Usted está aquí: miércoles 28 de mayo de 2008 Economía México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega
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■ Los compromisos de Calderón, sólo en el micrófono

Vicenlipe Foxderón brincó ayer a la palestra, tomó el micrófono y al público en general hizo saber que en el mejor de los casos, y sólo en el mejor, sus promesas (en especial aquella de “para vivir mejor”) de campaña, reiteradas ya como inquilino de Los Pinos, se cumplirían parcialmente y al final del sexenio.

Resulta que el interminable inventario de compromisos por él asumidos (“salto hacia adelante”, majestuoso crecimiento producto de la “solidez” macroeconómica, generación de empleo garantizada por el “presidente” del ídem, pago de la deuda social y tantos otros capítulos de la versión corregida y aumentada del cuento de la lechera que insistentemente ha narrado a lo largo de 18 meses de estancia en Los Pinos) sólo se ha cumplido en el micrófono (como al de las ideas cortas y la lengua larga le consta) y mediante el indiscriminado uso del aparato propagandístico, aunque ya dijo que si las cosas caminan bien, el Altísimo interviene a su favor y la madre Tonatzin ahora sí le echa la mano a los blanquiazules, en el último año de su sexenio se llegaría a satisfacer tan sólo 60 por ciento de la demanda real de empleo (800 mil puestos de trabajo, dice), se registraría un crecimiento del PIB de apenas 5 por ciento y –aquí ni cómo ayudarle– “se reduciría la pobreza extrema, la pobreza alimentaria, cuando menos en 30 por ciento”.

Sexta intentona al hilo de un “programa nacional” de suyo complicado de aterrizar, pero imposible de lograr con el mismo manual, el mismo librito, las mismas personas, creencias y privilegios, repitiendo los mismos errores y cometiendo los mismos excesos que en cada uno de los cinco intentos previos. Se trata del ahora llamado Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo, una suerte de “brazo financiero” de otra quimera intitulada Plan Nacional de Desarrollo, originalmente Plan Global de Desarrollo que en 1980 armó Miguel de la Madrid, junto con Carlos Salinas de Gortari, desde la Secretaría de Programación y Presupuesto.

El resumen de las seis intentonas referidas es igual de simple que de dramático: si en los pasados cuatro sexenios y medio los gobernantes de este ofendido país hubieran cumplido sus promesas –en los hechos, no en los discursos–, en ese mismo periodo la economía mexicana habría reportado un crecimiento a tasa anual promedio cercano a 8 por ciento. Como sucedió lo que todos sabemos y padecemos, en realidad esa tasa apenas si resulta superior al 2 por ciento, con lo que económica y socialmente representa.

Va un rápido recuento: José López Portillo (Plan Global de Desarrollo 1980-1982) se comprometió a lograr una tasa de crecimiento del PIB de 8 por ciento anual entre 1980 y 1982, pero sólo alcanzó 5.7 (con todo, nunca superada por sus sucesores). Aparte, ya con Plan Nacional de Desarrollo, que abarca el sexenio completo, Miguel de la Madrid “garantizó” 5.5 por ciento, pero a duras penas alcanzó 0.34 por ciento; Carlos Salinas de Gortari ofreció 6 por ciento anual, pero concretó 3.9; Ernesto Zedillo aseguró que cuando menos llegaría a 5 por ciento, pero no pasó de 3.5; Vicente Fox juró y perjuró que sería 7 por ciento anual, aunque de milagro reportó 2.3 por ciento, el peor resultado desde MMH.

Ahora Foxderón aplaza su compromiso de “para vivir mejor” y lo lleva hasta el último año de estancia en Los Pinos (se supone que en 2012), muy al estilo de su predecesor, y para ello se basa en la misma “estrategia” rotundamente fallida en las cinco ocasiones previas. Se limita, pues, a seguir el caminito de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox, para llevar al país aún más cerca del precipicio.

Una diferencia de cuatro tantos entre la oferta de crecimiento económico y la tasa real en el mismo renglón debería resultar más que suficiente para que los genios asociados a la elaboración y ejecución de la política económica reconsideraran el manual y se abocaran a elaborar algo más realista y con algún sentido de proyecto de nación. Como hemos comentado en este espacio, el acceso al desarrollo se ha convertido en una ilusión para los mexicanos, y en una vergonzosa asignatura pendiente para los seis gobiernos que en los últimos 30 años se sentaron en Los Pinos a atender las urgencias, caprichos y excesos de una minoría.

Cuando en 2007 el actual inquilino de Los Pinos presentó el Plan Nacional de Desarrollo, el compromiso fue 5 por ciento anual de incremento en el PIB como promedio. En sus primeros dos años esa proporción ni de lejos se alcanzará. En 2007 el resultado ratificó la mediocridad de la economía nacional (3.2 por ciento) y en 2008 será peor (2.8 se aferran en Hacienda, pero puede ser mucho peor). Así, de 2009 a 2012 el producto interno bruto deberá incrementarse a una tasa anual no menor a 6.1 por ciento, si la pretensión es alcanzar ese 5 por ciento en el PND, algo por demás quimérico.

Todos prometieron “crecimiento alto y sostenido”, “dotar a los mexicanos de empleo y los mínimos de bienestar” (JLP), “recuperar la capacidad de crecimiento” (MMH), “acceder a un horizonte de progreso personal y familiar que no sea efímero” (CSG), “combatir el desigual desarrollo del país” (EZ) y “actuar con inteligencia y sensibilidad” (¡lo dijo Fox!), “nosotros no somos culpables, son los chinos que comen mucho, porque la inflación viene de afuera” (FCH), y a estas alturas, con seis reimpresiones del PND, cuando menos 50 por ciento de la población sobrevive en la pobreza y la miseria.

Las rebanadas del pastel

Veintiocho años atrás, advertía el Sistema Alimentario Mexicano (SAM): “son 506 empresas, estadunidenses la mayoría, las que controlan cerca de 85 por ciento del mercado mundial de granos, tendientes a encarecerse en la medida en que la asombrosa productividad de la agricultura de Estados Unidos empieza a encontrar límites en la expansión de su frontera agrícola y en el encarecimiento de sus productos...” Hoy probablemente sean menos, pero Felipe Calderón anuncia un programa para fortalecer a esas trasnacionales, robustecer la dependencia alimentaria del país e incrementar la transferencia de divisas al exterior, mientras el campo mexicano apenas si respira.

 
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