Usted está aquí: martes 13 de mayo de 2008 Opinión El Foro

El Foro

Carlos Bonfil
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■ Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo

Ampliar la imagen Doña Rosita en un fotograma del documental Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola Doña Rosita en un fotograma del documental Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola

El primer trabajo documental de Yulene Olaizola, joven estudiante del Centro de Capacitación Cinematográfica y directora de arte de otra cinta comentada en este Foro, Familia tortuga, de Rubén Imaz, se presentó en la edición de este año del Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México, donde tuvo muy buena acogida. Su estrategia narrativa es poco común en la construcción de un documental: a partir de varios cabos sueltos explora la personalidad de un joven esquizofrénico, inquilino en una casa de huéspedes, que por largo tiempo lleva una doble vida y termina por conquistar el afecto de dos mujeres solas, difuminando así los rasgos y acciones que más tarde pudieran decidir su responsabilidad en la muerte de varias mujeres. Un asunto de nota roja convertido en relato intimista.

Jorge Riosse es el inquilino misterioso de una casa situada en la colonia Anzures de la ciudad de México, en el cruce de las calles de Shakespeare y Víctor Hugo, e Intimidades... describe también en su crónica costumbrista la vida de la abuela de la cineasta, doña Rosita, mujer madura absorta en los recuerdos sentimentales que comparte con Flor, su sirvienta de toda la vida y única compañía. Con cámara en mano y un afán indagatorio propio de una novela policiaca, Yulene emprende la tarea de desentrañar el enigma de la personalidad de Jorge, fallecido 15 años atrás, sospechoso de ser un asesino serial. Entrevista a doña Rosita y su sirvienta, y mediante sus testimonios elabora un perfil fascinante del joven apuesto que siempre vivió una existencia misteriosa, seductor en Chapultepec, coleccionista de las credenciales y bolsos de cada una de sus conquistas, fetichista y ocasionalmente travesti, pintor aficionado y políglota autodidacta, adorador de las mujeres y a la vez, sin demasiada paradoja, misógino frenético. Jorge, se dice, solía maquillarse, vestirse de mujer y salir por las noches a caminar por Paseo de la Reforma.

La dueña de la pensión, quien cree reconocer en él los rasgos físicos y el encanto de un familiar suyo muerto tiempo atrás de modo prematuro, respeta la vida secreta del joven, admite su cortejo inocente, algo edípico, y libra a la entrevistadora el desconcierto que siempre le produjo aquel ser inteligente y sensible que en su retiro solitario se le había vuelto un personaje indispensable. Es difícil no pensar en la filiación de esta cinta con el cine de Jaime Humberto Hermosillo, particularmente con Intimidades en un cuarto de baño (89), su mejor trabajo. Una opresiva atmósfera doméstica, personajes a cuadro que dibujan y desdibujan sus propias vidas en relación con el fantasma añorado cuya sensualidad evocan sin restricciones, un malestar existencial indefinido, el de la propia Rosita, en duelo por varios amores perdidos, y que hoy confiesa el goce de haber compartido por tanto tiempo, casi ocho años, momentos de intensidad afectiva con el hombre joven a quien nunca quiso conocer del todo, cuyos horrores criminales la sorprenden ahora, pero no atina siquiera a condenar: “Mi querido loco –dice sin rencor–, que tuvo a bien morir antes de estrangularme”.

Yulene Olaizola toma un suceso de nota roja como pretexto para explorar los olvidados dramas de una casa vieja y de la existencia de su dueña, improvisada en investigadora policiaca, que, cabe intuir, alguna vez gozó de mejores tiempos. Los textos, tomados del libro Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (Plaza y Janés, 1995), así como los recortes de periódicos de principios de los años 90, informan del resto de la vida trágica de Jorge Riosse, de su homosexualidad reprimida, de su veneración esquizofrénica de las mujeres (todas benditas, todas divinas, todas ajusticiables), de su conducta desquiciada. Y en este retrato del asesino serial la directora ofrece, en una suerte de cruce de documental y de ficción, algo de la lógica de lo que es un crimen de odio en la ciudad de México o en Ciudad Juárez, con “matamujeres” o con “matajotos”, con misoginia o con homofobia, o la combinación de estas dos patologías. Una espiral irrefrenable del autodesprecio recordada por una abuela melancólica y su sirvienta y confidente, sin sensacionalismo y sin moralina, con una atenta observación por la cineasta de atmósferas y detalles, con un punto de vista sólido y buen ritmo narrativo. Una buena sorpresa en el documental intimista mexicano.

 
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