Usted está aquí: lunes 9 de junio de 2008 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.
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■ Dolorismos y opciones

Inherente a la naturaleza humana, el dolor, sea una sensación molesta en una parte del cuerpo o un sentimiento de aflicción y congoja, también es manipulado por la ciencia, la religión y el Estado; de ahí que además de su reconocimiento y aceptación para su eventual cesación o disminución, debamos diferenciarlo del dolorismo, esa nefasta actitud que defiende dolor y sufrimiento como formas de redención y expiación de quien padece.

“Una tía llevaba meses con un clavo en el zapato que le lastimaba el pie, para no olvidar el dolor de Nuestro Señor Jesucristo”, platica entre divertido y escandalizado el bioeticista argentino Leonardo Belderrain. “Esa actitud dolorista, no amorosa –agrega–, se gesta en la Conquista, introyectando al opresor y atenuando el choque emocional de los conquistados, en un proceso de opresión real y liberación ficticia.”

“No tener televisión es una medida eficaz para aceptar la muerte como parte de la vida, y a ésta con su azar y su aventura, no con su falsa programación” –sigue disparando quien hará un par de años escandalizó a las buenas conciencias de su país por solicitar al obispo de Buenos Aires licencia para casarse y seguir ejerciendo su ministerio sacerdotal.

“Fueron dos años sabáticos en los que me relacioné con una mujer, Silvina, a la que casé la semana pasada. Estoy contento de lo que viví y de haber vuelto a la Iglesia, a pesar de una teología que poco ayuda a la gente. La religión está marcada por el resentimiento, pero esta esclerosis espiritual e intelectual no es exclusiva del catolicismo. Tiene que ver con una piedad falsa y una trascendencia infantilizada. De ahí la obligación de fomentar una santa repugnancia por el oscurantismo y los promotores del sometimiento y el miedo. Asumir mis temores con los ojos abiertos y con desafío, no con inmovilidad ni fatalismo. De la visión sagrada del prójimo se pasó a la reproducción del crucificado y sus implicaciones represoras. Cualquier caridad sin erotismo es caricatura, y todo erotismo sin caridad, sin entrega, es caricatura.

“Todos somos Dios, parte integrante de Dios, pero no a través del dolor, sino del amor como forma de crecimiento. Por eso no hay que drogarnos en ningún sentido, porque perdemos la poca lucidez que tenemos o podemos tener. Lo que nos hace ricos es no perder la confianza en nosotros ni en los otros”, sostiene Leonardo Belderrain.

 
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