Usted está aquí: miércoles 6 de agosto de 2008 Opinión Llamada a los campos

Baldemar Velázquez/V*

Llamada a los campos

31 de julio
Cada día me organizo más; hoy recordé poner dos botellas de Gatorade en el contenedor con hielo para complementar mi consumo de agua. Este granjero cumple con todas las normas de sanidad en el campo y tiene agua en abundancia, pero nadie usa el sanitario portátil si no es de veras urgente. Hace demasiado calor allí dentro, pero de todos modos jalamos todo el día ese objeto pegajoso en un remolque. Un trabajador me preguntó por qué hacía falta. Le aseguré que en otras partes del estado y del país no hace tanto calor como aquí, pero además hay mujeres jornaleras; por eso es necesario. Le conté lo difícil que era para mi mamá y mis hermanas cuando trabajábamos en el campo y ellas tenían que buscar lugares en las milpas o en el bosque, o en algún sitio aislado. Le dije que se necesitaron 12 años de audiencias para que nosotros los mexicanos y otros campesinos finalmente lográramos que un juez federal emitiera la orden. Es vergonzoso saber que algo así estuviera en el centro del debate sobre políticas públicas durante tanto tiempo.

Era imposible mantenerse de veras hidratado con un calor que según mis cálculos andaba cerca de 40 grados. Y si no, los campos en los que estábamos lo hacían más intenso, porque estábamos rodeados de zonas boscosas y no soplaba brisa. Volvimos a ponernos las bolsas de plástico y tuve el tino de quitármela luego de la primera ronda. De todos modos ya para las 8:30 AM la parte de arriba del pantalón estaba empapada de sudor. Es fácil ver por qué hay hombres que fallecen por golpe de calor. El cansancio puede ser agravado por la nicotina que, gracias a Dios, no me ha afectado. Rudy, El Caballo y El Niño me contaron que hace tiempo unos hombres se pusieron tan enfermos que tuvieron que marcharse el primer día. Al terminar de trabajar vomitaban verde y se espantaron; creían que iban a morir.

Mi hija, Christiana, vino hoy para tomar fotos por si alguien no cree que estoy haciendo esto. Tuvo mucho éxito entre los hombres. Al principio se mostraron tímidos, como si hubieran olvidado hablar frente a una mujer, pues no han visto a sus esposas e hijas desde mayo, abril o antes. Luego se relajaron y para cuando se fue, le dijeron adiós agitando ramitos de las lindas florecillas color de rosa que arrancaban de los tallos de tabaco.    

Observé que el momento más desgastante puede llegar a cualquier hora entre las 9 de la mañana y las 4 de la tarde. Entonces los observo de veras extenuados, según cuánto tiempo lleven sin hacer pausa, debido sobre todo a la longitud del surco. Ayer tomé mi Gatorade a eso de las 2:30 o 3 de la tarde, e incluso una pausa de cinco minutos para hidratarme me cayó bien. Hoy puse dos botellas en el refrigerador; tomé una a las 10 de la mañana y la otra a las 2 de la tarde. No quiero ser vulgar, pero cuando practicaba atletismo en secundaria media mi grado de hidratación según el color de la orina. Si era muy amarilla, necesitaba más agua. No me hidraté en verdad hasta que regresé al campo, donde tome más agua y otra botella de Gatorade. Lamenté no haber traído un ánfora para este viaje. Puede que la idea tenga mérito como norma para los trabajadores del tabaco.

Hoy volví a comer pollo porque ayer no me fue muy bien con el sándwich de bistec. Me costó trabajo digerirlo con el intenso calor al que estuvimos sometidos. Me puse a soñar despierto que comía un espagueti con carne molida y salsa de jitomate, ¡y de postre una fruta! Fue un bonito sueño en lo que masticaba mis trozos de pollo, pero al menos nos dieron sandía. El granjero tiene siembras de melón y sandía entre los campos de tabaco. En los dos días pasados ha venido a visitarnos. Le gusta charlar y siempre anda en uno de esos cuatriciclos recreativos. Presume de sus sandías y también de otros cultivos de jitomate y chiles jalapeños. No tuvo que decirnos dos veces que tomáramos lo que quisiéramos.

Me siento bastante entero, fuera de una quemadura de sol en la nariz y en la cara, algo de ardor en tobillos y pantorrillas, e hinchazón en las manos. Dicen los hombres que el ardor es por la tierra y el polvo que se meten debajo de los pantalones cuando arrancamos los tallos de quelite. Me duelen las manos, pero es natural por la labor de despuntar las plantas y arrancar los quelites.

Aunque ha habido momentos difíciles por el calor, la actitud de los hombres de ayudarse unos a otros significa una gran diferencia. Cuando uno insiste en hacer la pausa para tomar agua, los que terminan primero regresan a ayudar a los demás. Esto me ha ayudado, porque desde el principio de la semana he batallado para mantener el paso. Conforme me he ido habituando a saber qué buscar he podido mantenerme al parejo, sobre todo en surcos llenos de quelites. Recuerdo cada vez más cómo lo hacía en mi juventud y he recobrado mi eficiencia en ese aspecto.

Poco después de las 3 de la tarde tuvimos el alivio de que una nube se cernió sobre nosotros mientras al noreste estallaba una tormenta. Más tarde comenzó a llover. Fue la vez que más temprano abandonamos la labor. No creo que fueran ni las 4 PM. Como regresamos temprano al campamento, pude lavar mi ropa con un poco de detergente que me regaló El Caballo para la lavadora que el granjero tiene allí. Llevé cuatro camisas y hoy me puse la última. Siempre alguien me invita a compartir su comida y hoy El Caballo preparó carne con papas fritas, frijoles y una salsa pico de gallo mientras yo lavaba. Luego de colgar la ropa en el tendedero, ¡me esperaba una deliciosa comida!

* Presidente del FLOC

Traducción: Jorge Anaya

 
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