Usted está aquí: martes 12 de agosto de 2008 Cultura Julio Galán en San Ildefonso

Julio Galán en San Ildefonso

Teresa del Conde/ II

A Julio Galán le disgustaba que se le comparara con Frida Kahlo. Tenía razón: su momento histórico es otro y sus inquietudes y tribulaciones no fueron físicas, sino síquicas. Pero de que existen analogías, eso ni duda cabe.

Aun cuando su efigie no esté en la tela, el autorretrato o sus atributos simbólicos pululan a lo largo de toda su producción, además de que él también murió a los 47 años y su índole de personaje es patente en videos, fotos fijas y figuras relevantes con las que se relacionó, ya se tratara de Johnny Depp que de Andy Warhol o Isabella Rosellini.

Claro está que la selección de imágenes que complementan la exposición por medio de videos es obra del curador Guillermo Sepúlveda, quien aparece varias veces en escena.

Galán mantuvo gustosos nexos con personajes de alcurnia  intelectual, como Sergio Pitol, Ida Rodríguez Prampolini, Carlos Monsiváis y Francesco Pelizzi, entre otros.

Francisco Toledo accedió a posar con él en una fotografía tomada en Oaxaca, cuando tuvo lugar su exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (Maco), a la que asistió  con uno de sus estrafalarios atuendos, aunque ya no era el joven guapo que algunos conocimos a sus 24 años, pues su volumen se había incrementado de modo considerable.

En mi texto anterior comenté las glosas indirectas que deparan algunos de sus autorretratos. Hay otras, como la del San Juan de Ingres (Museo de San Carlos), convertido en una supuesta muchachita con traje rojo que no es tal. El rojo de ese autorretrato disfrazado está sólo en los labios.

Algo similar ocurre con el famoso cordero de Zurbarán. Aquí, el título Retrato de María Elisa Romo, su madre, obedece al letrero que aparece en el centro superior de la composición. El borreguito posmoderno, cruzado de vendoletes negros y con ojo lacrimoso, ¿es símbólico de la psique materna? A saber.

La faz de María Elisa tomada de una fotografía aparece “decapitada” (sin cuello) 22 veces en una tela de 1999. El rostro de mayores dimensiones, al centro de la composición, ostenta una P en la frente y en la mejilla se incrusta la carita de Julio niño acotada por los puntos cardinales. Un cable de lágrimas une los lacrimales de ambos, de modo que cualquier referencia freudiana resulta superflua, cuantimás que hay letreros integrados en rojo: “Stay as you are” , “tengo a Dios por testigo”, “tanto esperar. Ya nunca volveré a vivir”. Esa tela de las  cabezas idénticas, todas distribuidas en distintas escalas, mide 190 x 130. Stay as you are (quédate como estás) es, en este caso, un mensaje por lo menos ambiguo, porque desde el ángulo lingüístico literalmente    enuncia que el deseo del hijo es  que la madre muerta permanezca sólo así: como imagen reiterada, pintada en una tela.

Sus creaciones no son interpretables de causa a efecto, pero sí ofrecen algunas deducciones que saltan a la vista. Los grafismos en el autorretrato Volveré por ti (con Dios), 2001, están referidos al pintor y grafitero Basquiat.

En el cuadro de la Última cena (130 x 380) de la galería Thaddaeus Ropac, la agrupación obedece al Cenáculo de Leonard, excepto por la figurita encaramada en primer término, ubicada como Judas en representaciones de otros pintores. Se titula No tengo hambre. La mano derecha del diminuto comensal descalzo, pero trajeado a la moda, avanza sobre un plato del que mana sangre. El efecto en forma de reflejo propio de esa pintura, denota la soltura que  Galán podía lograr cuando así se lo proponía, si bien todos los objetos y viandas que hay sobre la mesa están representados acuciosamente. En el autorretrato  Necesitado de amor (1998), con atuendo y kepis militar, tipo segundo imperio, el personaje llora y mira de reojo sin que su mirada encuentre la del espectador. Los pliegues donde se encontraría la bragueta del pantalón bombacho están teñidos de color rosáceo, como si los genitales cubiertos traspasaran su rubor a la ropa.

La parafernalia de tapices,  bisutería, cuadros viejos, etcétera, que Julio Galán coleccionaba en su estudio, tan atiborrado como lo fue el de Francis Bacon, le servían como adherencias tipo collage y siempre las integró con suma pericia y aliento del mejor kitsch.

No olvidemos que el sondeo kitsch de la nostalgia en México despunta hacia finales de los años 50 con Xavier Esqueda. También hay ecos de este pintor en el modo como Galán traspone objetos y plantas a sus telas en modalidad hiperrealista.

 
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