Usted está aquí: jueves 31 de julio de 2008 Cultura El 27

Olga Harmony

El 27

Por una serie de problemas, entre los que sin duda se cuentan el extraño empalmamiento de escenificaciones en la Muestra Nacional de Teatro del año pasado, no vi El 27, la obra que representó a Tijuana con el grupo El Ático y lo lamenté por algunos comentarios muy favorables a dicha obra y su escenificación. En la capital acaba de dar dos funciones dentro de la breve gira que hace por algunos estados del país y escribo estas líneas con la convicción de que sería importante y fructífero que se le diera espacio y publicidad suficiente para que la viera un mayor número de espectadores. El tema principal del texto de Enrique Saint Martín es la memoria, metáfora que se puede extender a la memoria colectiva que no debe olvidar algunos hechos de nuestro pasado reciente para que no vuelvan a ocurrir, en este caso sería la matanza del Jueves de Corpus en 1971, aunque desgraciadamente han existido y existen represiones contra los jóvenes contestatarios. Saint Martín, quien además de dramaturgo es director y actor, destaca esta vivencia generacional junto a la burocracia y abuso de los hospitales particulares, como éste en que fue recluido Pepe que pasa a ser meramente “el 27” a lo largo de sus trece años vegetativos y aun después de despertar amnésico y al que se da de alta tras otros tres años porque la millonaria suma que alguien depositó para que fuera atendido ya se ha agotado. Se le busca departamento, se le encuentra un trabajo y se le deja solo para que luche para recuperar la memoria tras el trauma sufrido.

Un choque eléctrico en el aparato de sonido de su departamento, lo desmaya y le trae a su pasado, también sin memoria, para ayudarlo a recuperarse de su amnesia. Ese pasado es un encantador hippie bastante desmadrado, lo que hace temer que en el rencuentro del protagonista con lo olvidado se dé cuenta y nosotros con él, de que es todo lo que odiaba a los veinte años. Afortunadamente, el autor está muy alejado de los clichés y la tremenda sentencia de Pacheco no se cumple con su personaje, lo que da lugar a otros avatares cómicos aunque muy serios en lo profundo y que, insisto, si alguna vez el grupo tiene nuevos horarios y espacios para esta escenificación en la capital, el posible lector podría ver y seguir. Quizás los otros personajes, la psicóloga (Nadia López), el médico (Manuel Hernández, quien también dirige) y sobre todo Federico (Cristóbal Dearie) sean un tanto prototípicos, pero cumplen su cometido dentro de la historia de Pepe (el propio autor, Enrique Saint Martín)

En una muy sencilla escenografía diseñada por Jesús Quintero que cuenta sólo con lo indispensable para ser el pobre departamento del enfermo, destaca el aparato de sonido porque la música –en musicalización del autor y del director– cuenta enormemente para retroceder en la memoria hacia el inicio de los años 70 con las canciones en boga, que en un momento dado bailan con gracia el Pasado y el propio Pepe, recuperando al imitar los pasos, jirones de sus recuerdos. Manuel Hernández resuelve las escenas del hospital presentando casi en proscenio, iluminados, al Dr. Garduño, la Lic. Moro y Federico, que hablan de frente al público y nos dan los primeros datos de ese paciente de alto IQ, con posible esquizofrenia y violencia latente –un buen ardid dramatúrgico porque los espectadores ignoran a dónde los llevará la trama, que puede ser un pasado tenebroso el personaje– antes de que lo conozcamos en su presente y en ese pasado que alucina. Los equívocos que se dan porque los otros personajes, Federico y la psicóloga que visitan al paciente, no pueden ver al irreverente hippie, están dados con gracia y acierto por director y actores, así como la escena del archivo en el hospital, en donde la vuelta del pequeño sofá y la oscuridad rota por las linternas, propician el ambiente. También la escena de la golpiza, en donde Saint Martín se desdobla para actuar al represor, que dará la clave final del motivo de los estados de coma y amnesia del protagonista que por fin hace las paces con su pasado –ya en la forma de una blanca presencia– es un acierto de la buena dirección, de este muy recomendable texto.

 
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