Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de junio de 2008 Num: 695

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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos miradas hispanomexicanas
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR entrevista con CARLOS BLANCO AGUINAGA y FEDERICO PATÁN

Trece poetas grupo hispanomexicano

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Dos miradas hispanomexicanas

Enrique López Aguilar
entrevista con Carlos Blanco Aguinaga y Federico Patán

 

Después de la Guerra civil española, durante la emigración republicana llegada a México entre los años 1938-1944, gracias a la oferta de Lázaro Cárdenas, los españoles trajeron consigo una benéfica renovación para el país que los recibía. La generación de adultos exiliados es conocida como la Primera generación del exilio en México. La segunda es la de los hijos de esa primera generación, niños y jóvenes que no pudieron tomar la decisión de exiliarse y siguieron el destino de sus padres: llegados aquí entre sus dos y catorce años de edad, son los hispanomexicanos (término de Arturo Souto), o nepantlas (término de Francisco de la Maza): “entre dos tierras”. Los catorce poetas que han escrito su obra en español y nacieron entre 1925 y 1937 son: Manuel Durán, Nuria Parés, Carlos Blanco Aguinaga, Jomí García Ascot, Tomás Segovia, Luis Rius, César Rodríguez Chicharro, José Pascual Buxó, Enrique de Rivas, Francisca Perujo, Gerardo Deniz, Angelina Muñiz-Huberman y Federico Patán. Los nueve narradores son: Roberto Ruiz, Carlos Blanco Aguinaga, Jomí García Ascot, Tomás Segovia, Arturo Souto Alabarce, Pedro F. Miret, José de la Colina, Angelina Muñiz-Huberman y Federico Patán. Son parte de la Generación del medio siglo mexicano: de eso trata esta conversación con Carlos Blanco Aguinaga y Federico Patán.

–Carlos, Federico: ambos pertenecen, por sus fechas de nacimiento, a dos extremos del grupo conocido como “hispanomexicano”, y once años de diferencia implicaron vivir en atmósferas distintas. ¿Cómo fue percibir lo mexicano y lo español por alguien nacido en 1926, en Vasconia –Irún–, y en 1937, en Asturias –Gijón–?

Carlos Blanco Aguinaga: La diferencia entre haber llegado a México con doce años y algo así como con dos años tiene que haber sido abismal. A los dos años uno no es ni español ni mexicano, ni nada; a los doce, en cambio, habiendo nacido y crecido en el País Vasco español durante la República de 1931, y habiendo estado de refugiado en el País Vasco francés durante gran parte de la Guerra civil, en un pueblito llamado Hendaya, con mi pueblo, Irún, constantemente a la vista del otro lado del río [el Bidasoa), y habiendo sido mi padre allí el jefe del contraespionaje republicano para toda Francia, y por tanto, con la Guerra Civil en casa a todas horas, al llegar a Veracruz el 21 de agosto de 1939 yo era muy conscientemente republicano, y vasco y español (no entremos en los líos que implica eso de ser a la vez “vasco” y “español”). Por tanto, llegar a México, después de veinte días de navegación, durante los cuales “mi pueblo” quedaba cada día más lejos, fue entrar a lo ajeno, a un mundo desconocido y extraño (¿qué pajarracos eran aquellos zopilotes que comían porquerías en plena calle, en Veracruz?). Extraño y contradictorio: estudié en el Instituto Luis Vives, fundado por y para refugiados y con los más de los profesores españoles refugiados; pero aquel Luis Vives estaba en la calle de Gómez Farías, a un paso del Monumento a la Revolución y vivíamos al principio en la calle Colón, casi frente a la Alameda Central. Por tanto, uno vivía rodeado de México y del D. F. Y poco a poco uno iba inevitablemente mexicanizándose. Mis padres se hicieron mexicanos pronto, y yo, en la adolescencia. Al llegar a los dieciocho años hice, incluso, el servicio militar (marchando todos los domingos en Chapultepec junto a otros reclutas de la 15 División del General Lanz Duret: recaderos, boleros, paleteros, etcétera, y no pocos muy habladores y albureros). Era inevitable mexicanizarme y, oficialmente, era entonces y sigo siendo mexicano. Claro, siempre me “han tirado” las cosas de España, lo mismo en política que en cuestiones culturales. Lo que no quita que, así como en Madrid y el País Vasco me sienta muy cómodo, mi ciudad sea México D. F., aquel prodigioso Distrito Federal en el que fui creciendo, que “pateé” de arriba a abajo durante mi adolescencia y cuyas gayolas de los cines me eran mucho más familiares que todo en mi pueblo de origen; así como las rancheras y los boleros que a todas horas sonaban por el radio. Y los partidos de futbol –no fútbol– jugados en los llanos, que a veces acababan a chingadazos. Todo eso rematado, siendo todavía bastante joven, con mi matrimonio con Iris, mexicana de la colonia Santa María. Súmese que, becado, hice la carrera de Filosofía en Estados Unidos ; v uelto a México, fui becario en El Colegio de México y me doctoré en la unam , para luego venir a enseñar, hace años, a Estados Unidos. Yo diría que soy evidentemente “hispanomexicano”, pero también creo que lo de mis muchos años de experiencia en Yanquilandia me distingue de Souto y otros. Por no hablar de que hubo varios años en los que viví en España, donde fui miembro activo y militante del Partido Comunista. Creo que todo esto hace que yo sea una (relativa) excepción entre los “hispanomexicanos”, hasta el grado de que, a veces, pienso que, si hay generaciones, más que de una generación “hispanomexicana”, soy un miembro “nepantla” de la misma. O tal vez debería decir que soy el más nepantla de toda una generación con “tendencia” a ser nepantla. Cuando leo a Federico Patán, la diferencia me parece clara: su escritura, como es lógico habiendo llegado a México a los dos años, me parece mexicanísima (y no preguntes en qué se nota eso).

Federico Patán: Desembarqué en Veracruz con veintidós meses de edad. Por tanto, en mi caso, las memorias españolas son prestadas. Las heredé de mis padres, de otros familiares y de conocidos. Las primeras memorias personales son mexicanas. Pero son mexicanas teñidas por lo español de mis padres, de manera que, pienso, mi situación describe muy bien aquella del exiliado. A un exiliado lo conforman necesariamente aquello que trae de fuera y aquello que agrega tomándolo de su nuevo entorno. Otra cuestión es cómo dialogue con su doble conformación y, además, cómo dialogue ese nuevo entorno con él y cómo responda él a ese diálogo que le proponen.

– ¿Cuál es su percepción acerca del grupo al que pertenecen? ¿Vive entre dos tierras o su obra ya pertenece a alguna de las dos tierras?

CBA: No soy quién para decir si otros de mi generación viven o no “entre dos tierras”. Lo que no quita que me atreva a decir que ese “grupo poético” me parece literariamente tan bueno como cualquiera de su época, trátese de españoles o de mexicanos. Desgraciadamente, eso no significa que pertenezcan a una de esas dos tierras. Siempre con la excepción de Federico Patán, escritor mexicano, sin la menor duda.

FP: Pueden darse coincidencias de enfoque literario, por haber crecido todos más o menos en el mismo ámbito cultural. Pero la impronta del exilio no desaparece nunca del todo. Pienso que cada escritor de mi grupo da una imagen distinta del problema planteado, que va desde una pervivencia en el exilio (Angelina Muñiz-Huberman) hasta un olvido del mismo (¿Gerardo Deniz?). Habría que examinar en cada uno de los autores la presencia del exilio como tema, la presencia en su lenguaje de señales de extranjería, la abundancia o escasez de temas “mexicanos” y la abundancia o escasez de otros temas. Por otro lado, su obra, aunque matizada por los rasgos del caso, se dio en México y es una variante de la cultura mexicana.

– ¿Con qué escritores de las Generaciones del medio siglo –mexicana o española– creen tener correspondencias? ¿Eso importa para definirlos como mexicanos o españoles?

CBA: He tenido amistad y “correspondencias” literarias y políticas con muchos españoles de nuestra generación. En México, admiré a Rulfo e hice cierta amistad con él, así como con Jorge Portilla, Luis Villoro, y he sido muy amigo (y admirador) de Antonio Alatorre. Siempre he sentido afinidad con José Emilio Pacheco a quien, lamentablemente, no conozco lo suficiente. En los tiempos de la Revista Mexicana de Literatura (Primera Época) fui muy amigo y colaborador de Carlos Fuentes, junto con Jomí García Ascot, Ramón Xirau y Manolo Durán. En los años setenta tuve bastante relación intelectual con Carlos Monsiváis, quien me sigue pareciendo una de las personas más inteligentes. Pero no sé si eso vale para “definir” nada.

FP: La pregunta me toma por sorpresa. Nunca me he puesto a pensar con quiénes de ambas generaciones tengo semejanzas. De las notas críticas sobre mi obra, no recuerdo que se haya tocado el asunto. En todo caso, no es lo importante para definirnos como mexicanos o españoles. Tiene mayor peso qué medición haga el entorno de nosotros.

– ¿Consideran que la de ustedes es una generación, un grupo, o un archipiélago poético?

CBA: Como bien sabes, hace muchos años que se discute la validez del concepto de “generación”. Si lo limitamos a su mínimo de sentido posible (gente nacida entre ciertos años, en el contexto de ciertos hechos históricos), no cabe duda que entre quienes llegamos a México como refugiados políticos alrededor de 1939 (incluso 1937: los “niños de Morelia”) hay varias generaciones. Primero, la de los muy mayores, que eran pocos; luego, la que podemos llamar del '27, que era la mayoría, a la que sigue una generación intermedia, difícil de localizar, y luego la nuestra, la de quienes teníamos entre ocho y trece años al llegar a México. No puedo sino sospechar que los escritores ”hispanomexicanos” somos parte de una generación. En ella ha resultado haber de todo: desde pequeños hombres de negocios, hasta ingenieros, licenciados, profesores y escritores. En este sentido, me atrevo a decir que la nuestra es una generación, pero no sólo por sus poetas, narradores o periodistas. Eso aunque en los inicios de la obra literaria hubo pequeños grupos diferentes (Presencia, por un lado; Clavileño, por otro). Y en esto, sospecho, Federico come en plato aparte, pero él dirá.

FP: Lo de “archipiélago poético” no se me había ocurrido y es lo que más me atrae. ¿Por qué? Porque la metáfora permite suponer que cada escritor es una isla, con sus rasgos propios, a la vez que pertenece al mismo ámbito geográfico, bien que algunos autores hayan escapado del mapa que originalmente los contuvo o sólo aparezcan en él ocasionalmente.

– En caso de aceptar la hipótesis del archipiélago, ¿eso llevaría a la conclusión de que algunos de los escritores puedan sentirse mexicanos, otros españoles y otros nepantlas, de manera que no habría manera de “homologar” a toda la generación?

CBA: Prefiero la idea de “generación” a la de “archipiélago”. Eso no quita que, aunque a veces podamos coincidir “temáticamente” todos los escritores de nuestra generación, seamos diferentes (cada escritor es una isla, como dice Federico), a veces muy diferentes (piensa en Roberto Ruiz frente a Manuel Durán), como muy diferentes eran –entre los del '27– Alberti y Emilio Prados, o –entre los del '98– Machado y Azorín. Sin embargo, en mayor o menor grado todos hemos tenido relaciones amistosas, y cuando nos encontramos nos “reconocemos” como miembros de una historia compartida. Tenemos algo fundamental en común: implícitamente, rara vez explícitamente, esa realidad común es el exilio que sufrimos de niños y las complicaciones que hemos tenido para identificarnos espontáneamente con la realidad nacional cultural a la que nos fuimos adaptando. Así como los más coincidimos en sentirnos mexicanos… pero con problemas de “identidad”. También en esto hay diferencias: los más siguen viviendo (y morirán) en México; alguno (como Tomás Segovia) va y viene entre México y España; otros, como Enrique de Rivas, Ruiz, Durán o yo, no vivimos ni en México ni en España, aunque yo he ido y venido entre los dos países (y Estados Unidos). Somos los más “nepantla”, aunque nada –y ahí está el busilis– nos quita lo mexicano ni lo español. Y aquí debo decir que parece ser que, por mucho que los mariachis canten “Globalización”, todavía en la Historia del Mundo no se puede ser “internacional” de carne y hueso.

FP: Un deber de todo escritor es no parecerse a sus colegas, por muchos antecedentes en común que tengan. Entonces, todo mapa literario está hecho de singularidades, o debiera estarlo. Por lo mismo, cada escritor de mi archipiélago enfoca el tema del exilio desde su perspectiva personal. Otro aspecto de la cuestión es que el exilio tenga presencia en cada una de esas obras en rasgos de los que no haga conciencia el autor, y que tal vez la crítica y los lectores perciban. Por tanto, pudiera darse una presencia consciente y otra inconsciente de tal exilio. Pudiera ocurrir el abandono como tema de tal condición, y su pervivencia en el idioma, en ciertas imágenes simbólicas, en la aceptación de ciertas formas escriturales.

– ¿Consideran que el exilio es un tema definitorio, o se trata de un tema como cualquier otro en la vida y circunstancias de cualquier escritor?

CBA: El que esa historia de exilio sea “la clave” de la generación no quiere decir que permee los temas de la literatura escrita por el grupo. En mi caso, unas veces sí, otras no.

FP: Es definitorio, pero en grado diverso y por lapsos distintos, según el escritor. En mi caso, el exilio aparece en mi primer libro de poesía y en mi primera novela como tema preciso, definido. En cuanto tema, desaparece en el resto de mi obra, que se aboca a otro tipo de preocupaciones que me habitan y pertenecen al común de las personas.

– Una cosa es lo que dice el escritor en sus charlas, y otra lo que manifiesta en sus poemas, cuentos, novelas y ensayos:¿dónde está el lugar de los escritores hispanomexicanos?

FP: En ayudar a construir una imagen del hombre desde la perspectiva que le fue impuesta históricamente y mediante las herramientas artísticas que se haya fabricado. Otra cuestión es cómo lo vean. Voy a mi caso personal: me han calificado de escritor español, de escritor mexicano nacido en España y simplemente como mexicano. A decir verdad, la mayoría de mis clasificaciones es como mexicano.

– En relación con el público y la crítica, ¿cómo perciben la valoración de su obra en México y en España?¿Quiénes son los receptores de su obra creativa y quiénes, los “reflexionadores” de la misma?

CBA: Los receptores de mi “obra ensayística”, de mi crítica literaria (escrita en un noventa y nueve por ciento en español, con algunos ensayos en inglés), siempre han estado en varias partes: en México (vía El Colegio de México y la Nueva Revista de Filología Hispánica), en Estados Unidos (en congresos académicos y ciertas revistas “profesionales”) y en España (congresos, conferencias, libros). Hasta noviembre del pasado 2007, cuando apareció en México Contra-bando(s), mi obra narrativa siempre había aparecido en España, donde dejaron de publicarme porque, según se me dijo, mis libros narrativos no se vendían. Ahora bien, si nos remontamos a la ya remota juventud, todo lo que yo escribía se publicaba en México: en la revista Presencia, en la Revista Mexicana de Literatura, en Cuadernos Americanos, en el Fondo de Cultura… De mi poesía, como bien sabes, aparte de la publicación de unos poemillas en la revista Presencia y, después, otros en una antología de Peña Labra (Santander), no he publicado nada hasta 2007, en el Instituto Veracruzano de Cultura. En suma: mis “receptores” han variado según los años y ahora (salvo que en España todavía me piden ensayos críticos de vez en cuando) la obra toda está casi totalmente en el aire, en una, como quien dice, nepantla celestial… y casi olvidada, salvo para algunos profesionales maniáticos de esos que llaman “hispanistas”.

FP: En mi caso, un número reducido de lectores y una crítica mexicana que, desde el principio, ha valorado mi obra con generosidad. Luego, el círculo crítico se amplió a ciertos especialistas españoles, franceses y estadunidenses.

– Gabriel García Márquez dijo en Cien años de soledad que uno pertenece al lugar donde ha enterrado a sus seres queridos y han nacido sus hijos. ¿Eso se vale para definir lo mexicano en los escritores hispanomexicanos?

CBA: Sí, creo que sí vale, por lo menos en mi caso (mis padres muertos en el D. F., mis hijos nacidos en el D. F.). Como vale también una cosa que solía decir Max Aub: “Uno es del país donde ha hecho la secundaria.”

FP: Totalmente de acuerdo.

– Durante una reunión celebrada en Veracruz por la comunidad hispanomexicana de México –el mes de julio de 1989–, en coincidencia con el quincuagésimo aniversario del final de la Guerra civil, se declaró “el final del exilio”. ¿Eso tiene vigencia para ustedes?

CBA: Eso yo no lo veo tan claro y, la verdad, me parece historia-ficción. A ver si me explico por medio de una comparación. En España, el franquismo duró entre treinta y treinta y ocho años, según se calcule. Bajo Franco vivieron en esos años millones de españoles y, una vez muerto Franco, aunque tal vez no hasta los inicios de la Transición, se acabó el franquismo. No sólo en sí, como institución represiva única, sino para esos millones de españoles. Para unos, desde luego, entre lamentos y nostalgias de vuelta; para otros, quiero creer que para los más, con la satisfacción de entrar a una época no represiva. Los jóvenes vivieron esto con entusiasmo y los viejos, quienes de verdad habían sufrido los años de represión, declararon el final del franquismo. Eso de “la memoria histórica” a la que en estos últimos años se le da allí tantas vueltas, es una voluntad de que no se olvide lo que fue. Muy distinto es lo del exilio, que no ha sido una institución. Para quienes vivieron o han vivido el exilio en su propia existencia, éste no termina más que con la muerte de las personas. O, en algunos casos (seguramente una minoría), con una vuelta definitiva a España. Lo cual es muy distinto de las vivencias de sus hijos nacidos en México, que no son exiliados, sino mexicanos. Un par de ejemplos: un rector de la unam , Francisco Barnés; un ministro en el gobierno de Ernesto Zedillo, Serra Puche; más centenares que trabajan en quién sabe cuántas cosas. Para ellos y ellas no ha habido exilio, sino “historias” paternas y maternas de exilio. Y para los nietos, lo del exilio es historia de sus mayores. Te lo diré anecdóticamente. A propósito de una visita de Carlos Fuentes a La Jolla, conocí a la cónsul de México en San Diego. Hablando, hablando, me dijo muy tranquila e históricamente que sus abuelos habían sido refugiados españoles que llegaron a México en 1939. Para ella no hubo un “final del exilio”, sino que no hubo exilio. Es una mexicana del cuerpo diplomático y punto.

FP: Desde un punto de vista histórico, es válido. Desde un punto de vista íntimo, cada persona tomará su decisión.

– ¿Les parece adecuada la nomenclatura “hispanomexicanos” para referirse a ustedes, prefieren nepantla, españoles o mexicanos?¿Pertenecen a la Generación mexicana del medio siglo, a la española, o a una nepantla?

CBA: Lo mejor es hablar de Generación hispanomexicana, aunque para mí (como para Roberto Ruiz y Manuel Durán) el mejor término sería nepantla. Además, según la anécdota del indio y el padrecito que le preguntó que cómo estaba, “nepantla” lo incluye todo: ser de un lugar y no serlo. No importa demasiado, aunque si a alguna “generación” pertenecemos tal vez sea a la mexicana del medio siglo y, desde luego, no a la española.

FP: Pienso que “hispanomexicanos” define nuestra situación de mexicanos.