Usted está aquí: domingo 25 de mayo de 2008 Opinión Desde Otras Ciudades

Desde Otras Ciudades

Discriminación en París

Ampliar la imagen El actor mexicano Rubén Sosa, segundo de derecha a izquierda El actor mexicano Rubén Sosa, segundo de derecha a izquierda Foto: Ap

París. La discriminación racial en el país de la declaración de los Derechos Humanos tiene una historia ambigua a partir del siglo XVIII en que lo exótico material fue admirado, sustraído y almacenado en los museos franceses, mientras el humano exótico era visto con curiosidad seudo científica tendiente a incluirlo también en el museo.

Siendo Francia uno de los países más etnocéntricos, parecería paradójico que su cultura y su lengua sean resultado de mezclas constantes a lo largo de su historia: desde la época de los galos, tribus celtas, que se mezclaron con los francos, tribus germánicas, y éstas con los romanos poblando el “mediodía” de Francia; con los godos asentándose en el oeste, los ostrogodos en el este y los visigodos en la frontera con España, para seguir integrando, incesantemente, judíos, otomanos, moros del norte de África, inmigrantes escandinavos y eslavos, más tarde asiáticos y finalmente latinos y angloamericanos.

Pero el genio francés consistió en fundir todo este flujo multiétnico en un solo pueblo, mediante una lengua impuesta por el absolutismo del siglo XVI, luego por los enciclopedistas revolucionarios y finalmente por el imperio napoleónico. Para el siglo XIX, Francia recibiría con los brazos abiertos a los genios del mundo entero: científicos, artistas, intelectuales, pero también artesanos y técnicos, todos los cuales contribuyeron a forjar la cultura francesa, asimilándose a la lengua, adoptando voluntariamente o no un nombre afrancesado y sumándose al sentimiento de privilegio que tiene todo francés.

El derecho de “suelo” para ser nacional de este país es prueba de la confianza que los franceses tenían en su cultura y en el sistema educativo que la transmite: la segunda generación sería totalmente francesa y la primera generación, con su acento extranjero, quedaría como caricatura de lo exótico.

Pero a finales del siglo XX se desbordó el vaso: la escuela pública no pudo más que la tradición familiar y la inmigración dejó de ser asimilada por lo francés para dar paso a una composición social de comunidades étnicas estancadas poco dispuestas a integrarse culturalmente en condiciones de marginación económica.

En el siglo XXI, los requisitos para entrar a territorio francés son económicos y para obtener la nacionalidad, culturales. Nuestro compatriota Rubén Sosa no fue discriminado y agredido por la policía de la frontera a causa de sus rasgos físicos o color sino por su extranjeridad con aspecto de trabajador más tarde confeso. Por el miedo que tienen los franceses a ser rebasados en su propia tierra por una o varias culturas exóticas, sentimiento más radical que los acuerdos proteccionistas del empleo tomados por el grupo Schengen.

Yuriria Iturriaga

 
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