Usted está aquí: domingo 13 de julio de 2008 Sociedad y Justicia Mar de Historias

Mar de Historias

Cristina Pacheco

Las vacaciones de Hillary

Siempre a estas alturas del año la señorita Hilaria se muestra un poco menos adusta, señal de que sus vacaciones se acercan. Por anticipado la ilumina el sol de alguna playa adonde nos dice que piensa acudir; aunque por lo general, a última hora opta por algo más sencillo y barato: pueblear.

Cuando regresa les trae obsequios a sus compañeras de trabajo: piezas artesanales, dulces pegajosos, chucherías con los nombres de restoranes y merenderos. A nosotros, los que asistimos a la Casa de Medio Camino, también nos da regalos. Invariablemente son rosarios de semillas y estampitas de niños santos y mártires. No sé si por fervor o porque es olvidadiza, siempre elige las mismas; pero igual se le agradece.

Comprar esos obsequios le roba minutos a su pasión por fotografiarlo todo. Parecería que Hillary, como prefiere que la llamemos, sólo puede ver y registrar el mundo a través de una lente fotográfica. Ya podría hacerlo con su teléfono celular, pero no se acostumbra a ese medio, no cree que las imágenes que después se trasladan a un disco sean tan duraderas y reales como las otras.

Desde que la conozco, hace nueve años, Hillary ha progresado mucho como fotógrafa. En los encuadres, a sus modelos ya no los decapita ni les mutila los pies. Las iglesias, conventos, caseríos y paisajes –sus temas predilectos– ya no requieren de las explicaciones complementarias: “a mi cúpula le falta el campanario porque tomé la foto desde muy cerca, pero les aseguro que era como de filigrana”. “Aquí sólo se ven los arcos del claustro, lástima que no se alcancen a distinguir los frescos en las paredes”. “Ese árbol lo tomé en Teotitlán. Si hubiera abierto más mi toma habría captado también el paisaje montañoso del fondo. ¡Algo impresionante! Al verlo me sentí tan pequeñita como una hormiga y lloré de emoción.”

Después de dos semanas, cuando Hillary vuelve de sus recorridos, pasamos tardes completas viendo sus fotografías y haciéndole preguntas. Observar las escenas que captó refresca su memoria y la motiva para rendirnos un informe muy amplio acerca de costumbres, platillos, músicas, alojamientos, fiestas patronales. Se refiere también a los abusos y las incomodidades que padeció, pero lo dice de buen humor porque logró superarlas.

Al hacernos toda esa relación, Hillary se siente orgullosa, importante, y nosotros, tan satisfechos como si también hubiéramos ido de vacaciones en vez de habernos quedado en la Casa de Medio Camino frente a la tele, dando vueltas por los corredores, jugando damas chinas o leyendo en los periódicos noticias espeluznantes.

II

Este año Hillary no ha dicho adónde piensa ir. Su silencio nos dio motivo para hacer especulaciones que incluyen desde la crisis económica, una visita inesperada y un compromiso impostergable, hasta un secreto romance. La enfermedad quedó descartada. Hillary está activa y despliega la energía de siempre.

Para salir de dudas optamos por tomar el toro por los cuernos preguntándole cuáles son sus planes para este verano. Cada vez que la hemos interrogado, Hillary alza las cejas y los hombros para hacerse la desentendida. Su actitud aumentó nuestra curiosidad y diseñamos una nueva estrategia para romper su hermetismo: recordarle sus vacaciones memorables. ¡Nada!

Neutralizados frente a esa muralla infranqueable, llegamos a la conclusión de que, por más confianza que le tengamos, no hay nada que nos autorice a meternos en su vida. Sus vacaciones son problema suyo; si no puede o no quiere tomarlas, mejor para nosotros. Será más fácil hacernos las ilusiones de que esta es una época como cualquier otra; no padeceremos tanto el vacío que dejan en la Casa de Medio Camino los compañeros que salen de viaje con sus familias.

Ver las sillas desocupadas en la terraza o en el comedor me afecta mucho, porque me trae malos recuerdos: ausencias. Sentarme a leer el periódico sin que haya con quien comentar las noticias me choca tanto como asistir solo a un cine. Hace años que no voy precisamente por falta de compañía.

Si renuncia a sus vacaciones, tal vez le proponga a Hillary que vayamos a ver una película. ¿Y si no acepta? Será menos problemático que si lo hace: mi presupuesto de pensionado no está como para que me dé esos lujos.

III

Ayer, como siempre, a las 11 de la mañana nos reunimos en la sala para tomar galletitas con café. No tenemos muchos temas de conversación y naturalmente caímos en el de las vacaciones de nuestra cuidadora. No faltaron los comentarios burlones: “qué bueno que Hillary no salga a ninguna parte este año porque ya no tengo en dónde meter tantas estampitas y rosarios”. “Al menos nos salvaremos de pasarnos horas y horas viendo fotografías desafocadas y oyendo sus explicaciones larguísimas.”

Luisa Vera, que ya está tejiendo las bufandas para regalar esta Navidad, le puso punto final a la conversación: “No entiendo por qué le dan tanta importancia a esa bobería. ¿Qué les importa si Hillary sale de viaje o no? Se ve que no tienen otra cosa en qué pensar. Yo tengo demasiados problemas que resolver como para distraerme en algo que ni me va ni me viene”.

Luisa tiene razón: más vale que nos ocupemos de nuestros asuntos. Muchos de los que asisten a la Casa de Medio Camino están enfermos o andan en dificultades con sus familias. Los que por desgracia ya no contamos con nadie estamos obligados a ver por nosotros mismos. Decidimos dar por concluido de una vez y para siempre el tema de las vacaciones. Hillary también parece haberlas olvidado.

¡Qué bueno! Así estará menos malhumorada, pero extraño el entusiasmo con que me comentaba que había encontrado por Internet un paquete baratísimo para llegar en excursión hasta alguna playa virgen o un pueblo fantasma. Los términos virgen y fantasma incitan su espíritu aventurero y acentúan su interés en la fotografía. Por broma le digo que en su vida anterior debe de haber sido exploradora y se ríe.

También echo de menos sus alusiones a los arreglos para el viaje. En la primera etapa siempre prometía que esta vez iba a llevar lo mínimo: un juego de bermudas –que por cierto, me apena decirlo, no la favorecen mucho–, media docena de camisetas y si acaso una chalina. Luego cambiaba de opinión y me describía sus andanzas por las tiendas en donde terminaba comprando infinidad de cosas indispensables, según ella, para sortear posibles imprevistos y garantizarse días inolvidables.

IV

Desde ayer, cuando decidimos eliminar el tema, me he sentido incómodo, triste. Comprendí la razón a la hora en que hoy salimos de la Casa de Medio Camino y Hillary nos dijo: “hasta mañana”.

Cada año, precisamente en esta fecha, ella nos despedía diciendo: “nos vemos dentro de 15 días”. En su actitud y en su tono de voz quedaba implícita la promesa de que, a su regreso, nos contaría sus experiencias en el mar, un pueblo, un caserío, una comunidad de artesanos.

Al menos yo, por mis circunstancias, no puedo ni soñar con ir a esos lugares, pero Hillary me los trae fragmentados en sus fotografías. Mirarlas son mi descanso, mis aventuras por el mundo, mi única manera de viajar. Cuando me di cuenta de eso entendí por qué me he sentido incómodo y triste desde ayer: este año no haré preparativos ni tendré vacaciones.

 
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