Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de junio de 2008 Num: 691

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Legislar la cultura
VIANKA R. SANTANA

Teatro en Bogotá
JHON ALEXANDER RODRÍGUEZ

La (otra) selección alemana
ESTHER ANDRADI

Cartas a Hitler: historia epistolar de la infamia
RICARDO BADA

Adicciones y violencia
del siglo

RICARDO VENEGAS Entrevista con SANTIAGO GENOVÉS

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
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Hugo Gutiérrez Vega

DON RAMÓN Y HAMPTON

Por las calles de Nueva York se escuchan muchas voces con acento poblano. Hace unos quince años vivían y trabajaban en la Gran Manzana un puñado de mexicanos perdidos entre el tumulto de puertorriqueños, dominicanos, ecuatorianos, salvadoreños y peruanos. Ahora, según calculan los que hacen cálculos sin muchos elementos para contar, viven en Nueva York más de doscientos mil mexicanos, la mayoría de ellos provenientes de las tierras del gober precioso y sus bellísimas amistades coñaqueras. Casi todos trabajan en restaurantes y tienen fama de buenas personas, llenas de recursos imaginativos y de una gran capacidad de improvisación. (En un teatro de Broadway me contaban que un ingenioso poblano había arreglado la consola de iluminación con un pasador para el pelo.) La dura vida mexicana los obliga a actuar, en momentos difíciles, con ánimo calmado e imaginación despierta.

Entre los técnicos del teatro de la American Airlines , ubicado en la calle 42, figura un buen número de mexicanos que ya se las saben todas y compiten, con buena fortuna y mucho esfuerzo, con los técnicos de otras nacionalidades. Terminando la función de Les liaisons dangereuses –la magnífica adaptación de Christopher Hampton de la novela epistolar de Choderlos de Laclos, modelo de obra sobre el libertinaje de una clase social ociosa y perversa que acabó sus años y sus daños en la horrenda guillotina–, platiqué con uno de los trabajadores poblanos. Me dijo que era de Tehuacán y que ya tenía doce años viviendo en Nueva York. Había conseguido su permiso de trabajo gracias al gerente de la compañía de repertorio Roundabout, ejemplo señero de la unión entre las instituciones gubernamentales de la ciudad y del Estado con los patrocinadores de las empresas privadas. Don Ramón, el industrioso poblano, llegó a Nueva York en pleno invierno; gracias a unos paisanos consiguió un lugar donde dormir y empezó su carrera de indocumentado latino entre wasp despectivos y racistas. Vendió hot dogs, barrió restaurantes, lavó platos y, un buen día, pasó por el teatro de la American Airlines y entró a preguntar si tenían trabajo para él. Le dijeron que necesitaban un electricista (en sus mocedades poblanas había armado diablitos y compuesto la electricidad de las casas de los parientes). Con gran desparpajo contestó que había sido electricista en su pueblo. Fue contratado subrepticiamente y empezó su seminueva talacha observando a sus compañeros y aprendiendo el oficio con una rapidez notable.

El gerente sentía un gran aprecio por el pequeño mexicano capaz de arreglar los peores problemas con un pasador de pelo y una imaginación de hambriento que era, como los personajes de la picaresca, maestro en “el arte de ir tirando”. Ya documentado se ganó a pulso el puesto de segundo electricista, se instaló en un estudio pequeñito en el Bronx y empezó a alimentar un gusto sin límites por el teatro y sus secretos. Me dijo que Les liaisons le encantaba y que Laura Linney era la mejor actriz de Broadway. Ben Daniels, Le Vicomte de Valmont (“son los vizcondes unos condes bizcos”, decía Quevedo), le parecía un poco afectado, y la Présidente de Tourvel, interpretada por Jessica Collins, le daba una compasión infinita. “Le juro que lloro cuando la trata mal ese cabrón del vizconde”, me dijo el electricista poblano metido a crítico de teatro. En el avión de regreso a México pensé en don Ramón, habitante de la Gran Manzana , amante del teatro y enemigo jurado de ese asqueroso libertino que fue, es y será Le Vicomte de Valmont.

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