Usted está aquí: jueves 14 de agosto de 2008 Opinión Por Dios, por la patria y el rey

Miguel Marín Bosch

Por Dios, por la patria y el rey

Arrancaron los juegos olímpicos de Pekín. En la ceremonia inaugural desfilaron los más de 200 países (no todos son independientes) que participan en esta competencia deportiva cuatrienal. Cada contingente lo encabeza una persona que porta la bandera nacional. Detrás de cada bandera hay un mundo de historias personales.

En teoría los atletas participan individualmente, pero en la práctica lo que cuenta es el medallero, que se contabiliza por países. Con excepción de algunos casos notables, como puede ser el nadador Michael Phelps, el individuo es olvidado y lo único que se recuerda es el número de medallas que acumula un país.

Hay quienes critican a algunos participantes por no considerarlos representantes genuinos de la nacionalidad que ostentan. Es un debate que abarca muchos aspectos del deporte en el mundo. Pensemos en lo que ocurre hoy en México en torno a los futbolistas naturalizados y su eventual inclusión en la selección nacional. Aquí también se discute la pregunta de cuáles deben ser los criterios para escoger a los integrantes de una representación deportiva nacional.

En las Olimpiadas el atleta participa como individuo o parte de un grupo. Es seleccionado por un comité nacional que, se supone, es independiente del gobierno respectivo. En un principio sólo podían participar deportistas aficionados (amateur). Con el tiempo, y durante la presidencia del Comité Olímpico Internacional de Juan Antonio Samaranch las cosas cambiaron y se abrieron las puertas a deportistas profesionales.

Samaranch argumentó con éxito que las Olimpiadas deberían reunir a los mejores atletas, incluyendo a los profesionales. Ahí tienen a los tenistas y futbolistas y los practicantes de muchos otros deportes. Lo que muchos de estos atletas dejan de ganar durante su participación en Pekín lo recuperan mediante endosos de marcas comerciales.

En las últimas décadas ha aparecido otra tendencia, que pone en tela de juicio la idea de organizar las Olimpiadas por equipos nacionales. ¿Quién tiene derecho a ponerse la camiseta de un país? Aquí podríamos entrar en una discusión acerca de cómo se adquiere la nacionalidad.

En el caso de las Olimpiadas se han venido multiplicando los ejemplos de lo que algunos llaman atletas tránsfugas, mientras que otros defienden su amor al arte, considerando a los Juegos Olímpicos como un festival deportivo internacional, más que una prueba que exige envolverse en la bandera.

A Becky Hammon le gusta jugar basquetbol. Desde chamaca en su natal Dakota del Sur quiso destacar en el baloncesto. Y lo consiguió siguiendo el camino de tantos jóvenes estadunidenses en diversos deportes. Primero, uno trata de conseguir una beca de una universidad para desarrollar su juego. Luego busca la manera de ingresar a las ligas profesionales de ese deporte. Hammon tuvo éxito. Es una estrella en la WNBA, la liga femenil de basquetbol profesional de Estados Unidos. Pero no logró ser convocada para formar parte de la selección olímpica de su país.

Durante el receso de la WNBA Hammon empezó a jugar en la liga profesional rusa. El año pasado fue naturalizada y ahora juega en el equipo ruso femenil de basquetbol. Su sueño –dice– fue participar en los Juegos Olímpicos. La entrenadora de la selección estadunidense dijo que lo que había hecho Hammon era una falta de patriotismo.

Un ambiente de patriotismo presidió la ceremonia de entrega de la Eurocopa a España, hace poco. La selección española de futbol consiguió vencer a Alemania en la final del campeonato europeo y así vencer también un historial de tropiezos en competiciones internacionales. El estadio en Viena estaba lleno de ciudadanos españoles que bandera en mano festejaron el triunfo de su selección. Ahí estaba también el rey.

Los jugadores españoles desfilaron y luego se apiñaron en el podio para recibir su trofeo. Ahí estaba Marcos Senna, centrocampista nacido en Brasil, pero naturalizado español. En España no hay mucha discusión acerca de si Senna debió vestir o no la camiseta nacional.

¿Qué tiene de malo que un atleta naturalizado participe con el equipo de su nuevo país? ¿Qué pasaría si los once titulares de la selección nacional española de futbol fueran todos naturalizados? He ahí el temor de algunos comentaristas mexicanos acerca de la selección nacional de nuestro país.

Brasil, y en menor grado Argentina, producen gran número de futbolistas de primer nivel. No pocos encuentran cabida en los equipos de las distintas ligas profesionales de otros países, especialmente europeos. Muchos jamás serán convocados para integrarse a sus respectivas selecciones nacionales. Es natural que algunos acepten ponerse la camiseta de otro país.

Esta tendencia llegó a un extremo absurdo hace unos años, cuando Qatar ofreció la nacionalidad a tres futbolistas brasileños que jamás habían puesto un pie en ese país. Qatar simplemente quería aumentar sus posibilidades de calificar para el mundial de 2006. La FIFA intervino de inmediato y decretó que sólo jugadores naturalizados que hubieran vivido un mínimo de dos años en su nuevo país podrían integrarse a su selección nacional.

Las Olimpiadas, como otras competencias internacionales, están organizadas con base en el Estado nación. En Pekín hay más de 10 mil atletas, casi todos apegados a una bandera y un himno. Estados Unidos participa con unos 500 atletas, más de 30 de ellos naturalizados. Éstos incluyen a varios miembros del equipo varonil que corre los mil 500 metros. Uno es Lopez Lomong, quien fue escogido para portar en la ceremonia inaugural la bandera de su nuevo país. Lomong es un sudanés que pasó 10 años en un campamento de refugiados de Darfur. Acabó en Estados Unidos y el año pasado fue naturalizado.

Otro es Leo Manzano, hijo de un trabajador migratorio mexicano que llegó a Estados Unidos cuando Leo tenía cuatro años. La nacionalidad estadunidense le fue concedida apenas en 2004. Si Leo consigue una medalla, ¿quiénes aplaudirán más, los estadunidenses o los de su país de origen?

 
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