Usted está aquí: sábado 16 de agosto de 2008 Opinión Alejandro Aura

Enrique Calderón Alzati

Alejandro Aura

Lo conocí en condiciones muy particulares, era el año de 1986 y Alejandro conducía el programa Entre cuates en un canal de televisión que era entonces del gobierno. Su programa era uno de los más populares en ese tiempo; me sorprendió una llamada suya, invitándome a una entrevista en él. Pasaba yo en ese momento por una situación que ahora veo divertida, pero que entonces me parecía delicada.

Había tenido una diferencia seria con las autoridades de la Secretaría de Educación, en torno a un proyecto que se realizaba en el Centro de Estudios Avanzados y que en mi opinión se había hecho muy mal. El asunto llegó a la prensa y causó algún malestar en el equipo del secretario de Educación, que por razones que escapan a mi imaginación, se sentía con posibilidades de llegar a ser presidente. El caso es que un día sí y otro también salían artículos un tanto absurdos en los que se dejaba ver que yo era un agente encubierto del gobierno inglés y que a ello se debían mis críticas.

La entrevista con Aura fue divertida y después de ella no volví a recibir ningún otro ataque de la prensa; Alejandro era un hombre de sangre liviana y para cuando terminó el programa nos habíamos hecho amigos. Después tuve oportunidad de compartir con él ideas, proyectos y experiencias en múltiples ocasiones. En muchas de ellas su apoyo fue muy importante, su entusiasmo era siempre contagioso.

Así, en una ocasión en que me parecía que el problema de la contaminación sólo podría resolverse si la población decidiese transportarse en bicicleta, su entusiasmo me reafirmó en la idea de crear un movimiento social con ese objetivo. El movimiento bicicletero de la ciudad de México fue una experiencia divertida y aleccionadora, aunque con pocos resultados; en ese esfuerzo, Alejandro me abrió las puertas de varios medios de comunicación.

Luego del establecimiento de la organización social Alianza Cívica, surgida por iniciativa del doctor Sergio Aguayo, investigador del Colegio de México, Alejandro fue un entusiasta colaborador, como muchos otros luchadores sociales con los que tuve oportunidad de hacer amistad en ese tiempo.

Alianza Cívica fue una respuesta natural de la sociedad al fraude electoral cometido en 1988 y luego repetido por el gobierno de Salinas en algunos estados. Alejandro Aura se constituyó en uno de los principales defensores y promotores de este esfuerzo social.

Tenía entonces Alejandro un centro nocturno en Coyoacán llamado El hijo del cuervo, en el que uno de sus salones estaba siempre dedicado a mesas redondas, grupos de discusión y conferencias en torno a temas de la democracia, la sociedad civil y el movimiento zapatista. Al mismo tiempo su centro tenía otros espectáculos de carácter cultural y artístico muy exitosos y concurridos.

En una ocasión me invitó al estreno de Bang, una comedia que dirigía y en la que él mismo actuaba en un teatro de Coyoacán; su idea me pareció genial, en ella se propuso convertir una película del oeste en obra de teatro y lo logró bastante bien; al final de la obra salían un par de mexicanos dormidos junto a un maguey, de esos que en las cintas de Hollywood eran siempre material de relleno y la mejor prueba de que los mexicanos somos bastante tontos; pero estos eran los que se quedaban con el consabido botín obtenido en el asalto al tren. La obra me gustó mucho y la disfruté en dos o tres ocasiones, especialmente por el personaje que él interpretaba, que a ratos era el bueno y a ratos el malo, pero en todo momento radiando humor y alegría. Sentí mucho que quitara la obra en pocas semanas. Él me comentó que ello se debía al contrato que había establecido con el teatro.

En julio de 1997 nos reunimos en su casa para festejar el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en las elecciones del Distrito Federal. La reunión estuvo muy concurrida, había mucho entusiasmo, la popularidad de Cuauhtémoc estaba en su punto más alto y todo giraba en torno a las expectativas de un nuevo triunfo en las elecciones de 2000. Cuando llegó el tiempo del cambio de gobierno, supe que Cárdenas le había nombrado secretario de Cultura y me pareció una decisión verdaderamente afortunada; me platicó entonces de su proyecto para impulsar la lectura en la ciudad, estableciendo lugares y centros de cultura en todas las delegaciones del Distrito Federal, que 10 años después continúan siendo una alternativa para los jóvenes de la capital. La apertura de espacios para conciertos y festivales artísticos para toda la población fue otra de las innovaciones que hoy siguen siendo un factor de alegría y optimismo en esta terrible ciudad.

Alejandro era sin duda un apasionado de la cultura y deseaba que todo el mundo aprendiera a disfrutar la grata experiencia que es leer un libro. A ello había dedicado muchos de sus esfuerzos y ahora lo podría hacer en plenitud. Siendo secretario de Cultura le tocó organizar los festejos del inicio del año 2000; lo hizo bien y con pocos recursos. En ese tiempo estaba ya la campaña electoral, Rosario Robles le había pedido que continuara en su puesto cuando ella asumió la jefatura de Gobierno de manos del ingeniero Cárdenas.

A Rosario le tocaron días difíciles, las patrióticas y desinteresadas campañas de Televisa y de Televisión Azteca en contra de Cuauhtémoc para abrirle el camino a Vicente Fox estaban en su apogeo, parte de la estrategia era golpear a Rosario para dañar a Cárdenas. Alejandro actuaba como podía para frenar alguno de los golpes. En una ocasión organizó una reunión con periodistas y comentaristas de todos los medios y me invitó a ella, también estuvo Rosario.

Ella se sentía indignada por toda la basura que estaban lanzando en su contra las televisoras, algunas cadenas de radio y algunos comentaristas muy identificados con ellas. Durante la reunión, me quedó claro que casi todos los presentes simpatizaban con la labor de Rosario y que los ataques provenían directamente de los dueños de los medios. Después las cosas comenzaron a mejorar para ella y no tengo duda de que en buena medida el trabajo de Alejandro sirvió mucho.

Lo vi por última vez poco antes de que se fuera a España; nunca me imaginé que era una despedida, lo recuerdo aún con su sonrisa amable y su entusiasmo por la vida, haciendo bromas de sí mismo como suelen hacerlo las personas que han sido libres y saben valorar lo que la vida significa.

 
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