Usted está aquí: lunes 21 de julio de 2008 Estados “En la lucha popular hay que ser terco”

■ Doña Mere, símbolo de justicia en Chimalhuacán

“En la lucha popular hay que ser terco”

René Ramón (Corresponsal)

Ampliar la imagen Hay que dar hasta que duela, afirma Emerenciana López Martínez, ganadora de la presea Isidro Fabela, otorgada al mérito ciudadano Hay que dar hasta que duela, afirma Emerenciana López Martínez, ganadora de la presea Isidro Fabela, otorgada al mérito ciudadano Foto: René Ramón

Chimalhuacán. Méx., 2 de julio. Emerenciana López Martínez se ha convertido, en el último cuarto de siglo, en la única esperanza para los pobres de este lugar para quienes no existe la impartición de justicia. Pese a que estudió sólo la primaria, es respetada por policías, agentes ministeriales, jueces y organismos internacionales, y todo gracias a su labor altruista.

Hoy está sola, enferma, vive en la pobreza y con los años encima ya piensa en el retiro en su vivienda. Esta mujer longeva, ganadora de la presea Isidro Fabela, otorgada al mérito ciudadano. Ahora quisiera el apoyo de sus hijos a quienes, reconoce, descuidó durante estos años de lucha, donde no obtuvo gratificación alguna, lo cual, dice, no espera, pues “hay que dar hasta que te duela; sino, mejor no das nada”.

Pese a su estado de salud, la mayor preocupación para la originaria de San Luis Acatlán, Guerrero, es morir y que se pierda el trabajo que logró consolidar en la defensa de los derechos humanos y la familia. “Yo quisiera que alguien aprendiera, que se enseñara; pero la gente trabaja por dinero. Yo no tengo un salario; pero cualquier persona pasa a verme y me deja 20 o 30 pesos y después de casi tres décadas estoy haciendo mi casa, pero así –enferma– se me hace que ni siquiera la voy a estrenar.

“Y no falta quien me dé arena, grava, cemento o algunos pesos, pues la gente sabe que yo trabajo a la hora que me busquen”. Dice que no sabe a cuánta gente ha ayudado, aunque menciona algunos casos: “una niña abandonada vivió conmigo más de 18 años. También seis chamacos adoptivos, pues el papá dejó a la mamá y a los niños. Ya crecieron, una se casó y se fue a vivir a Acapulco. Otros están en Estados Unidos y me hablan, yo con eso me conformo”, dice.

Menciona que sí ha puesto en peligro su vida pues “hay gente que cree que uno lo hace por maldad”. Dice que cuando ayudó a una señora, su esposo llegó con pistola en mano, y gritaba “¡salte!, ¡salte!” Yo le dije aquí no escondemos a nadie, que su mujer “se vino a refugiar aquí por sus fregaderas”.

–¿Qué la hace diferente a un abogado?–

–El abogado hace su trabajo, hace lo que puede y cobra su dinero. En esto de lo social hay que ser terco. –“El abogado nada más (llega) hasta donde puede y uno como defensora popular trabaja muchas cosas que el abogado no trabaja. –“Yo no dejo los casos hasta que se solucionan; ahí está el caso del Pista –un extinto asesino serial– que al salir de la cárcel otra vez traía su lista y decía que yo era la primera, pero Dios no se lo concedió, lo mataron y, ¡zas! se acabó.

Dice que desde que vivía en Guerrero le gustaba servir a la gente y que hizo lo mismo cuando llegó a vivir a Santa Elena: “empecé a organizar a las mujeres, pues los hombres se iban a trabajar, nos quedábamos solas, andábamos detrás de las pipas de agua potable. En esa época Gilberto de Jesús Peralta González, de 19 años de edad, era comandante de la delegación de Santa Elena, y fue cuando empezaron los asaltos y las muertes”.

Señala que su lucha le ha permitido viajar, conocer a otras mujeres preparadas que luchan. Ha viajado a Cuba, Guatemala, El Salvador, y a Nueva York y Washington, en Estados Unidos.

Reconoce que su salud no es buena: “ando mal de mí estómago, de mis riñones, tengo 18 años de diabética”. Menciona que quisiera dejar su legado a Rocío, su hija, que vive en Estados Unidos, “porque es luchona, porque no hay como una mujer para esto”. Se necesita que sea una mujer porque a un hombre, ¡lo matan!”

 
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