Usted está aquí: domingo 20 de julio de 2008 Deportes El boxeo y la cárcel han curtido mi vida, dice el campeón Leyte

■ Tras superar cuatro ingresos a prisión, el púgil conquistó el título nacional gallo

El boxeo y la cárcel han curtido mi vida, dice el campeón Leyte

■ “Para no enloquecer durante los encierros me olvidé de los guantes”, señala

■ Este cetro es mi cumbre deportiva y un premio a la existencia, define el gladiador de la colonia Buenos Aires

Juan Manuel Vázquez

Ampliar la imagen Ramón Leyte entrena en el gimnasio Latinoamericano, en La Merced Ramón Leyte entrena en el gimnasio Latinoamericano, en La Merced Foto: María Luisa Severiano

Entre las celdas del Reclusorio Norte y los encordados Ramón Leyte ha curtido su carrera como boxeador y, pese a las dificultades de su experiencia, afirma que si volviera a nacer no dudaría ni un momento en elegir el oficio de los guantes, sobre todo ahora que por fin ha alcanzado lo que considera su cumbre deportiva y un premio a la vida: el campeonato nacional de peso gallo.

“Las circunstancias me han obligado a llevar una vida difícil y contra todo eso me he levantado. Como dicen en la cárcel: lo que no te mata te fortalece, y esas experiencias me han hecho madurar. El boxeo y la vida me han curtido”, cuenta el púgil de 35 años a La Jornada, durante la entrevista en las instalaciones del gimnasio Latinoamericano, en el emblemático barrio de La Merced.

La piel se le endureció en las calles de la colonia Buenos Aires y en los repetidos ingresos al Reclusorio Norte, en total cuatro: dos en 1991, por robo y lesiones; otra, la más prolongada, de 1998 a 2000, por los mismos delitos, y la última, en 2006, luego de un incidente de tránsito donde, relata, fue acusado de tentativa de robo por sus antecedentes penales y por lo cual pasó cinco meses recluido.

“Me costó mucho salir de este último proceso, que duró bastante, incluso después de mi liberación. Eso afectó mi carrera porque ya llevaba un paso y anímicamente me hizo decaer”, dijo el monarca.

Entre cada ingreso, el boxeo fue un sueño casi imposible ante las dificultades para llevar una trayectoria constante en un deporte que exige demasiada dedicación y sacrificios, por lo que su carrera ya no pudo tener la continuidad para aspirar a escenarios más importantes.

Respeto en el barrio

Desde pequeño Leyte tuvo que acostumbrarse a pelear contra las cuerdas, pues creció en una colonia donde el respeto es un título que se disputa diariamente y donde el entorno hace difícil la convivencia.

“Siempre busqué que me respetaran, no que me tuvieran miedo, sólo que me respetaran, pero en ocasiones sólo pude conseguirlo con base en la fuerza bruta”, confiesa.

No obstante, Leyte no reniega del barrio en el que nació y en el que aún vive; por el contrario, afirma que está orgulloso porque se debe a él, y aunque ha vivido muchas experiencias desagradables en esa colonia, asegura que también acumula muchos recuerdos entrañables.

Con el rostro cruzado por las cicatrices que le dan un aspecto de fiereza, pero que contrasta con la cortesía y el cuidado al elegir sus expresiones, el boxeador explica que la mayoría de esas marcas son accidentes de la vida y muy pocas son resultado de los combates entre las cuerdas.

“Esta cicatriz –muestra una marca de casi 10 centímetros sobre una ceja– no sé si me la hicieron con una punta que llevaban o con el azotón que me dieron en el piso del baño unos reclusos con los que tuve un problema, porque como sabían que era boxeador me llegaron varios y me defendí como pude”, cuenta mientras oscila una figura de la Santa Muerte sobre su cuello.

Para no enloquecer durante los encierros, recuerda, se olvidó por completo del boxeo, para no estar pensando en lo que pasaba afuera o en lo que ya no podía hacer. “Me dijeron: tienes que vivir tu cárcel, o sea, vivir la realidad, y eso me ayudó a aceptar la situación y aprender a estar allá adentro”. Por eso sólo se ejercitó en prisión como forma de supervivencia: para ganar respeto entre los reclusos y de esa forma evitar problemas.

“Hice ejercicio y me puse fuerte, para que cuando me dieran en la mía les costara trabajo. No lo hice para mantenerme en forma en el boxeo”, porque ahí todo sirve de pretexto para estar en conflicto, advierte.

“Viví tranquilo, sin problemas con el personal de seguridad y custodia, lleve una conducta recta, porque para convivir ahí hay que eludir los problemas; de la nada se compran años de condena y en segundos te pueden abrir un proceso”, explica.

Retoma los entrenamientos

Más tarde se acogió a la prisión en externación en el penal de Santa Marta Acatitla, con la cual se le permitió salir a las 5:30 de la mañana y volver a más tardar a las 20:30. Eso le devolvió la ilusión por el deporte de los guantes y pudo regresar a los entrenamientos, aunque sin pensar en los combates.

En junio de 2007 abandonó una vez más la prisión y un mes más tarde estaba otra vez sobre el ring, esta vez decidido a recuperar el tiempo perdido para consolidar su atropellada carrera como boxeador.

Después de tantos tropiezos, el fruto a su dedicación llegó apenas el 3 de julio pasado en la ciudad de México: a los 35 años de edad Ramón Leyte cumplió su sueño al obtener el campeonato nacional gallo ante Eduardo García por la vía del nocaut en el sexto asalto, lo cual abrió una nueva esperanza en su futuro.

“Mi carrera ha sido muy dura porque he tenido muchas adversidades y las circunstancias me impidieron que yo destacara como tantos compañeros”; sin embargo, dice que pese a los obstáculos no se siente frustrado.

La memoria no lo engaña, afirma, y revive uno a uno combates ante peleadores que le dieron algunos momentos de gloria: Hugo Dianzo, César Bazán, Tomás Gusano Rojas y sobre todo Carlos Campos, a quien arrebató el cetro supergallo del mundo hispano en 2006, su primer título.

“Me puedo morir porque ya hice todo en el boxeo. Estoy satisfecho y me siento pleno porque he logrado cosas que jamás había imaginado y que a la mejor ni merecía”, admite.

“Después de todo esto, siento que me va a llegar una oportunidad para pensar en un título mundial y haré hasta lo imposible por aprovecharla”, dice emocionado.

Ya son muchos años sobre los cuadriláteros y muchas cicatrices en la vida, pero Leyte ahora sí tiene lo que siempre quiso, y aunque no vive del boxeo está contento porque en adelante, afirma, lo que venga ya será una victoria.

 
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