Usted está aquí: jueves 26 de junio de 2008 Opinión Facetas de un hombre renacentista

Carlos Montemayor/ II y última

Facetas de un hombre renacentista

Otra de las actividades de Alí Chumacero ha sido la de investigador y recopilador de obras completas de varios escritores mexicanos del pasado siglo. Las ediciones de Xavier Villaurrutia, de Gilberto Owen, de Efrén Hernández y de Mariano Azuela, o la primera edición moderna de Jorge Cuesta, son instantes notables en la historia de la crítica literaria mexicana contemporánea. Ésta, por sí misma, es una labor que le aseguraría un lugar distinguido en la historia de nuestra literatura. Pero hay que agregar algo más: la tenaz y continua tarea de reseñista, articulista y divulgador de poesía, narrativa, filosofía y ensayo de México, Hispanoamérica, España y Europa, como lo testimonia el volumen Los momentos críticos, que evidencian su juicio imparcial, objetivo, sereno, profesional, con que se acercó a todas las expresiones literarias del mundo contemporáneo.

No menos destacada es la labor que después desempeñó en la asesoría sistemática a los novísimos escritores mexicanos en dos instituciones importantes: el Centro Mexicano de Escritores y las becas Salvador Novo. Semana tras semana, orientó y discutió los trabajos de becarios que de varias partes del país concurrieron allí para dar cima a su formación profesional como hombres de letras.

Pero además, y sobre todo, por supuesto, Alí Chumacero es creador de poesía. De una obra poética que podemos considerar clásica porque sus raíces se remontan a los preclaros orígenes de Quevedo, a la serenidad, elegancia y nitidez de la mejor poesía del Siglo de Oro, y porque su presencia es ya fundamental en las letras mexicanas. Poesía en cuya cadencia ninguna voz, ningún verso, ninguna frase destruye el ritmo interior y perfecto con que se integra el poema. En cuya impecable belleza las notas desgarradas del sentimiento de la muerte o de la soledad crecen como los ojos perfectos de las estatuas que miran para siempre el infinito. En cuya madurez perfecta la vida de la mujer, de la descendencia, del peregrino en la sorpresa del instante de su especie o su linaje, logra alcanzar el momento cálido de lo eterno, él, que pasa, que al contemplar en unos ojos verdes la belleza, llega después a la condición mortal en que todo hombre demora su razón, su sed, su camino. Hacedor de belleza, hacedor de profundos poemas en cuya armonía a todos nos avisa, para que lo recordemos, que el olvido es la huella que la ausencia de nuestra vida va dejando:

“Leve humedad será nuestra elegía
y ejércitos de sombra sitiarán para siempre
el nombre que llevamos.

Porque sólo un imperio, el del olvido,
Esplende su olear como la fiel paloma
Sobre el agua tranquila de la noche.”

Sí, éstas son las facetas de la numerosa obra del poeta Alí Chumacero. Parecería imposible señalar otra más. Parecería imposible que hubiera dispuesto de tiempo para dedicarse también por entero a construir todavía otra.

Pero algo más logró Alí Chumacero, y que puedo enaltecer como otra de sus obras: seguir siendo hombre, seguir siendo humano, seguir siendo amigo, vital. Seguir abriéndose paso en la euforia de la vida, con la energía que vivir requiere, con la pasión que estar vivo significa, con el entusiasmo sensual, corporal, espiritual, que abrirse a la vida exige. Esta fuerza cumple el periplo que va del hombre al poeta, esta potencia engrandece la naturalidad que permite a la poesía enriquecerse con la vida y a su poesía enriquecer nuestra propia vida.

Texto leído por el escritor y colaborador de La Jornada en la ceremonia del Homenaje Nacional a Alí Chumacero, 90 años, efectuado la noche del pasado lunes en el Palacio de Bellas Artes

 
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