Usted está aquí: miércoles 27 de agosto de 2008 Cultura Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

■ Leer poesía

Se diría que no me refiero aquí sino a la lectura en voz alta; pero agreguemos que también en voz baja, y hasta en silencio, aunque teniendo como referencia la lectura en voz alta.

Lectura en silencio de poesía propiamente, me atrevo a decir, no hay. Lo que imaginaremos –y a lo mejor así, de existir, se llaman– son micromovimientos del aparato vocal en la lectura silenciosa que riman, melodizan, hasta (otro atrevimiento) probable, seguramente armonizan la lectura. Hay en toda lectura una fisicidad que, con mayor discreción, calificaremos de latente.

Leer poesía (reproducir lo escrito en la voz, de alguna manera interpretar lo gráfico) es, en efecto, difícil. Leerla con naturalidad, con naturalidad poética, no tanto como una hazaña, pero sí cosa rara, inclusive entre los poetas. Y considero paradigma que se tiende a leer como se escribe y viceversa.

Trabajo desde hace años con personas que quieren dedicar al menos parte de su tiempo (algunas todo, cuando les sea posible; otras avanzan definidamente en ello y hay las que, aleluya, pueden hacerlo) de manera clara a la poesía. Y una de las primeras observaciones que les hago atiende, de haberla, a la diferencia entre su manera de leer y colocar los versos (libres, medidos, escalonados, en fin).

Hace muy poco un joven, que escribe bastante bien, leía, le dije yo –un mucho en broma, claro–, como si fuera un “coche burro”. Calculaba bien, permítasenos expresarlo de esa manera, el ritmo. Hacía los cortes en su lugar, pero no con su melodía. El resultado era una lectura, por así decir, tijereteada, como por tiras, no por versos. Se perdía la continuidad del mensaje poético. Me asombró, y también lo expuse, que el poema mostrara, no obstante, buena factura: la melodía, bien intuida por el joven, no quedó en la lectura interpretada.

Ciertos actores, tratando de no parecer según eso anticuados, hacen en los versos medidos lo contrario: desaparecer los cortes, prosificar (y por tanto imprimir una velocidad con la que el poema no condice). Y bueno, dije “los versos medidos”, aun cuando, como se sabe, verso es medida. Quizá se note menos desatino con el verso libre, pero de ejercer la misma presión sobre lo escrito, igual lo es.

Entre los poetas hay los que leen muy bien, quiero pensar que la mayoría, y los que no. Algunos de los buenos pueden estar entre estos últimos. No transmiten el sentido poético de lo que leen, aun cuando en términos técnicos (en su lectura) no fallen. Y hay los que sin sobreactuarse actúan, o al menos a la actuación se acercan, algo que yo no le pediría a ningún poeta. (Por supuesto que no me excluyo de ninguno de los errores señalados, me limito a señalarnos, y cuando puedo –es difícil, insisto–, a evitarlos.) A algunos de estos “actores” de su propia poesía, o de la poesía en general, el auditorio tiende a considerarlos buenos, lo cual puede ser, pero no en rigor siempre coincide.

Pero mi afán no va tanto a atender las lecturas públicas, sino la que el propio poeta hace de sí mismo. “¿Leíste lo que escribiste?”, “¿escribiste lo que te pareció te oías decir, pronunciar?” El espacio se termina. Aunque sea en parte, continuamos la próxima.

 
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