Usted está aquí: martes 20 de mayo de 2008 Opinión El Foro

El Foro

Carlos Bonfil
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■ Una vieja amante

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta de la francesa Catherine Breillat Fotograma de la cinta de la francesa Catherine Breillat

Una mujer insatisfecha con el carácter apagado de su marido decide lanzarse a la búsqueda del placer extraconyugal. Su exploración de la sexualidad y su franca disposición a tomar la iniciativa en sus conquistas eróticas es el tema de Romance (1999), cinta de la muy polémica realizadora francesa Catherine Breillat, exhibida en su momento en México y que causó cierta conmoción en los festivales por ser (junto con Intimidad, de Patrice Chéreau), una de las primeras cintas comerciales en mostrar sexo explícito, y por tener entre sus protagonistas al actor porno italiano Rocco Siffredi.

La notoriedad del filme permitió descubrir otros trabajos de la directora (La hermana virgen, Anatomía del infierno), mismos que reproducían en ambientes cerrados la dialéctica de dominación y erotismo que interesaba a la directora. Su afición declarada por el realizador Nagisa Oshima y los escritos de Georges Bataille, su actividad paralela de novelista (La pornocracia) y su reflexión continua sobre política sexual y cuestiones de género despertaron la curiosidad sobre cómo realizaría su primera adaptación literaria, una película de época, a partir de Una vieja amante (Une vieille maitresse), la novela de 1851 del dandy francés Jules Barbey d’Aurévilly, autor también de Un sacerdote casado y del conjunto de cuentos Las diabólicas, personaje controvertido, calificado en su tiempo de romántico decadente, que luego se volvería un católico recalcitrante.

Situada en el París de 1835, la cinta de Breillat relata la infatuación sexual de un joven dandy arribista, Ryno de Marigny (F’uad Ait Aattou), por la exótica cortesana Vellini (Asia Argento), la cual se aferra a someter a su voluntad al joven esquivo cuando descubre que está a punto de casarse, por conveniencia, con la noble y pura Harmangarde (Roxane Mesquida). La abuela de esta joven, la marquesa de Flers (la actriz veterana Claude Sarraute), le exige a Ryno que le narre su pasada relación de 10 años con la cortesana Vellini y de paso le refrende su propósito de renunciar a ella antes de contraer nupcias. El largo relato del dandy, la delectación de una marquesa de pose libertina, hija del siglo XVIII, fustigadora de “las hipocresías morales” del siglo siguiente, son el meollo del relato y el pretexto para que una vez más la realizadora acometa su acostumbrada disección de los mecanismos de poder en una relación amorosa.

Su primera apuesta es jugar con los roles tradicionales de género y presentar a dos protagonistas abiertamente andróginos: la fragilidad física y emocional de Ryno, sus languideces y vacilaciones, contrastan con el carácter enérgico y voluntarioso de Vellini, llamada también “la española” por ser hija natural de una mujer noble francesa y un torero andaluz. En sus encuentros amorosos, la mujer de voz ronca y arrebatos pasionales controla y dirige la faena erótica, en ocasiones a un extremo fársico e inverosímil.

Una vieja amante juega muy deliberadamente con los estereotipos de género y con los anacronismos. Un toque de Choderlos de Laclos/ Stephen Frears (Las relaciones peligrosas); un toque orientalista, a lo Pierre Loti, con viaje de la pareja de amantes a Argelia; una referencia a Goya en el atuendo y rostro de la Vellini, y una melodía de la diva alemana Zarah Leander, de la época nazi, recrean atmósferas de decadencia por momentos demasiado forzadas.

Al lado de todo esto hay una aproximación al erotismo mucho más sugerente cuando Ryno despoja a su esposa dormida de sus zapatillas y medias manchadas de lodo, que cuando la transgresión estudiada arriba a las estridencias de una pasión masoquista. Entre los aciertos de la cinta, cabe señalar el desenfado con que se describen los rituales de una nobleza con añoranzas libertinas y la pulcritud de la fotografía del griego Giorgos Arvanitis, camarógrafo de Theo Angelopoulos.

 
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