Usted está aquí: lunes 23 de junio de 2008 Opinión José Tomás, el desamparo original

TOROS

José Cueli

José Tomás, el desamparo original

Las pasiones que genera José Tomás repercutieron hasta en la revista dominical de crítica de arte del periódico New York Times. Todo ello debido a la apoteosis alcanzada en las corridas de aniversario de la plaza de Las Ventas madrileña. Muy difíciles ha dejado la papeleta del torero nacido en Galapagar al resto de la torería. El diestro madrileño se dio gusto al realizar ante los ojos atónitos de los aficionados, el enlace enigmático entre la vida y la muerte. La convalidación del develamiento del destino que paraliza. El propósito del enigma por vivir y morir y lo más importante, lo que vendrá. Más exactamente, por predecir ese limbo donde brillan los significados del destino; creación artística con el toro bravo o cornada, o lo más común, el fracaso.

En José Tomás se vive la identificación del aficionado con el torero. Juego con los pitones de los toros, para no gritar el dolor en el vacío. Toreo único en la línea del tiempo. Punto preciso donde puede surgir la creación. Al esperar la embestida del toro con los pies hundidos en la arena del redondel y recrear con las muñecas, cruzado a pitón contrario, el pase natural, marcando los tres tiempos, parar, templar y mandar, mientras los pitones se llevan la seda del traje de luces o se hunden en las carnes, en el remate en el auténtico forzado de pecho hacia adentro.

El tiempo del paso natural sin pensar, un hoyo de pensamiento, un instante sin lenguaje en el que José Tomás se abismaba en un hoyo y transmitía a la plaza llena a reventar todas las emociones vividas. Dejando que el lenguaje le cediera su lugar al cuerpo para que hablara en su lugar. Magia torera que britaba de lo inesperado de la creación y era la emoción que brinda el toreo, aunada a la belleza.

José Tomás se vaciaba de todo el exceso que lo habitaba. Cada pase en ese transe lo instalaba en la parte de muerte que ocultaba. O sea había muerte en el deseo. El torero madrileño tenía la chispa que fusionaba el deseo y la muerte y cuyo fruto era la belleza, como en la primera de las corridas toreadas, o la cogida en su segunda actuación, la estética de la carne desgarrada que mostraba sus entrañas: el desamparo original.

 
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