Usted está aquí: jueves 19 de junio de 2008 Opinión La mujer de antes

Olga Harmony

La mujer de antes

Pude aprovechar el regreso de La mujer de antes a la escena para presenciar la escenificación que de ella hizo Jorge A. Vargas con su grupo de Línea de sombra en el marco del Ciclo de Teatro Germánico Contemporáneo auspiciado por el INBA y el Goethe Institut Mexiko, que por diversas razones no vi en esa temporada. Del autor, Roland Schimmelpfenning conocíamos Noches árabes, en la excelente puesta de Mauricio García Lozano que a mi entender fue uno de los disparadores de que muchos jóvenes autores se interesaran por el llamado teatro narrrativo, interesante pero peligroso como posible encubridor de falta de aptitudes para el diálogo. El mismo dramaturgo alemán, según fragmentos aparecidos en el Dossier que la revista Paso de gato dedicó al tema, asienta lo siguiente: “Más o menos desde hace dieciséis años estoy escribiendo obras, ninguna se parece a la otra, cada una es distinta”. Y lo confirmamos con La mujer de antes, en que lo único narrado son las intervenciones de Tina que abiertamente cuenta al público los incidentes que ocurren fuera del espacio de la casa a punto de ser abandonada y que irrumpe desde algún punto abstracto que el autor no marca, pero que ayuda a unir los fragmentos dispuestos no linealmente de la historia que se nos cuenta.

Lo interesante de este texto reside, sobre todo, en la manera fragmentada, con avances y retrocesos en el tiempo que cortan o reanudan las diferentes escenas. Quizás la fragilidad del amor sea el tema, en esta historia de la extraña mujer, Romy Vogtländer que aparece después de 24 años para exigir a Frank el cumplimiento de que la amaría siempre que le hizo durante el verano en que ambos, adolescentes, pasaron juntos y cuya reacción, ante la infidelidad de Andi, el hijo de Frank respecto a su novia, que lo equipara con el padre, es desmedida. Un recuerdo de la suerte de la desdichada Glauque que se repite en Claudia, la esposa de Frank, da un toque mitológico y universal al tema del desamor y del despecho, en medio de la banalidad de un matrimonio que a los 19 años de unión poco tiene qué decirse excepto las minucias de la convivencia y la constatación, dicha con enorme rudeza, de que se han vuelto viejos y han pedido encanto que hace Frank ante el tentador recuerdo de su adolescencia que le reporta la presencia de Romy.

La mujer de antes está editada en el cuaderno de dramaturgia universal Nº 4 que la ya mencionada revista Paso de gato publicó como uno de los interesantes y muy económicos cuadernillos en que figuran ya varias colecciones. La traducción es de Luis Carlos Sotelo y ha de ser la misma que se usa en la escenificación, en cuyos programas no dan datos del traductor. Jorge A. Vargas conserva y respeta casi literalmente las acotaciones del autor, lo que sorprende porque es un director muy capaz e imaginativo, pero la sorpresa se borra al entender que es un experimento que acentúa las elipses del original, al no permitirnos ver lo que ocurre en las habitaciones, en esa escenografía muy compacta –de Héctor Bourgues y Karla Rodríguez– que muestra un espacio vacío y con puertas, en el que se acumulan las cajas de cartón de la próxima mudanza. Vargas rompe lo espacial dando entrada a sus actores por el patio de butacas, desde lo que podría ser el baño también existente en las minuciosas acotaciones y da a Tina la posibilidad de asomarse por cualquier resquicio para contar lo visto. Al no verse el interior de las habitaciones, la imaginación del espectador debe completar la historia, sobre todo en el cruel final en que ya no existen diapositivas ni narraciones que apoyen, pero que resulta perfectamente comprensible en toda su dimensión, con lo que el experimento escénico complementa el experimento dramatúrgico.

El elenco está conformado por Erika de la Llave como Romy, Alicia Laguna como Claudia, Rodolfo Arias como Frank, Bernardo Benítez como Andi y Rocío Leal como Tina. Los videos son de la iluminadora Kay Pérez y la asesoría de vestuario de Edyta Rzewuska.

 
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