Usted está aquí: sábado 28 de junio de 2008 Opinión Guarniciones en la gasolinera global

Michael T. Klare /I

Guarniciones en la gasolinera global

Hace mucho que los planificadores estadunidenses de políticas consideran la protección de las reservas de crudo en el extranjero como un aspecto indispensable de la “seguridad nacional”, que requiere del establecimiento de la amenaza –y alguna vez el uso– de una fuerza militar. Esto es ahora parte incuestionable de la política exterior de Estados Unidos.

Con esta premisa, el gobierno de Bush padre emprendió una guerra contra Irak en 1990-1991 y el gobierno de Bush hijo invadió Irak en 2003. Dado que hoy se disparan los precios globales del crudo y se espera que las reservas petroleras mengüen en los años por venir, parece seguro que cualquier gobierno que llegue a Washington en enero de 2009 considerará que la fuerza militar en los enclaves petroleros del planeta es la garantía última de nuestro bienestar. Pero al subir precipitadamente los costos –en sangre y en dólares– de las operaciones petroleras militarizadas ¿no es tiempo ya de impugnar dicha “noción”? ¿No es ya tiempo de preguntarnos si es razonable que el ejército estadunidense tenga algo que ver con la seguridad energética, o si en lo tocante a la política energética es práctico, costeable o justificable el confiarnos a una fuerza militar?

Cómo se militarizó la política energética

La asociación entre “seguridad energética” (como se le llama ahora) y “seguridad nacional” se estableció hace mucho tiempo. Fue el presidente Franklin D. Roosevelt quien primero forjó este vínculo desde 1945, cuando prometió proteger a la familia real de Arabia Saudita a cambio de un acceso privilegiado su petróleo para los estadunidenses (ver www.youtube.com/watch?v=9sqPDdk5XCg).

Esta relación adquirió expresión formal en 1980, cuando el presidente Jimmy Carter dijo al Congreso que era “interés vital” de Estados Unidos mantener un flujo ininterrumpido del petróleo procedente del golfo Pérsico, y que cualquier intento de las naciones hostiles por cortar dicho flujo se toparía con “cualquier medio necesario, incluida la fuerza militar” (www.youtube.com/watch?v=6L2nZL0KWgE).

Para poner en marcha esta doctrina, Carter ordenó la creación de una Fuerza de Tarea Conjunta de Despliegue Rápido, específicamente designada para las operaciones de combate en el área del golfo Pérsico. Más tarde, el presidente Ronald Reagan convirtió esa fuerza en un organismo de combate regional a gran escala, el llamado Comando Central estadunidense o Centcom (www.centcom.mil).

Todos los presidentes a partir de Reagan han añadido responsabilidades al Centcom, dotándolo de bases adicionales, flotas, escuadrones aéreos y otros equipos militares. Como el país ha comenzado a depender del petróleo de la cuenca del mar Caspio y África en fechas más recientes, también se le inyecta fuerza a las capacidades militares estadunidenses en esas áreas.

El resultado es que el ejército estadunidense se ha convertido en el servicio global de protección del petróleo, vigilando ductos, refinerías e instalaciones de carga en Medio Oriente y otras partes (www.tomdispatch.com/post/1888/). Según una estimación de la National Defense Council Foundation (www.ndcf.org/), tan sólo la “protección” del crudo del Pérsico cuesta al Tesoro estadunidense 138 mil millones de dólares anuales –costaba 49 mil millones justo antes de la invasión de Irak (www.amazon.com/dp/0805080643/ref=nosim/?tag=nationbooks08-20).

Demócratas y republicanos por igual aceptan ahora como noción común el gastar tales sumas para proteger las reservas petroleras extranjeras, una noción que no vale la pena discutir o debatir seriamente. Un ejemplo típico de esta actitud puede encontrarse en un informe independiente respecto de la Fuerza de Tarea y las consecuencias de la seguridad nacional sobre la dependencia estadunidense hacia el petróleo (“Independent Task Force Report on the National Security Consequences of US Oil Dependency” www.cfr.org/publication/11777/national_security_consequences_of_us_oil_dependency.html), publicado por el Council on Foreign Relations (CFR) (www.cfr.org), en octubre de 2006. Encabezado por el ex secretario de Defensa, James R. Schlesinger, y por el ex director de la CIA, John Deutch, el informe CFR concluye que el ejército estadunidense debe continuar actuando como servicio global de protección en el futuro predecible. “Por lo menos en los próximos veinte años, el golfo Pérsico será vital para los intereses estadunidenses en las existencias de petróleo confiables”, se anota en el texto. Según el documento “Estados Unidos debe asumir y respaldar una fuerte postura que permita, de ser necesario, un rápido y conveniente despliegue en la región”.

El Pentágono como Inseguridad SA

Estos puntos de vista, muy compartidos, entonces y ahora, por las figuras más importantes de ambos partidos principales, dominan –o para ser más precisos, cubren– el pensamiento estratégico estadunidense. Y sin embargo, la utilidad real de la fuerza militar como medio de garantizar seguridad energética todavía no ha sido demostrada.

Tomemos en cuenta que, pese al despliegue de más de 160 mil efectivos estadunidenses en Irak y al gasto de cientos de miles de millones de dólares allí, ese es un país sumido en el caos; el Departamento de Defensa ha sido rampantemente incapaz de evitar el sabotaje recurrente de los oleoductos y las refinerías efectuados por varios grupos y milicias insurgentes; hay un pillaje sistemático de las existencias gubernamentales, perpetrado por los funcionarios petroleros de alto rango supuestamente leales al gobierno central respaldado por Estados Unidos –y que custodian con gran riesgo los soldados estadunidenses (www.nytimes.com/2006/02/05/international/middleeast/05corrupt.htm).

Cinco años después de la invasión estadunidense, Irak está produciendo tan sólo unos 2.5 millones de barriles diarios, más o menos la misma cantidad producida en los peores días de Saddam Hussein, en 2001. Es más, The New York Times informa que “al menos un tercio, y posiblemente más, del combustible de la refinería más grande de Irak… es desviado al mercado negro, según fuentes militares estadunidenses”. ¿Es ésta una manera conducente de concretar la seguridad energética estadunidense? (www.nytimes.com/2008/03/16/world/middleeast/16insurgent.html).

Estos mismos decepcionantes resultados son palpables en otros países donde los militares respaldados por Estados Unidos han intentado proteger las vulnerables instalaciones petroleras. En Nigeria, por ejemplo, las tropas gubernamentales equipadas por los estadunidenses intentan aplastar a los rebeldes en la región del delta del Níger, rica en petróleo, pero lo único que han logrado es inflamar la insurgencia, mientras disminuye la producción nacional de crudo (www.eia.doe.gov/emeu/cabs/Nigeria/Background.html). Entre tanto, el ejército nigeriano, al igual que el gobierno iraquí (y sus milicias asociadas), ha sido acusado de robarse miles de millones de dólares en petróleo y de venderlo en el mercado negro. En realidad, el uso de la fuerza militar para proteger las existencias de crudo extranjero logra cualquier cosa menos “seguridad”. De hecho, puede disparar violentas consecuencias contra Estados Unidos. Por ejemplo, la decisión del presidente Bush, padre, de mantener una enorme y permanente presencia militar estadunidense en Arabia Saudita después de la Operación Tormenta del Desierto en Kuwait, es ahora vista por muchos como una fuente importante de virulento “antiamericanismo” y fue un primordial instrumento de reclutamiento usado por Osama Bin Laden en los meses previos a los ataques terroristas del 11 de septiembre. “Por más de siete años”, proclamaba Bin Laden, “Estados Unidos ha ocupado las tierras del Islam en el más sagrado de los lugares, la península arábiga, predando sus riquezas, dando órdenes a sus gobernantes, humillando a su pueblo, aterrorizando a sus vecinos y haciendo de sus bases en la península una punta de lanza mediante la cual luchar contra los pueblos musulmanes circundantes” (www.fas.org/irp/world/para/docs/980223-fatwa.htm). Para repeler este ataque contra el mundo musulmán, atronaba, “es un deber individual de todo musulmán el matar a los estadunidenses” y expulsar a sus ejércitos “de todas las tierras del Islam”.

Como confirmación de la veracidad del análisis de Bin Laden acerca de las intenciones estadunidenses, el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, voló a Arabia Saudita el 30 de abril de 2003 para anunciar que las bases estadunidenses ahí ya no serían necesarias, debido a que la invasión de Irak, entonces de un mes de antigüedad, había sido un éxito. “Rumsfeld declaró que “ahora la región es más segura por el cambio de régimen en Irak”. Y añadió: “La aviación y todo su equipo pueden ahora retirarse”. Y mientras hablaba en Riad, sin embargo, ocurrían en Irak acciones que serían contraproducentes para Estados Unidos: a su entrada en Bagdad, las fuerzas estadunidenses tomaban y custodiaban la sede del Ministerio de Petróleo pero permitían que las escuelas, los hospitales, los museos fueran saqueados con gran impunidad (www.tomdispatch.com/post/4710/chalmers_johnson_on_robbing_the_cradle_of_civilization ).

Desde ese momento, la mayoría de los iraquíes ha llegado a la conclusión de que dicha decisión (que garantizó que el resto de la ciudad fuera saqueada) expresa del modo más acabado los principales motivos del gobierno de Bush para invadir su país. Se han dado cuenta de que aunque la Casa Blanca alega estar comprometida con los derechos humanos y la democracia, sus palabras son meras hojas de parra que cubren apenas su urgencia por saquear el petróleo de Irak. Nada de lo que han hecho desde entonces los funcionarios de Washington borra esa impresión, que continúa motivando llamados a que se retiren los estadunidenses.

Y éstos son sólo algunos ejemplos de las pérdidas en seguridad nacional de Estados Unidos producidas por un enfoque minuciosamente militarizado de la seguridad energética. Y sin embargo, las premisas de una política global así continúan sin ser cuestionadas, aun cuando los planificadores estadunidenses persisten en depender de la fuerza militar como respuesta última a las amenazas que penden sobre la producción y la transportación de petróleo (en condiciones de seguridad). La continua militarización de la política energética únicamente multiplica las amenazas que hacen que esa militarización parezca indispensable.

La espiral de la inseguridad militarizada se agrava. Así ocurre con la expansiva presencia militar de Estados Unidos en África –una de las pocas áreas del mundo donde se espera un incremento en la producción de crudo en los años venideros. Este año, el Pentágono activará el Comando Africano estadunidense (Africom) (www.africom.mil), un nuevo comando de combate en el extranjero, el primero desde que Reagan creara el Centcom hace un cuarto de siglo. Aunque los funcionarios del Departamento de Defensa son renuentes a reconocer públicamente cualquier relación directa entre la formación del Africom y la creciente dependencia estadunidense del crudo de ese continente, se inhiben menos en sus reuniones privadas. En una sesión celebrada en la National Defense University, por ejemplo, el comandante adjunto, el vicealmirante Robert Moeller, indicó que la “perturbación petrolera” en Nigeria y África Occidental constituiría uno de los primeros desafíos que tendría que enfrentar la nueva organización.

Africom y extensiones semejantes de la Doctrina Carter en las nuevas regiones productoras de crudo lo único que lograrán es provocar más estallidos y acciones contraproducentes, al tiempo de comprometer más decenas de miles de millones de dólares del ya congestionado presupuesto del Pentágono (ver www.tomdispatch.com/post/174936/frida_berrigan_the_pentagon_takes_over ).

Tarde o temprano, si las políticas no cambian, este precio incluirá la pérdida de vidas estadunidenses, conforme más y más soldados se vean expuestos a fuego hostil o a explosivos, por proteger el petróleo en instalaciones vulnerables, en áreas convulsionadas por conflictos étnicos, religiosos o sectarios. ¿Por qué pagar un precio así? Dada la evidencia tan vasta y tan inevitable de la ineficacia tan grave de implicar una fuerza militar para proteger las existencias de crudo, ¿no es tiempo de repensar las suposiciones dominantes en Washington en cuanto a la relación entre seguridad energética y seguridad nacional? Después de todo, aparte de George W. Bush y Dick Cheney, ¿quién alegaría que cinco años después de la invasión de Irak, son más seguros Estados Unidos y su abasto de petróleo?

Traducción: Ramón Vera Herrera

Michael T. Klare es profesor estudios de paz y seguridad mundial en Hampshire College y es autor de varios libros sobre política energética, incluyendo Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy.

 
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