Usted está aquí: domingo 29 de junio de 2008 Espectáculos Nouvelle vague/Nueva Ola francesa

Carlos Bonfil
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Nouvelle vague/Nueva Ola francesa

Ampliar la imagen Jean Paul Belmondo y Jean Seberg en una escena de Sin aliento, del director Jean-Luc Godard Jean Paul Belmondo y Jean Seberg en una escena de Sin aliento, del director Jean-Luc Godard

El término Nueva Ola lo propone la periodista Françoise Giroud en 1957 en el semanario L’Express, para designar la actitud de creciente inconformismo y desenfado que percibe entonces en la juventud francesa. La fórmula tiene pronto un impacto mediático, pues alude con acierto a la ruptura cultural y moral de muchos jóvenes con la tradición académica y los modelos de conducta vigentes en el país una década después de la Segunda Guerra Mundial. Un nuevo cine surge en esa época como arriesgada búsqueda formal y escritura libre ante la retórica gastada de los cineastas oficiales que con arrogancia pretenden monopolizar el talento artístico y cerrar las puertas de la industria a los nuevos creadores, en su opinión improvisados e irresponsables. Las primeras cintas de Godard y de Truffaut son lo contrario de un cine acartonado, amante de las adaptaciones literarias, con diálogos imposibles y un narcisismo satisfecho; los trabajos de Claude Autant Lara o de Jean Delannoy, entre tantos otros.

Aun cuando los nuevos cineastas reconocen una deuda con algunos grandes directores del pasado, en los hechos practican una forma de parricidio, y neutralizan o liquidan con su prolífica producción de bajos costos al viejo “cine de papá”, mientras exploran novedosas vetas temáticas y formales. Hay una permeabilidad mayor a las influencias del cine extranjero, en particular del estadunidense (Ford, Ray, Walsh), y un elogio de la teoría de “cine de autor” que garantiza autonomía y libertad creadora. (Según esa teoría, el director es el maestro incuestionable en una cinta, y su marca estilística se prolonga y afina de una obra a otra –por lo que una película de Hitchcock vale tanto como una novela de Hemingway). En el terreno técnico hay nuevos enfoques en la iluminación y en el montaje, un recurso muy libre al travelling y al plano secuencia, una exploración del fuera de campo, de la ruptura temporal, de la interacción brechtiana con el público, comentarios en off y un alud de citas literarias –un nuevo cine-escritura, cámara-pluma, que resta privilegios a la escenificación dramática para concederle mayor dinamismo al lenguaje; todo, en una época de efervescencia cultural, con jazz, nueva novela, filosofía existencial y estructuralismo.

Si bien muchas innovaciones formales de los directores de la Nueva Ola sólo prolongan búsquedas anteriores, lo estimulante es su actitud de desenfado, presente desde las primeras cintas. En Truffaut, Los 400 golpes es alusión, desde su título, a las “travesuras” de su personaje infantil Antoine Doinel, alter ego del cineasta y símbolo del inconformismo juvenil. Sin aliento, de Jean Luc Godard, es revisión genérica del cine de gángsters (de Hawks a Melville), con un renovado escepticismo moral y humorismo paródico. Una mujer es una mujer, Bande à part y Pierrot el loco, tres cintas de Godard, son posiblemente la muestra más redonda del verdadero espíritu lúdico de la Nueva Ola: desparpajo y anarquía, a la manera de Zazie en el Metro, de Louis Malle, según Raymond Queneau; libertad y frenesí en una nueva escritura cinematográfica. El desprecio, también de Godard, sigue siendo la reflexión más inteligente sobre la creación artística y la crisis de pareja. El espíritu romántico de Truffaut –elegía generacional y crónica festiva— brilla en sus primeros cortometrajes, particularmente en Los mocosos (Les mistons), en tanto Louis Malle sacude a las buenas conciencias con Los amantes y Rivette con La religiosa. Esta generación incluye a cineastas tan dispares como Jacques Rivette y Marguerite Duras, Agnes Varda y Eric Rohmer, Alain Resnais y Jacques Demy, quienes no integran ni una escuela ni un movimiento artístico organizado, sino tan sólo la expresión muy caótica y camaleónica de un estado de ánimo colectivo. Sus realizaciones marcan de paso el rumbo de guionistas y realizadores en varias partes del mundo, con espíritu festivo y contestatario en Checoslovaquia, o con solemnidad discursiva y trance lírico en México.

Cincuenta años después, estos maestros siguieron más fieles a sus primeras inquietudes artísticas, que buena parte de sus pretendidos alumnos en el extranjero, quienes por razones a menudo externas, terminaron en el ostracismo o la complacencia, o aceptando por comodidad o desventura la lógica del mercado fílmico. Basta descubrir hoy en cartelera la estupenda cinta Pasiones privadas en lugares públicos (Coeurs, 2006), del veterano Alain Resnais, para comprobar hasta qué punto sigue despierto, en nuestro ámbito cultural posmoderno, el viejo espíritu de la Nueva Ola.

La Cineteca Nacional ofrece durante julio, en colaboración con la embajada de Francia, la retrospectiva homenaje Nouvelle Vague, con más de 30 títulos representativos.

 
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