Movidas chuecas  de la derecha continental

 

Ramón Vera Herrera, Quito, Ecuador. Quien se asome al tablero geopolítico latinoamericano de los últimos dos meses se sorprenderá de sentir el aguijón de las sincro­nías que no admiten la casualidad ni la mera coincidencia como explicaciones.

Uno de los síntomas más graves es el ataque colombiano a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc) en territorio ecuatoriano que consiguió asesinar al comandante Raúl Reyes cuando “cumplía la misión de concretar a través del presidente Hugo Chávez” —según un comunicado emitido por las farc justo después del ataque—“una entrevista con el presidente Sarkozy, donde se avanzara en encontrar soluciones a la situación de Ingrid Betancourt y al objetivo del intercambio humanitario”. Varios investigadores ecuatorianos, colombianos y mexicanos ven el ataque como una complicada operación de inteligencia (un sondeo de la factibilidad militar de la región), donde mediante operativos de hostigamiento el gobierno colombiano fue cerrando los lugares posibles para que ocurriera la liberación de Betancourt en Colombia, le abrió a Reyes una ventana en Ecuador en una zona en la que por lo menos durante los últimos tres años quienes controlan son las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (la contrainsurgencia) que incluso patrullan por la noche Lago Agrio, Ecuador, en sus motocicletas y son infaustas por asesinar, torturar y desaparecer a la población ecuatoriana de esa frontera difícil, sujeta a fumigaciones con glifosato y ametrallamientos por parte de las aeronaves militares colombianas, como consta en múltiples testimonios recabados por las Misiones de Observación Internacional en la región. En esos mismos territorios, es casi inexplicable que Reyes instalara un campamento provisional para buscar el intercambio. La tesis es que expresamente lo ubicaron ahí para luego bombardearlo  cuando había algunos extranjeros de visita. La campaña mediática y de internet machaca sospechosamente que el campamento atacado era un campamento recreativo, “de putas” (lo cual es una de las tantas falsedades típicas de las operaciones de enlodamiento de la cia).

Hay evidencias que apuntan a que el ataque fue operado desde la base de Manta por efectivos estadunidenses, aunque la embajadora en Quito, Linda Jewell, lo haya negado enfáticamente en conversación telefónica con la canciller ecuatoriana María Isabel Salvador, insistiendo en que “que los aviones de vigilancia electrónica que tiene en la base aérea de Manta no estuvieron implicados en el ataque militar colombiano contra un campamento de las farc en territorio ecuatoriano”. Según Kintto Lucas (ips, 20 de marzo de 2008), “Para el ministro de Defensa ecuatoriano, Wellington Sandoval, se debe investigar si la base de Manta fue utilizada para el ataque y realizar esa auditoría”. Otras fuentes militares ecuatorianas citadas por Lucas que no revelaron su identidad afirman que “la tecnología utilizada primero para detectar el blanco, o sea el campamento, y luego para atacarlo, es de Estados Unidos”. El propio Sandoval afirmó que en el bombardeo se emplearon “equipos que no tenemos las fuerzas armadas latinoamericanas.”

 

Por las mismas fechas los grandes terratenientes soyeros argentinos (con más de 16 millones de hectáreas de soya, llamada soja allá) emprendieron un paro nacional con bloqueos carreteros para que el gobierno desistiera de aumentarles los impuestos a ellos que ganan “un platal” y son punta de lanza de una agroindustria que amenaza al mundo. Ellos que junto con los santacruceños de Bolivia, los oscuros caciques paraguayos y sus equivalentes brasileños tienen declarada la llamada “república unificada de la soya” que además de ser transgénica ha desertificado el campo con las interminables extensiones de su monocultivo y los agrotóxicos asociados y utiliza menos y menos trabajadores indocumentados, sean nacionales o extranjeros, porque buscan un campo sin campesinos. La Agencia Periodística del Mercosur, decía el 27 de marzo de 2008:

 

Al calor de las protestas patronales del campo, la semana pasada surgieron brotes urbanos de “cacerolazos”, casi todos en los barrios más ricos de Buenos Aires, en algunos casos organizados y en otros capitalizados por las fuerzas políticas más derechistas y defensoras de la pasada dictadura militar.

En ese espectro de derecha se juntan en términos objetivos desde impresentables familiares de torturadores hasta dirigentes políticos del sistema, como la ex candidata a la presidencia Lilita Carrió.

Es decir, las fuerzas de derecha se desparraman por doquier: los de la Sociedad Rural Argentina lograron que los chacareros de la Federación Agrícola Argentina hiciesen por ellos el trabajo sucio en los cortes de rutas; los dinosaurios de la dictadura y personajes como Carrió se juntan para encrespar los ánimos de las capas medias; y el gobierno poco y nada hace para tomar medidas tendientes a modificar el paradigma productivo de la Argentina: agroexportador, monocultivista (soja), oligopólico, concentrado en pocas manos y a expensas de los “pools” de siembras, de las transnacionales como Monsanto y de los fondos de inversión también transnacionalizados.

 

Dicho paro lo emprenden terratenientes que poseen un promedio de 38 mil hectáreas cada uno, y que logran vender “una hectárea en la zona ‘soyizada’ de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe o Entre Ríos entre 15 mil o 20 mil dólares. Sólo por arrendar 300 hectáreas, el propietario de la tierra recibe un ingreso parásito (sin invertir ni arriesgar) de 180 mil dólares por ciclo soyero”. La pregunta es ¿por qué hacer un paro ante un aumento fiscal que podemos considerar mínimo si lo comparamos con sus descomunales dividendos?

Raúl Montenegro, de la Fundación para la Defensa del Ambiente (Funam) de Argentina se queja con razón:

 

Qué duro es sentirse minoría en un país de falsas mayorías. Qué duro es ver que el gobierno nacional y los “ruralistas” luchan entre sí cuando son cómplices necesarios del país sojero. Qué duro es ver cacerolas relucientes y llenas de soja rr en el asfalto civilizado de Buenos Aires… Que duro es recordar que esas cacerolas relucientes, esos estudiantes movilizados y esas familias temerosas del desabastecimiento no salieron a la calle cuando los terratenientes de este siglo xxi expulsaron a familias y pueblos enteros para plantar su soja maldita. Qué duro es ver la furia ruralista al amparo de reyes sojeros como el Grupo Grobocopatel. Qué duro es ver que se cortan las rutas para que China y Europa no dejen de tener soja fresca, y para que Monsanto no deje de vender sus semillas y sus agroquímicos. Qué duro es comprobar, con los dientes apretados, y con el corazón desierto y sin bosques, que nadie habló en nombre de los indígenas expulsados de sus territorios, de sus plantas medicinales, de su cultura y de su tiempo para que la soja y el glifosato sean los nuevos algarrobos y los nuevos duendes del monte. Qué duro es ver con las manos y tocar con los ojos que nadie habló en nombre de los campesinos echados a topadora limpia, a bastonazos y a decisiones judiciales sin justicia para que ingresen el endosulfán, las promotoras de basf y las palas mecánicas con aire acondicionado. Qué duro es saber que nadie habló en nombre del suelo destruido por la soja y por el cóctel de plaguicidas.

 

Es duro, sobre todo, porque se adivina una misma mano negra de la derecha en la reivindicación de los grandes terratenientes croatas, en su afán nazi de limpieza étnica, que emprenden junto con los voraces aventureros avecindados en el rincón boliviano de la “república unificada de la soya”, la “anhelada autonomía de Santa Cruz”, una que pasó a referéndum el pasado 4 de mayo y que según las cifras oficiales de sus organizadores —la prefectura, especie de gobernación del departamento— el voto por el si alcanzó un 85% y por el no, un 15%. Mientras la abstención relativa era inesperadamente alta: “la misma Corte Electoral cruceña reconocía un 36% y otras fuentes elevaban la cifra al 40%” según el recuento de Claudio Testa y José Luis Rojo que afirman: “Tomándose de la cifra de abstención y sumándole los votos por el no, en blanco y anulados, Evo Morales, que no hizo nada efectivo contra la consulta, anunció el fracaso de la misma. Por el contrario, los separatistas, ignorando la abstención y tomándose del 85% de votos por el si, festejan el referéndum como un triunfo absoluto”. Es entonces un momento muy delicado, que algunos han calificado de pre-golpista, pues para los cruceños autonomistas el referéndum podría ser el pretexto para una rebelión en forma que pudiera crear un nuevo país, o intentar sacar a Evo Morales del poder aunque la consulta de revocación de mandato que el gobierno de Morales se juega como última carta resultara favorable al actual gobierno. Testa y Rojo agregan:

 

El triunfo reaccionario es que la pandilla de las cien familias dueñas de Santa Cruz haya podido realizar su referéndum ilegal (mientras que el gobierno ha tenido que guardarse en un cajón el texto votado en la Asamblea Constituyente). Este hecho político, que da una cuota de legitimidad nacional e internacional al autonomismo, significa un cierto salto en calidad en el proceso de fortalecimiento de esa oligarquía capitalista…

A partir de su victoria política del domingo, esa oligarquía puede plantear, con fuerza mayor, su ultimátum: o legaliza y aumenta las ventajosas condiciones adquiridas durante el neoliberalismo de los 90 (ahora sumándole las regalías de los hidrocarburos) o seguirá dando pasos, de manera cada vez más abierta, hacia la división del país. Ahora, amenaza de poner en pie una “confederación de departamentos autonómicos”, que podría ser un paso cualitativo hacia la división del país.

En efecto, el 1º de junio van a realizarse sendos referéndum en los departamentos de Pando y Beni, y el 22 de junio, en el estratégico departamento de Tarija, fronterizo con Argentina. Tarija tiene el 90% de las reservas de gas de Bolivia. Y uno de los puntos fundamentales del programa autonomista es tomar su control para negociarlas con las multinacionales petroleras.

Como manifestó a la prensa uno de los dirigentes autonomistas, si esto camina, los departamentos “autónomos” constituirían “una federación a la que incluso se le podría llamar Bolivia»”, e invitar al resto de los departamentos (La Paz, Oruro y Potosí) a integrarse... si aceptan las condiciones. Este es, entonces, el plan separatista, si es que el gobierno de Evo no acepta todas sus condiciones.

 

Si a este escenario le sumamos los vínculos que los cruceños tienen con los estancieros soyeros de Argentina y con los guayaquileños ecuatorianos que también han coqueteado largamente con una “autonomía” para la región, es factible considerar que en América del Sur, la derecha continental y Estados Unidos juegan con dados cargados a desestabilizar, fragmentar, balcanizar o invadir una vasta región, de algún modo limítrofe con la Amazonía o que la incluye, lo cual perfila los intereses geopolíticos que van en pos de recursos minerales y petróleo, de las fuentes mismas del sistema hídrico amazónico. Es expandir también las ya gigantescas e interminables extensiones de pampa o selvas desmontadas para los monocultivos infaustos de piña, banano, soya o palma africana, éstas dos últimas transgénicas, con la ayuda de paramilitares sicarios, fumigaciones masivas, y mano de obra esclavizada y desechable.

 

El modelo tiene su imagen más acabada en el moderno y pujante puerto de Guayaquil en Ecuador: ciudad de acaudalados magnates que van de la discoteque a la playa, al mall y a las galerías de arte moderno entre fiestas y borracheras mientras la mayor parte de población de la ciudad queda prácticamente fuera de las murallas impuestas por los guardias de los barrios elegantes y prisioneras en las barriadas, viviendo casi sin agua potable pero inundada por aguas negras, en los caseríos de lata que pueblan los manglares y los cerros aledaños. Y se le sojuzga, asesina, desaparece, corrompe, maltrata o simplemente se les impone un sistema de abandono total y la violencia de las pandillas prohijadas por el sistema policiaco.

Un modelo, sin embargo, insostenible, que tarde o temprano hará visibles los inagotables enclaves de resistencia microscópica, cotidiana, de recuperación histórica, trabajo colectivo y horizonte de largo plazo, que siguen ahí entreverados con los mares de soya, en las orilladas o en la selva profunda y que ante un futuro sin vida no tienen nada sino la suya propia como ofrenda.

 

 

 

 

  Zona marginada en Caracas, Venezuela, 1948