Usted está aquí: domingo 24 de agosto de 2008 Deportes ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

■ Oro, bronce y cinismo

Se acumulan las justas olímpicas en las que la delegación mexicana deportivamente nomás no la hace en cuanto a resultados y niveles de competitividad, pero donde los falsos promotores reiteran su disposición al latrocinio y su proclividad a la desvergüenza.

No son los competidores en primer término –la mayoría a merced de torpes políticas en torno al deporte y con escasa o nula experiencia internacional–, sino el hatajo de funcionarios designados cada sexenio, así como los intocables transas transexenales a quienes ningún mandatario, medio de comunicación o sector de la sociedad, exige cuentas.

En culturas del desperdicio como la nuestra, no sólo se tiran por la borda recursos naturales o se expulsan a Estados Unidos recursos humanos, sino que, gracias a 48 años de desneuronización colectiva por medio de la televisión, hemos acabado por ver normal o como parte de “nuestra idiosincrasia” los abusos más increíbles y las corruptelas más descaradas. (¡Silencio, ex presidentes!)

Además de los atletas y antes que a éstos, ¿a quién responsabilizar de los modestos triunfos mexicanos en los Juegos Olímpicos? Desde luego, al Presidente de la República en turno, por no atreverse a hacer una limpia de directivos inamovibles que hace décadas confunden políticas deportivas inteligentes con pingües negocios particulares desde donde repartir cargos y dinero de la ciudadanía. Inconfesables razones tendrá cada mandatario para no hacerlo.

Enseguida, a la Secretaría de Educación Pública por su deficiente asesoramiento a la Presidencia en este sentido; por su mediocre diseño y aplicación de políticas deportivas eficaces, y por su gris supervisión de las tareas de jugosos elefantes como la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), a la que este año se le asignó un presupuesto de más de mil 500 millones de pesos.

Otro pájaro al que jamás se le pide cuenta, que hace como que hace pero a la hora de la hora tampoco da resultados o éstos son escasos, es la Confederación Deportiva Mexicana (Codeme), que congrega a las federaciones nacionales de todos los deportes y dispone asimismo de considerables cantidades de dinero.

El Comité Olímpico Mexicano (COM) es una entidad fantasmagórica especializada en un deporte de poco lucimiento: la grilla infructuosa, excepto para sus directivos. A tan selecto grupo de falsos promotores añada usted al instituto del deporte de cada estado de la República, incluido el del Distrito Federal, con su respectivo presupuesto y negligente gobernador.

A la cola de este contingente de directivos sin propósito de enmienda marchan las televisoras –jamás vuelven a ocuparse de otro deporte que no sea nuestro mediocre futbol–, no pocos medios impresos, locutores acríticos metidos a comentaristas y comicastros vulgares, así como una iniciativa privada, sobre todo de sentido social.

“Si no pueden, renuncien” es no sólo frase de un padre consternado, sino también de una sociedad harta ya de tanta irresponsabilidad, de tanta corrupción y de tanta ineptitud, también en materia deportiva. ¿Alguno de estos promotores será obligado a renunciar?

 
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