Usted está aquí: miércoles 28 de mayo de 2008 Opinión Transparencia a las palabras

Javier Aranda Luna

Transparencia a las palabras

En esta época de reformas convendría que el presidente Felipe Calderón devolviera transparencia a las palabras. No se vale decir que antes deben hacerlo otros políticos si es, como asegura, el presidente de todos los mexicanos.

Si nos atenemos a sus discursos, da la impresión de que sigue en campaña, en esa zona donde mentir, según confesión no pedida, todo se vale. Y tal vez tenga razón para hacerlo porque éste es el primer sexenio en el que las campañas presidenciales comenzaron en el segundo año de gobierno, algo que ni el inverosímil Fox logró. El PRD ya tiene por lo menos tres precandidatos que no cuesta trabajo adivinar, el PRI otros tantos y hasta el PAN, el propio partido de Calderón, cuenta con su caballada, escuálida y todo lo que se quiera, pero caballada al fin.

Ninguna campaña mediática sirve para devolver transparencia a las palabras. Y muchas veces se logra justamente lo contrario. De nada sirvió contratar a Lorena Ochoa para que con su acento de niña bien y sus torneos ganados dijera que nuestro campo era un campo ganador. ¿Ganador en qué sentido? ¿En expulsar campesinos con tal celeridad que los especialistas calculan medio millón por año? ¿Ganador porque nuestros campesinos especializados en el cultivo del arroz son quienes lo cultivan en el país vecino y es el mismo que importamos en esta crisis alimentaria? ¿Y qué me dice de la campaña que pretendía explicar que los bonos petroleros eran la democratización de la riqueza y que sólo entendieron sus creativos y los despistados que los contrataron?

Si la propaganda miente, si la publicidad miente, si las palabras que utilizan son hijas de la opacidad, logran justamente lo contrario.

Para devolver transparencia y credibilidad a los discursos basta con aplicar una y otra vez ese principio bíblico que recomienda a sus creyentes que su sí sea sí y su no, no. Pero los discursos presidenciales cada vez parecen más aquellos clásicos discursos priístas que iban a contracorriente de la realidad y que todos aprendimos a interpretar: si el presidente en turno aseguraba que no habría devaluación o alza de precios presagiaba precisamente lo contrario. ¿Alguien cree ahora que el licenciado Calderón pasará a la historia como el presidente del empleo? ¿Alguien cree que el aumento de ejecuciones y decapitados sea síntoma de los éxitos alcanzados en la lucha contra el narcotráfico? Tal vez algunos aún lo crean, pero los funcionarios de primer nivel del gobierno no. Sólo así se explica el aumento en la seguridad de los secretarios de Estado, a tal grado que es fácil enterarse cuando alguno llega a cualquier lugar por esa coreografía de guaruras que danzan por doquier anticipando el arribo de su jefe.

Devolver transparencia a las palabras no es imitar el lenguaje de los cardenales que, salvo contadas excepciones, están más atentos a la administración de los bienes terrenales que a los del más allá, patria de los justos. A ciertos curas ataviados de púrpura les importan más los ascensos y descensos a la bóveda celeste de los helicópteros que llegan a sus fiestas transportando “notables” o las megalimosnas que el porvenir de las almas que invocan a cada instante.

El “ya basta” lanzado por el presidente contra medios, jueces y ciudadanos que fueron acusados estos últimos de cómplices del narcotráfico por no denunciar al vecino que consume mariguana es la paja de la parábola bíblica. Y en el caso de los medios ahora resulta que el mensajero de las noticias es el culpable. ¿Por qué no dirigir el “ya basta” a su propio equipo, donde se encuentra el responsable, sin duda alguna, del asesinato de Édgar Millán Gómez? ¿Los medios, los ciudadanos, los jueces, fueron los responsables de esa ejecución?

No existe mejor discurso que aquel que empata las palabras con la realidad: que el referente de la manzana sea, en efecto, el fruto del manzano y no un refresco embotellado. Ni encuestas maquilladas (sol gano, águila pierdes) ni estrategia publicitaria y propagandística alguna podrán devolver la confianza a las palabras de los políticos si éstos insisten en vaciarlas de significado.

Es increíble que ante tan grandes retos como el alimentario y el energético el presidente se dé tiempo para hacer grilla de partido apostando, por ejemplo, por la división del PRD, que para eso no necesita ayuda.

Vivimos tiempos difíciles, tiempos de penuria, diría el poeta, y por eso resulta indispensable que la clase política y su representante más visible le devuelvan a sus dichos la claridad, la transparencia, porque todo decir es, a final de cuentas, un hacer.

 
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