Usted está aquí: jueves 21 de agosto de 2008 Opinión Bestiario de Tan Giudicelli

Vilma Fuentes
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Bestiario de Tan Giudicelli

Hay creadores que sacrifican su vida en aras de su obra. Existen quienes sitúan, por encima de su obra, vida y amores, ideales. Tan Giudicelli es uno de éstos. Tan ha conocido en varias ocasiones, en París, en Nueva York, el triunfo, eso que Cortázar llamaba las “famas”. Tan es, ante todo, un cronopio, endiabladamente juguetón, artista hasta la punta de los dedos. Creador de alta costura, Tan hizo sus pininos con Christian Dior. Otro joven era aprendiz en la época: Yves Saint-Laurent, una esperanza, y un cumplimiento que pagó con angustias que dan un dejo desesperado a sus vestidos inspirados en el dolor y en los más lejanos rincones del planeta. Saint-Laurent creó el esmoking femenino, Tan la maxifalda, respuesta insolente y burlona a la minifalda, coqueta como la sensualidad tan buscada por Buñuel en su cine: escondamos, dejemos imaginar. Tan conoce los secretos de la sensualidad y la lascivia.

Ha sentido en carne propia, en Vietnam y en Francia, el atroz escándalo de la muerte. Vio morir bajo los bombardeos en su país natal a hombres, mujeres y niños. Vio caer, uno tras otro, a muchos de sus amigos más queridos víctimas del sida en los años 80 y 90. Acompañó a un muchacho de apenas 22 años al “moridero”, donde hospitalizan a los deshauciados. Se jugó con él la vida: el joven no quería morir solo, necesitaba llevarse a alguien con él. Pero Tan es un sobreviviente, y un poseído.

Ayer tuve la suerte de ver obras geniales de Tan Giudicelli. Ni vestidos, ni sombreros, ni perfumes. Después de un largo duelo, después de hacerse bautizar por el arzobispo de Francia en la catedral Notre Dame la víspera del Domingo de Resurrección, luego del fallecimiento de su joven amigo Philippe, Tan vuelve a la vida con la escultura.

Gran artista, Tan Giudicelli está ligado a Jacques Bellefroid por una amistad de más de 50 años. Tan llegaba de Hai-phong, Jacques de Lille. Ambos tenían 20 años. Los dos eran provincianos, uno de Vietnam, el otro del norte de Francia. Uno modista, el otro escritor. No es posible imaginar dos hombres más diferentes. Son, no obstante, amigos desde hace medio siglo.

¿Cómo dos hombres tan distintos pueden seguir siendo amigos durante tanto tiempo? ¿Cuáles son los lazos silenciosos de esta inteligencia entre ellos? Uno escribe libros, el otro ha creado algunos de los vestidos más célebres del mundo. Debían ignorarse y es lo contrario lo que ha sucedido.

Hace poco más de una década, sin saber por qué, sentí la irresistible necesidad de regalar a Tan un Arcángel San Gabriel de Carmen Parra. Tan está convencido de que debe la vida a este arcángel. Bajo su mirada, y su anunciación, Tan ha dado forma con sus finos dedos a las esculturas, figuras asombrosas donde lo humano, lo animal, lo monstruoso y lo divino comparten la forma realizada y el espacio. El resultado es un fascinante bestiario mitológico: manos de donde surgen caracoles, cuerpos con senos y falos, centauros aéreos coronados de astros, manos y falos, los dos instrumentos de la creación. Ángeles endiablados y demonios angelicales. El mundo en que vivimos, ¿es conducido por el diablo o por los ángeles? Sí, hay falos y vulvas en los inocentes personajes de Tan. No sin un dejo de humor, es la exposición del misterio sagrado de la vida. El enigma del sexo de los ángeles vive una fulgurante revelación en estas pequeñas esculturas diseñadas bajo la mirada del arcángel con las manos largas, delgadas, nerviosas de Tan.

“Un poseído”, me dice Giudicelli de él mismo. Un poseído que no necesita de exorcismos, ni se halla habitado por los demonios de Dostoievsky. Tan es una criatura de Dios, una de esas criaturas amadas por la divinidad. Las esculturas de Tan viajarán a México, donde serán expuestas y cada quien podrá mirar con sus propios ojos las figurinas que parecen respirar y moverse. Vivas como recién nacidos, llenas de esa existencia contada desde su epifanía fulgurante.

 
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