Usted está aquí: jueves 31 de julio de 2008 Opinión Navegaciones

Navegaciones

Pedro Miguel
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■ Topología de la puerta

Es y no es la misma palabra cuando las huestes bárbaras llegan a las puertas de la ciudad que cuando toco a la puerta de tu corazón que cuando se abren las puertas del cielo que cuando te pillas los dedos en la puerta, y además, metáforas aparte, las hay de muchas clases: las de la muralla urbana, las giratorias de los edificios públicos, las de las casas pobres, las de un armario, las de cristal, las deslizantes, las operadas por control remoto, las automáticas de los aeropuertos.

Pero hablemos por hoy sólo de una. Tomemos, de entre todas estas máquinas, la puerta básica, la forma rectangular instalada en la oquedad ligeramente mayor de una pared, a la cual se fija por medio de un marco y de unas bisagras que le permiten girar, entre 90 y 180 grados sobre un eje situado en uno de sus cantos y en una sola dirección, es decir, abatiéndose hacia uno de los espacios que vincula. Esa clase de puerta sintetiza y simboliza el funcionamiento de todas las puertas, es decir, es la válvula que permite modular el tránsito humano entre dos espacios distintos.

En esta clase de mecanismo la puerta demarca el fin del espacio de la pared. En la continuidad del muro es una ruptura, una anomalía y una excepción. Si no hay paredes, la puerta no tiene razón de ser, salvo para efectos rituales y simbólicos. Sin puertas, los muros se convierten en entidades perfectas y absurdas, en espacios inhabitables que constituyen la negación del espacio porque no se puede estar ni ser en ellos, y las criaturas dinámicas poseen un ser y un estar dinámicos que se conjuntan en el transitar que colma los tiempos y los espacios circundantes. Si sólo hay muros, no se puede existir en los ámbitos que los rodean. Si no hay muros, los espacios pierden su especificidad y se disuelven. El espacio que habitamos requiere de ambos elementos en tensión perpetua: paredes y puertas.

En este universo la puerta es, pues, una singularidad en relación con la pared. Este hecho puede reflejarse claramente en la frase “sólo puedes pasar de una habitación a otra a través de una puerta”; es decir, el espacio es cerrado e inexpugnable y en él las puertas son entidades extraordinarias. Incluso desde un punto de vista cuantitativo (tomando en cuenta las magnitudes de superficie que ocupan una y otra), la continuidad de la pared es la norma, y la puerta, la excepción.

La puerta es y no es parte de la superficie continua del muro. Es una porción de pared capaz de moverse sobre un eje, lo que le da la aptitud de negarse a sí misma y convertirse en una “no-pared”, en hueco, en oquedad, en ausencia de muro. La condición indispensable es que esta porción de muro pueda transmutarse de una situación a otra, es decir, de ser un muro temporal de condición (paso de muro a no-muro) reversible.

Por ahora dejemos de lado a la ventana, semipuerta aligerada de atributos que articula dos espacios sólo de manera parcial, que hace soñar con el tránsito y llega únicamente a la contemplación. Desde el punto de vista de la percepción, antes que otra cosa la puerta (al igual que la pared) es un símbolo que demarca un espacio, que conforma su borde y, probablemente, el inicio de otros. A semejanza del muro, este símbolo se presenta a nuestros ojos como una entidad de dos dimensiones. La ventana hurta al entorno mucho de su profundidad. La puerta, por el contrario, aporta tridimensionalidad al lugar en el que se desempeña.

La paradoja básica de una puerta es su capacidad de romper esta apariencia bidimensional, de mera superficie, con un movimiento en la tercera dimensión que, cuando ocurre, la realiza y le da sentido.

El sujeto puede irrumpir por una puerta, pero para que ello ocurra es preciso que, antes, la batiente de la puerta irrumpa en una dimensión a la que hasta entonces era ajena. Se evidencia, con esta irrupción (la de la puerta), la tridimensionalidad del aparato, condición que nos permite utilizarlo no sólo para ver a través de él sino también para transitar por él. Incluso en esta segunda acción la tercera dimensión de la puerta (el espesor de su hoja) no es fácilmente perceptible y en esa paradoja se fundamenta el carácter mágico que le asignamos. Los estados de la puerta han de ser transmutables. La porción de muro tiene que ser capaz de afirmarse como tal (puerta cerrada, división en el espacio) y de negarse a sí misma (puerta abierta, unión del espacio).

Para recapitular: el muro es una superficie que delimita el espacio. De ella, una porción cuadrangular, a su vez delimitada por un marco, posee la virtud especial de negarse a sí misma, de abatirse, de de- saparecer (al menos, de desaparecer del plano general del muro); pero esto es una mera apariencia. En la realidad, una puerta es un aparato mucho más complejo, si atendemos a las partes que la integran.

1.- La hoja o batiente (pueden ser más de una) es un cuerpo sólido de superficies básicamente planas, de tres dimensiones dramáticamente desproporcionadas entre ellas, que se extiende en la vertical y la horizontal y que se condensa en la transversal. Así, una puerta típica que tenga 100 unidades de alto, tendrá sólo unas 40 unidades de ancho y apenas dos unidades de espesor; en relación con las otras, la tercera dimensión es tan reducida que parece no existir y por eso la puerta da la impresión de bidimensional; de una membrana, o tal vez de menos: de un marcaje simbólico. Pero la puerta es más que una superficie: es, en realidad, un aparato complejo cuya pieza mayor gira sobre uno de sus vértices.

2.- El marco de la puerta es, normalmente, un conjunto inmóvil de tres cuerpos alargados, unidos entre sí en forma de una “U” invertida. La abertura de este conjunto ha de ser mayor de un lado que del otro, a fin de permitir el movimiento de la puerta en un sentido e impedirlo en el contrario, a menos que se trate de puertas batientes. El marco está anclado al muro de forma permanente, y unido a la puerta por medio de dos tipos de elementos móviles:

3.- Las bisagras, que a su vez se componen de tres partes: la plancha del marco, la plancha de la hoja y el perno, que une a las anteriores y que es el único elemento dotado de cierto movimiento libre. Las bisagras unen uno de los vértices de la hoja con uno de los lados del marco de manera permanente.

4.- El conjunto de manija y cerradura, que constituye a) un asidero para jalar y empujar al conjunto y que b) fija el extremo opuesto de la hoja al extremo opuesto del marco.

Las dimensiones de la puerta se definen en función de lo que ha de transitar por ella. Como en este caso hablamos de la puerta común y corriente del recinto humano, está hecha a la escala de nuestros cuerpos. Este hecho puede denotarse por la frase siguiente: “Si mi cuerpo no cabe en ella, entonces no es una puerta”.

Las proporciones de la puerta simplifican y simbolizan las del cuerpo humano. La rigidez y sencillez de su forma cuadrangular evoca la complejidad y la libertad de movimientos de una persona que transita por ella. Sin embargo, la escala es una forma abstracta de relacionar al cuerpo humano con el rectángulo, y en los hechos no puede encontrarse ninguna relación específica entre las proporciones del cuerpo y las de la puerta. Se trata de una ilusión óptica y de una ilusión cultural.

Esta falsa afinidad morfológica está presente también en los otros dos aparatos rectangulares, muy presentes en la cultura, que también sirven de marco al cuerpo humano: el lecho y la tumba. En la primera apenas puede hacerse algo más que descansar, holgar y amar; la tumba sólo sirve para marcar el sitio de la ausencia a unas cuantas generaciones posteriores, y hacia su tripulante, para pasar la muerte al abrigo de la intemperie. En relación con ellas, la puerta, único vertical de esos tres rectángulos, está llena de verbos y es un cruce de múltiples relaciones: sus estados (abierta, cerrada, entreabierta, entornada, asegurada, atascada) y los de quienes se encuentran en uno y otro lado permiten definir algunos: entrar, salir, guarecerse, encerrar, verse atrapado, irrumpir, invitar, ser invitado, transitar, ser libre, estar preso, liberar, dar abrigo, ser carcelero, condiciones y acciones que ameritarían una reflexión aparte. Por ahora, abramos una puerta, la que sea, y atrevámonos a pasar por ella.

 
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