Usted está aquí: miércoles 25 de junio de 2008 Política Teléfonos celulares

Arnoldo Kraus

Teléfonos celulares

Desde hace algunos meses sueño con frecuencia el mismo sueño. Se trata de un panteón. Con el tiempo el cementerio ha crecido. Era pequeño, ahora es grande. Quizás por esa razón en los últimos días el sueño dura más. Este Morfeo ni duele ni interrumpe mi viaje nocturno. Tan sólo me acompaña y revive algunos de los episodios del día. El cementerio se encuentra, como la mayoría, rodeado por bardas con propaganda que asegura la felicidad a través de los programas de la innombrable Televisa, por pintas que anuncian los idearios del Partido de las Revoluciones Institucional, Democrática y Nacional, y por vistosos diseños de compañías de aparatos de telefonía celular donde las caras bonitas prometen enmendar la cruda realidad.

El panteón de mis sueños difiere de los normales por la naturaleza de sus inquilinos: en lugar de seres humanos contiene teléfonos celulares. Algunos completos, la mayoría desarmados. Otros con su cargador y pocos con el estuche que los albergó. La minoría lleva una pegatina con la etiqueta y el nombre del ex dueño; los más adolecen de códigos de identificación: en México, las autoridades sugieren que las personas no lleven consigo rastros de quiénes son para no favorecer la labor de los ladrones o las inquietudes de los policías –“mejor no ser que ser”, leo en uno de los grafitis del panteón.

Una de las razones que explican el incremento de las fosas para celulares es que al cambiar el aparato viejo por uno nuevo la persona logra mantenerse dentro de los cánones de la modernidad. Otro motivo es la inaguantable e inteligente presión de las campañas publicitarias, aunada a los comentarios de los usuarios: cualquier teléfono celular se hace viejo tan sólo cruzar las puertas de salida de la casa donde se adquirió el aparato. Pretexto diferente es cambiar el número para lograr otra identidad; uno más, el peor, es la gratuidad: después de un año las compañías telefónicas tienen a bien cambiar los celulares viejos por nuevos. ¿Cuál es la filosofía de las grandes telefónicas que invitan a los clientes a que remplacen cada año sus aparatos?

No parece que su leitmotiv sea ofrecer mejor servicio. Una encuesta rápida entre todos los usuarios que conozco, que no son pocos, demostró que una de cada tres llamadas se interrumpe, por supuesto, con cargo al cliente. La llamada suele cortarse sin razones lógicas, como podrían ser un sismo, el asalto al Palacio Nacional o la quiebra de las compañías celulares –ni Dios lo mande. La comunicación se trunca aunque el teléfono sea nuevo, aunque se platique a la intemperie, aunque se hable en el lugar de siempre, a la hora de siempre, con la persona de siempre, del tema de siempre, y con la certeza imperecedera de que habrá que pagar dos llamadas en lugar de una, porque, como siempre, es obvio que la llamada se cortará –estoy seguro de que en el mundo del surrealismo los clientes hubiese exigido que se desglosasen las llamadas para saber cuántas se interrumpieron sin razón alguna. Entonces, ante tanto traspié, ¿por qué ese afán de cambiar sin costo el teléfono viejo por uno nuevo?

La respuesta es sencilla: para atraer nuevos clientes y para retener a los conocidos, sobre todo a los jóvenes o a los adultos que tienen la envidiable capacidad de emocionarse por contar con un nuevo compañero. Ante esa hipótesis, banal para los economistas más avezados, real para los neófitos como yo, vale la pena reflexionar acerca de los daños ecológicos –los celulares no son reciclables– que deviene ese recambio inútil y desenfrenado de aparatos, sobre todo cuando el servicio no mejora.

Si esa preocupación se extiende al dispendio en otros rubros afines –computadoras, libretas electrónicas– parecería válida la “preocupación ecológica” de muchas personas en cuanto a los significados de las palabras desechable y reciclable. Basta pasar unas horas en las agencias de las compañías que venden estos teléfonos para entender las implicaciones de la “preocupación ecológica”; los aparatos nunca vienen solos: cables, cajas, envolturas, folletos, autollamadas gratis e ilimitadas al mismo celular, dispositivos para recargar e invitaciones para nuevos servicios completan el cortejo. Sin embargo, falta un dato: en los manuales no se advierte de los posibles riesgos de los celulares contra la salud; recientemente, un grupo de científicos ha sugerido que su uso prolongado podría favorecer la aparición de cánceres en caso de exposición prolongada. Creo que las compañías deberían advertir al usuario de esa posibilidad.

Son muchos mis sueños celulares. Algunos me recuerdan un neologismo que cuando joven repetía con mis amigos para denunciar la penetración de la bazofia televisiva. Hablábamos del imparable esmog mental de la publicidad y sus efectos en la despersonalización de los individuos. Desde entonces han pasado muchos años y ese esmog mental ha crecido sin coto: el triunfo de los dueños del dinero ha sido rotundo. Ahora, aunque los de ayer han muerto, los de hoy siguen siendo los mismos salvo que sus alcances se han multiplicado. No sólo socavan con mayor inteligencia las mentes de los individuos, sino que también han aprendido que la construcción de panteones de celulares es buen negocio, y que sus clientes, como yo, con tal de seguir hablando, sueñan y sueñan con esos cementerios.

 
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