombrado, como interino Marco Antonio Cortés Guardado, quien se desempeñaba como titular del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades.

De acuerdo con las notas periodísticas de La Jornada Jalisco, grupos cercanos a Padilla López y al rector recién designado permanecen atrincherados en el edificio de la Rectoría y custodian las instalaciones académicas y administrativas de la institución.

La crisis y el procedimiento seguido en la UdeG podrían ser justificados si, por ejemplo, el ahora rector destituido hubiera incurrido en algún ilícito o hecho que pudiera ser tipificado por la legislación universitaria como “causa grave”. Lo cierto es que el rector depuesto incurrió efectivamente en una falta no sólo grave, sino gravísima, para las formas y las prácticas políticas de la institución: intentó desmarcarse del poder que Raúl Padilla López ejerce de manera prácticamente unipersonal, desde hace 20 años, y del que el propio Briseño se benefició en diversos cargos, incluido el de rector. Y eso, en los círculos del poder de la UdeG, no se perdona. Se le llama “traición” y se le castiga.

Hace casi dos décadas, tuve la oportunidad de realizar la cobertura informativa de una crisis más o menos similar en la Universidad de Guadalajara.

Por esos días, un joven inquieto, inteligente, hábil y, sobre todo, ambicioso había asumido la rectoría de la UdeG con todos los méritos y apoyos, de acuerdo con las formas y los métodos tradicionales de la institución, incluido el derecho de sangre, ya que su padre, del mismo nombre, fue uno de los jerarcas de la Universidad.

Raúl Padilla López contaba con el respaldo de la otrora poderosa Federación de Estudiantes de Guadalajara, agrupación que por décadas generó importantes cuadros políticos no sólo para la universidad, sino para el estado y, desde luego, para el Revolucionario Institucional, partido que incluso le otorgaba cuotas políticas como diputaciones locales y federales. La FEG, sin embargo, era también un grupo de presión y de choque, y no fueron pocas las veces en que las diferencias en su seno se dirimieron a balazos.

Pero el mayor de los apoyos que Raúl Padilla tuvo para acceder a la rectoría fue el del llamado Grupo Universidad, liderado entonces por Álvaro, hermano de Carlos Ramírez Ladewig, el personaje más respetado y temido en la historia de la institución, quien murió asesinado en la década de los setenta. Así llegó Raúl Padilla a la rectoría. Del brazo de su padrino, Álvaro, y con todo el respaldo de la FEG.

Al poco tiempo, sin embargo, cuando ambas instancias le exigían el pago político de los apoyos y los favores, a través de puestos y prebendas, el rector entrante los desconoció. Raúl Padilla rompió las reglas del juego. También fue llamado traidor. Y terminó por liquidar el tutelaje de Álvaro y de la FEG, organización que a la postre aniquiló.

Concluyó un rectorado fuerte en 1995. Fue reconocido por sus correligionarios como el líder del Grupo Universidad y, de entonces a la fecha, las decisiones trascendentes en la UdeG pasan necesariamente por las manos de Raúl.

Es sabido que los cuatro rectores que lo sucedieron fueron impuestos por Raúl, entre ellos su hermano Trino, el ahora destituido Carlos Briseño y el recién ungido, Cortés Guardado.

Hoy, Raúl Padilla López es poderoso. Desempeña una veintena de cargos, algunos de ellos honoríficos y en su mayoría vinculados con la universidad. Es el presidente de la Feria Internacional del Libro, responsabilidad que le ha permitido construirse una imagen favorable dentro del mundo de la cultura y el arte. Goza de la amistad de escritores, editores y artistas de México y de muchas otras naciones.

Hay quien lo mira con el aura de ser uno de los benefactores de las letras en el país. Y, con esa etiqueta, Raúl se mueve a placer, le gusta, lo disfruta.

Y es precisamente por eso, por lo que todo ello le significa y le representa, que parece no estar dispuesto a perder un ápice de su poder, de lo que considera suyo, de lo que efectivamente, durante los 20 últimos años ha sido de su propiedad… o casi.

 
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