Usted está aquí: miércoles 25 de junio de 2008 Capital Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ News Divine: desproporción en las culpas

■ Olor a venganza, más que a justicia

La cara de la mujer mira hacia el techo del antro y allí se encuentra con la cámara de video que registra sus expresiones de dolor y angustia. Conforme avanza la grabación un mar de gente la traga; de pronto ya no se ve el casco azul ni su rostro enrojecido, sudoroso, sólo se mira una mano, su mano que se va hundiendo en la multitud, y por fin desaparece, muere asfixiada, aplastada.

¿Qué mando policiaco hubiera ordenado una muerte así para uno de los suyos? Las contradicciones coinciden. En el antro, la voz del encargado del negocio pide su desalojo, por segunda vez, y afuera otra voz de mando habría ordenado que nadie abandonara el lugar mientras no llegara el transporte que debería llevar, en calidad de presentados, a aquella multitud que como cada fin de semana celebraba tardeadas que se prolongaban hasta las dos de la mañana, entre tragos y droga. La tragedia sucede, pero las contradicciones se encadenan.

El mando de la policía que habría ordenado taponar la estrecha puerta de salida, Guillermo Zayas, es, para la Procuraduría General de Justicia del DF, culpable por omisión de la muerte de 12 personas, pero para el encargado del antro, el de la voz que dispara la salida tumultuaria, y quien supuestamente era el responsable de la venta de bebidas alcohólicas y droga a los jóvenes casi niños, sólo se le habrá de acusar de pervertir a menores.

La desproporción de las culpas que reparte la PGJDF huele a venganza, más que a justicia. Si bien es innegable que la responsabilidad de un acto como el operativo del viernes recae en el mando policiaco, es importante advertir que la acción de las policías en su conjunto, la Unipol, no nace de la ocurrencia de un jefe de seguridad pública, sino de los reiterados llamados vecinales para que, desde la instancia delegacional o desde cualquier otra autoridad, se pusiera fin a lo que para la gente de los alrededores del antro se había convertido en un escenario impune de venta de drogas y alcohol a menores.

En la PGJDF es más que conocida la rencilla entre el procurador Félix Cárdenas y Guillermo Zayas. Sus desencuentros nacen del enfrentamiento legal que sucedió entre el despacho donde trabajaba el hoy procurador y la Fiscalía de Homicidios, que encabezaba Zayas hasta la llegada de Félix Cárdenas a la dependencia, y que se suscitó por el crimen cometido en contra de una reportera gráfica del semanario estadunidense Newsweek.

Después el asunto tomó rasgos de problema personal, cuando el secretario de Seguridad Pública, Joel Ortega, incorporó a Zayas a su equipo de trabajo. Hoy, si Félix Cárdenas no actúa con estricta objetividad para deslindar responsabilidades, la justicia que ejerza olerá a venganza y no servirá para poner fin al mal que en realidad provocó la tragedia: la corrupción.

En la ciudad de México se tienen detectados más de medio millar de sitios que no cumplen con las medidas de seguridad que impone la ley, y de ellos un centenar y medio son verdaderas trampas que cualquier día podrían caer, mortalmente, sobre quienes asisten a ellos. Así que a cuidar lo principal y dejar de lado los problemas que impiden la solución de fondo del problema de los antros. Hoy se tendrá el resultado de la investigación y las conclusiones a las que habrá de llegar el GDF.

Por lo pronto ya hay una guerra abierta, no declarada, entre la SSP y la PGJDF, en la que cada quien cuenta una historia, desde luego diferente, de los hechos del viernes pasado. Lo malo del asunto es que en medio de los enojos y las venganzas está Marcelo Ebrard, su gobierno y, lo más importante, la realización de una consulta a la población de la ciudad sobre el futuro del petróleo. ¡Qué no se les olvide!

De pasadita

Desde muchos frentes, y desde muchas malas intenciones, se busca que el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, corte la cabeza a su secretario de Seguridad Pública, Joel Ortega. Más que hallar fallas imputables al jefe de la policía capitalina, se quiere dar al asunto un cariz de desencuentro entre estos dos que han viajado juntos en la política de la ciudad durante mucho tiempo.

Pero detrás de todo esto subyace la intención abierta de Felipe Calderón de incrustar en el gobierno citadino a algún panista o perredista del ala colaboracionista, que hay bastantes, para tratar de cortar una pata a la máquina de trabajo que hoy tiene el gabinete de Ebrard. Lo malo para ellos es que el jefe de Gobierno tiene muy claro el asunto.

 
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