Usted está aquí: jueves 3 de julio de 2008 Opinión Clínica del odio

Olga Harmony

Clínica del odio

No cabe duda de que Israel Cortés plantea con todo cuidado lo que escenificará con su Circo Raus desde esos primeros espectáculos que le vimos, Funámbulo y Erótica de fin de circo. Pero también, desde hace once años en que los presentó, yo en lo personal me quedo con algunas imágenes que no constituyen por sí mismas suficiente elemento teatral para sustentar todo un montaje completo, quizás por la falta de pericia dramatúrgica del propio director. Aunque en Clínica del odio recurre al Círculo de dramaturgia emergente con autores tan sólidos como Luis Mario Moncada, el problema subsiste porque la hilación de textos tan dispersos no se da con entera congruencia, aunque tengan como motivo central el mismo sentimiento. Las dos breves estampas de Cortés, ¿Lo ves? y Las niñas del pozo no alcanzan a dar una forma congruente a lo que se quiere ver como una exploración exhaustiva de las posibilidades del odio, porque no hay un factor de continuidad entre las niñas mantarrayas que intentan hacer una bomba de Química general de Elva Mendoza, la verdadera explosión terrorista en Santa Fe ideada por Luis Mario Moncada en Otra declaratoria de odio o la mutilación del clítoris que plantea Kously Lamko en Crema de cerezas sobre el pastel (traducida por Flor Aguilera). Que la letra de las canciones esté tomada de Las flores del mal de Baudelaire, musicadas por Gerardo Pozos, es irrelevante porque apenas se logran percibir por la falta de entonación de las actrices que las cantan.

Dos clownes desprovistos de gracia son los que intentan explicar lo que ha llevado a las actrices a la clínica del doctor Nepomuceno y pienso que es éste otro yerro de Israel Cortés, la falta de apoyo a sus actores que no logran un buen desempeño, aunque es evidente que no es culpa de ellos sino de su nula preparación y un cierto desinterés del director por todo lo que no sea un buen efecto plástico que sí consigue y es una lástima que las imágenes –en diseños de María Meza, excepto la iluminación que corresponde al excelente Víctor Zapatero– muy logradas en algunos casos no se correspondan con la parte actoral, a todas luces de muy escaso nivel. La trayectoria del director lo ha llevado a que su trabajo sea muy acreditado al grado de colaborar con Alberto Chimal en la adaptación de la novela de Mario Bellatín Salón de belleza pero algo pasa porque en lugar de acumular experiencia y sabiduría escénica, mejorando cada propuesta, hay una especie de decaimiento de lo que alguna vez entusiasmó a muchos, a pesar de las asesorías de Isabel Benet, Jessica Sandoval y Araida Noriega, como si la experimentación y las búsquedas, que evidentemente ha tenido Israel Cortés, se hubieran agotado pronto en sí mismas. En Clínica del odio ya no hay circo escénico, pero tampoco hay teatro verdadero, sino una serie de fugaces escenas de buena estampa pero poca altura actoral, contraviniendo lo que la mayoría de los directores modernos se proponen hoy en día. No doy los nombres de los actores que intervienen, porque ha habido algunos cambios de reparto que no logré captar, pero en verdad me hubiera gustado poder expresar algo más halagüeño, sobre todo para los más jóvenes del elenco.

En otro orden de cosas, ha habido dos noticias muy gratificantes para el gremio del teatro que sin duda siente como propias ambas distinciones. Una, a la que se ha dado la amplia cobertura que merece, es la asunción de Víctor Hugo Rascón Banda a un sitio de la Academia Mexicana de la Lengua. Desde la muerte de Héctor Azar, ningún dramaturgo tuvo ese honor en nuestro país, por lo que es doblemente significativo. La otra buena noticia, que tuvo menor difusión, es la del premio Juan Ruiz de Alarcón que Conaculta y el estado de Guerrero otorgan a la dramaturga Sabina Berman por toda su trayectoria. Tanto Sabina como Víctor Hugo, contemporáneos o casi por una diferencia de cinco años, tallerearon, la una con Emilio Carballido y Hugo Argüelles, el otro con Carballido y Vicente Leñero y ambos son los más importantes exponentes de su generación.

 
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