Usted está aquí: lunes 25 de agosto de 2008 Opinión La hondura del Morante

TOROS

José Cueli

La hondura del Morante

Como el mar que recoge los lamentos de la marea Morante de la Puebla, recibía al toro de Núñez del Cubillo. Toreo que unía el más exquisito sensualismo a la melancolía. Monarca gitano del toreo depositario de la antigua sabiduría árabe, legada de los viejos sacerdotes, cumplía el destino de su raza, en un quehacer torero excepcional que ahí quedó, en corrida base de la feria de Bilbao que apunta los finales de la temporada española de corridas de toros.

Acompañaron a Morante, Enrique Ponce y Sebastián Castella; el primero había dado lecciones de su magisterio torero después de una tarde apoteósica al inicio de la feria y Sebastián Castella parecía haber perdido el ritmo después de la dura pelea de la temporada española. En la que José Tomás que no fue a Bilbao se refugió en la Málaga que lo idolatra y con un toreo de adornos y palmeos, y triunfó apoteósicamente.

Más lo de Morante fue otro toreo. Un toreo gitano que estaba lleno de negras sombras. La negrura de su torear, cada pase más acabado, más hondo, más abismal. Lentamente lo negro y la flojedad de su toreo se unieron y se extendían por el negro ruedo bilbaíno. Uno toreo clásico, quejumbroso, persistente que se desvanecía y se desparramaba en gritos más negros, como su pase natural hacía adentro.

Nadie sabía donde principiaba el sueño –¿televisivo?– y donde la realidad invadidos por un vago sopor. El toreo sentido de Morante impedía saber donde se estaba. Una sensualidad muy negra que no se tocaba. La sensualidad en maridaje con lo negro envuelta en sensaciones desconocidas. Jueves morantino atado a una invisible serpentina en el coso bilbaíno, más negro su ruedo en juego de espejos con el toreo del gitano.

 
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