Usted está aquí: jueves 12 de junio de 2008 Opinión A panazos

Soledad Loaeza
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A panazos

¿Qué estará ocurriendo en el interior del Partido Acción Nacional que el presidente Calderón creyó necesario destituir al senador Santiago Creel de la coordinación de la bancada de su partido en el Senado? ¿Qué provocó que el despido fuera, además, una humillación pública deliberada? Todas estas preguntas son inevitables, en buena medida por los malos modos con que se dio por terminada con un ucase la gestión de Creel al frente de los senadores panistas, modos muy ajenos a los que caracterizaban al PAN, pero, en cambio, similares a los de Luis Echeverría, a quien le encantaba regañar a los miembros de su gabinete en público. No deberá entonces extrañarse Germán Martínez si los periodistas, y cualquier persona, le pregunta ¿qué pasó?, pues algo muy gordo tiene que suceder para que se maltrate de esa manera a quien hasta hace poco era líder de sus senadores.

¿Estaba conspirando el senador Creel contra el Presidente? ¿Es un instrumento de Manuel Espino para sabotear al gobierno? ¿Creía que iba en caballo de hacienda hacia 2012? ¿O simplemente, y al más puro estilo del presidente Adolfo Ruiz Cortines, él siempre tan indirecto, lo echaron para castigar a Espino y transmitirle el mensaje de que no se van a tolerar sus críticas? Lo único que sabemos con certeza es que para el grupo que encabeza Felipe Calderón en Acción Nacional, Creel siempre ha sido un arribista, y no han dejado de verlo de esa manera; así que simplemente lo sacaron a panazos.

Hasta ahora las respuestas del presidente de Acción Nacional a propósito de esta decisión han sido vagas e insuficientes; aunque dejan adivinar que, a ojos de Felipe Calderón, Creel es una amenaza. Lo que no sabemos es para quién o por qué. ¿La reforma petrolera? ¿Los resultados del PAN en las elecciones de 2009? ¿El destino de la planificación familiar?

Algunas explicaciones se refieren a la vieja rivalidad entre ambos personajes; otras más a la popularidad del senador Creel, quien, por alguna razón oscura, sería inaceptable para el presidente Calderón. Hay quien sostiene que se le atribuye responsabilidad en los aires de derrota que soplan contra la propuesta de reforma petrolera que ha presentado el gobierno. Incluso algunos piensan que la vida personal del senador Creel pudo ser una de las causas de su caída. Es posible que sea todo junto.

Más allá de las motivaciones del Presidente, la decisión, y sobre todo, la forma en que se puso en práctica, pone al descubierto algunas de las tensiones no resueltas que agitan a Acción Nacional desde hace varios años. La de mayor alcance se refiere al tema de las relaciones entre el jefe del Ejecutivo y su partido. Cuando Felipe Calderón fue elegido presidente de la República, el destino de Acción Nacional como “el partido del presidente” quedó definitivamente sellado. Su biografía política, la estrategia que le ganó la candidatura del partido a la Presidencia de la República, su compromiso con el PAN, todo apuntaba a que las contradicciones y las diferencias que se habían presentado entre el partido y Vicente Fox presidente no se repetirían. Calderón provenía de la militancia, la conocía y lo conocían; además, para obtener la candidatura se envolvió con la bandera blanquiazul como el único legítimo representante del panismo único y verdadero. Se comprometió con sus orígenes, con sus tradiciones y valores, con sus métodos. La identidad partidista fue el arma que blandió contra los advenedizos encabezados por Fox y Manuel Espino, seguidos por, entre otros, Creel.

Es más o menos obvio que al partido de origen del presidente de la República le toca apoyarlo a él y a su gabinete. En principio, ellos son los ejecutores de la plataforma partidista, y, en última instancia, la suerte electoral del partido en cuestión depende en buena medida del desempeño de sus militantes en su calidad de funcionarios. Desde esta perspectiva, el vínculo entre el gobierno y el partido tendría que fortalecerse. También es cierto que la autonomía de este último disminuye cuando uno de los suyos está en el poder, dado que tiene que adaptarse al tipo de restricciones y de compromisos que se le imponen a todo presidente de la República, gobernador o legislador. Esto es, entre ambas instancias, presidencia de la República y partido en el poder, debe establecerse un equilibrio que garantice el buen funcionamiento de cada una de las partes, que respete su autonomía. Un presidente rehén de su partido está condenado al fracaso, de la misma manera que un partido subordinado al presidente pagará en las urnas su obediencia a la voluntad de uno solo de sus militantes, aunque sea presidente de la República.

El manotazo con que se despidió al senador Creel no contribuye a sostener ese delicado equilibrio. La molestia de algunos legisladores ante la decisión prueba que este acto presidencialista irritó a muchos, y que más que disciplinarlos encrespó los ánimos. Antes que unir al partido detrás de la silla presidencial, algo que tanta falta haría en estos momentos, Calderón y Martínez lograron distanciarse de muchos que antes, al igual que ellos, desconfiaban del “panismo hechizo” de Creel, pero que ahora le temen a lo que podría ser el “priísmo hechizo” de sus dirigentes.

 
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