Usted está aquí: miércoles 13 de agosto de 2008 Opinión Medicina: ¿debe limitarse el uso del conocimiento?

Arnoldo Kraus

Medicina: ¿debe limitarse el uso del conocimiento?

Más orwelliano que mundano debe parecer el título de este artículo. La cuestión, por supuesto, tiene connotaciones y respuestas distintas dependiendo desde “dónde se formule”, “quién es el que pregunta” y “cuándo se inquiere”. Imposible pensar que la aparición de la penicilina, o el desarrollo de la vacuna para prevenir la poliomielitis, o el primer trasplante de órganos, o el uso de prótesis para remplazar caderas o válvulas cardiacas, o el descubrimiento del virus de la inmunodeficiencia humana, o un larguísmo o, hubiesen generado incomodidades.

Resulta obvio arropar esos inmensos descubrimientos y esas magníficas técnicas con términos como útil, ético y esperable. Son productos del conocimiento que, aunque lamentablemente no benefician a toda la humanidad, sobre todo por las condiciones de pobreza en las que vive la mayoría de nuestros congéneres, no tienden, en su esencia, a ser excluyentes o a colocar a un ser humano sobre otro. Los ejemplos señalados demuestran algunas de las vías por medio de las cuales la ciencia médica beneficia al ser humano.

Esas ideas deben leerse bajo dos supuestos. El primero es que la ciencia debería ser neutral. El segundo es que no existe conocimiento bueno o malo. Deben leerse también bajo la lupa de la realidad: el ser humano utiliza el conocimiento a su antojo y de un golpe puede eliminar la neutralidad de la ciencia. He escrito en más de una ocasión acerca del uso del conocimiento, no por falta de ideas –al menos eso me digo para consolarme–, sino porque creo en el valor de la repetición y en algunas de las ocasionales virtudes de la obsesión. Regreso al tema porque la cuestión, en medicina, ¿debe limitarse el uso del conocimiento?, se vincula con los temas fundamentales de pobreza, justicia distributiva y salud como derecho humano. Realidades que, por ser inapelables, abogan por los regresos.

En todas las ramas del saber la discusión acerca de los límites y el uso que se hace del conocimiento es fundamental. Ante el imparable crecimiento de la tecnología y el irrespirable incremento de la pobreza, en medicina, por ser la ética el corazón de la profesión, esa diatriba, siempre será vigente. Un caso actual para confirmar o rechazar las ideas expuestas; un ejemplo dentro de un piélago de bretes.

India ha sido santuario y meta para satisfacer muchas carencias occidentales. Junto con las discusiones acerca de la ética y de la ilegal legalidad del “turismo de trasplantes” se agrega una nueva cuestión: el alquiler de úteros con fines reproductivos. Desde hace algunos años, y ante la imposibilidad de alquilar madres, porque las leyes, en la mayor parte de Europa, no lo permiten –en Estados Unidos sí es legal, pero “muy caro”–, decenas de europeos con problemas de fertilidad arriendan madres hindúes para cumplir sus sueños. Aunque el alquiler de úteros atenta menos contra la ética cuando se compara con la compra de órganos –la adquisición de una córnea dejará inútil el ojo del “donador”–, el acto no es inane. Son varias las lacras.

Con la finalidad de tener mayores posibilidades de éxito, y debido a que en India no existen leyes sanitarias que regulen el número de óvulos a fecundar, se implantan hasta seis embriones, el doble que en otros lugares; aunque ese procedimiento augura mayor probabilidad de embarazo puede producir daños en la salud de la madre por el aumento en la estimulación hormonal. Por otra parte, la mayor parte del dinero que se paga es para los dueños de la clínica y no para las madres; asimismo, en algunas clínicas las madres pasan todo el embarazo encerradas y no se les deja salir. No sobra escribir que la mayoría pertenecen a las castas más bajas, lo que impide cualquier tipo de petición o reclamo; muchas quedan estigmatizadas por ser madres sustitutas.

Las razones de esas lacras las sabe Perogrullo: en India, la pobreza abarata los úteros y las vidas, por lo que los “negocios biológicos” pueden florecer. Ya que este “negocio biológico” mueve 445 mil millones de dólares al año, es muy improbable que el gobierno hindú lo cierre. A los sinsabores anteriores agrego otro: ¿habrá quien se preocupe por el dolor o las repercusiones anímicas que pueda sufrir la madre alquilada tras ceder al bebé?

El menor costo de los úteros indios ha generado un término, que se incluirá en el Diccionario de las infamias del ser humano, y que describe bien el valor del dinero occidental y el poco aprecio que se da a las vidas y a los sinsabores de los pobres: colonización biológica. Mi inquietud, en medicina, ¿debe limitarse el uso del conocimiento?, encuentra respuesta en esa idea: vivimos la era de la colonización biológica y de la desmemoria ética.

 
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