Usted está aquí: martes 26 de agosto de 2008 Opinión Roberto Turnbull. MAM

Teresa del Conde

Roberto Turnbull. MAM

Están vigentes dos retrospectivas de artistas mexicanos que alcanzaron amplia reputación desde los años 80: Roberto Turnbull y Germán Venegas ocupan, respectivamente, las salas del segundo piso del Museo de Arte Moderno.

Carlos Ashida es curador invitado para la muestra Turnbull, que abarca un periodo aproximadamente de 25 años. Pienso que, independientemente de la valía de lo que se exhibe, se pudieron haber conseguido en préstamo ciertas piezas que resultaron ser de especial relieve en su decurso. De momento recuerdo la que le mereció un primer premio en la Bienal Tamayo hace tiempo, misma que generó discusión por parte de los jurados a la hora de distinguirla. En ese momento fue epítome del posmodernismo en pintura. Otra, un  Tour de force, pudo verse en la galería de Florencia Riestra hace unos cuatro años, era como un museo en miniatura que entre sus límites recogía memorias de la propia trayectoria del artista: dibujos, grabados, fotografías, postales, fragmentos. Se titula Estados de prueba.

Pero no se trata de lamentar lo que no está, sino de prestar atención a lo que puede verse: desde las pinturas elementalmente figurativas, parientas lejanas de Von Gunten que dan inicio al trayecto, hasta las más recientes piezas realizadas utilizando soportes sobrepuestos, como Samurai, de 2007, que desde mi punto de vista es  gran acierto, tomando en cuenta el título, sobre todo porque la figura del guerrero no es explícita.

Hay pinturas propositivamente Brut, no porque pertenezcan a esta denominación (Michael Seuphor),  sino porque son conscientemente burdas, pintura “fea” se diría, pero de alto alcance; pongo como ejemplo Contemporary Man, de la colección Francisco Servín. También destacan aquellas en las que la observación humorística bordea la insinuación monstruosa, como Niño con tres piernas, de 1996. Turnbull se resiste a ser categorizado por rubros, su producción no es lineal, va y viene, tal y como su circunstancia le dicta. Así, los ojos pueden irse tras de una pieza de discretísimas dimensiones que es una excelente pintura, Tea Set, de 1990; pero además de pintura es objeto, cosa que acontece con otras obras. Puede ser casi abstracto y concretar mediante pedazos de madera y tiras de mármol una composición en la que los intervalos y volúmenes son el tema. En otras ocasiones le basta la pleitesía minimal al soporte, por ser éste intrínsecamente bello, como la tabla de madera vieja con incrustaciones de hueso que supone de su parte un hallazgo, pues es proclive a recolectar objetos o trozos de material que poseen para él singular encanto, pedazos de alfombra, pijas de cerámica, rescate de algún elemento artesanal, etcétera. Así es la mini-instalación Casita, que funciona como maqueta de algo que pudiera concretarse en un monumento. Los monumentos le atraen. Otra mini-instalación, casi cómica a fuerza de crítica, se titula La mano izquierda.

Con los dibujos y aguafuertes o aguafuertes con aguatinta estamos en otro rubro, tal vez el que mayormente atrae, pues hay piezas maestras en estos medios desde época temprana. MarsupialParacaídas, ambos de 1984, son buenos ejemplos. Hay además un muestrario de técnicas mixtas museografiado como si se tratara de una obra única, que pone énfasis en su proclividad por experimentar con distinto tipo de medios (gouache, pegostes, tintas) sobre soportes también diversificados.  En Archipiélago 2004 reúne mini-grabados realizados cada uno en su respectiva plancha con collages. El efecto es ése: el de un archipiélago. Turnbull conoce muy bien la relación que puede darse entre las palabras y el método elegido para urdir la pieza, tal y como sucede con Sordomudo, de 1999, cuadro abstracto-geométrico en tonalidades grisáceas, recubierto sutilmente por un velo delgadísimo, como el milimétrico espesor de una piel de cebolla.

A pesar de que sus periodos no marcan fronteras, hay momentos en los que ofrece evidentes afinidades con otros colegas suyos (Alberto Castro Leñero y Roberto Parodi, por ejemplo) o bien con los llamados Nuevos Salvajes, a  cuyo influjo no se sustrajo prácticamente ningún pintor de los años 80 y 90 tempranos. También hay indirectos homenajes a José Clemente Orozco (Paisaje con serpiente, 1995), quien con frecuencia resulta ser un posmoderno avant la lettre.

 
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