Usted está aquí: martes 13 de mayo de 2008 Economía Cómo gastar la riqueza petrolera

Economist Intelligence Unit

Golfo Pérsico

Cómo gastar la riqueza petrolera

Ampliar la imagen Los países árabes han comenzado a hacer alarde de su riqueza mediante la construcción de grandes edificios e infraestructura, con proyectos billonarios Los países árabes han comenzado a hacer alarde de su riqueza mediante la construcción de grandes edificios e infraestructura, con proyectos billonarios Foto: Ap

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Ampliar la imagen El precio de los alimentos en los países árabes va en aumento. Incluso el costo del forraje para los camellos se ha más que duplicado en ocho meses El precio de los alimentos en los países árabes va en aumento. Incluso el costo del forraje para los camellos se ha más que duplicado en ocho meses Foto: Reuters

La región del golfo Pérsico está llena de espectaculares estructuras arquitectónicas: torres que alcanzan más de 600 metros de altura, hoteles que tendrán sus cimientos bajo el mar. Es fácil, entonces, no prestar atención a la silenciosa resonancia del flamante Centro de Diabetes del Colegio Imperial de Londres en Abu-Dabi, capital de Emiratos Árabes Unidos (EAU). El edificio está decorado con placas de aluminio, modelo inspirado por la geometría del cristal de insulina y el enrejado estilo musharabiya del pasado regional.

Abierto en 2006, el hospital atiende ahora a 6 mil pacientes que pasan por su cadena de pruebas y tratamientos en una sola visita. Casi una quinta parte de la población oriunda de EAU sufre de diabetes, lo que coloca al país en segundo lugar, sólo después de Nauru. En seguida aparecen tres miembros de número del Consejo de Cooperación de Golfo (GCC, por sus siglas en inglés): Arabia Saudita (16.7%), Bahrein (15.2%) y Kuwait (14.4%).

La enfermedad es una desafortunada consecuencia de la transformación económica de la región. Antes de 1961, Abu-Dabi carecía incluso de carretera pavimentada. A partir de entonces, ha disfrutado de una sorprendente transición del comercio de perlas al petróleo, del soco (mercadillo árabe) al centro comercial, y de la arena al cristal. Esta prosperidad ha acarreado un modo de vivir sedentario y una dieta alta en azúcar, lo cual podría haber disparado una predisposición genética a la diabetes entre los árabes. En el emirato vecino de Dubai se invita a los compradores a inscribirse en Caminantes del Centro Comercial, un club que promete proporcionar, además de tarjeta de crédito, entrenamiento físico.

La diabetes es una metáfora útil para los actuales problemas del Golfo. Las economías de la región luchan por absorber petrodólares, que se acumulan como la glucosa en el torrente sanguíneo. El riesgo que enfrentan es el equivalente económico a la insuficiencia renal: inflación, vacío en el sector no petrolero, y una joven y creciente fuerza laboral que requiere de trabajo en el exterior.

Pingües ganancias

Las seis naciones del GCC, entre las que se encuentran Qatar y Omán, obtuvieron 381 mil millones de dólares (mdd) de sus exportaciones de petróleo en 2007 y otros 26 mil mdd por las de gas, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por su sigla en inglés). Si el precio de petróleo permanece en alrededor de 100 dólares por barril, esos países obtendrán una ganancia inesperada de casi 9 billones de dólares para 2020, considera el Instituto McKinsey Global: una enorme cifra en relación con el tamaño de las economías del GCC, que tenían un PIB combinado de 800 mil mdd en 2007.

No toda esta riqueza es ingerida, desde luego. Los países del Golfo agregaron 215 mil mdd a sus reservas de activos extranjeros en 2007, estima el IIF. Estas reservas se dividen entre los bancos centrales de la región, sus fondos de riqueza soberana y sus soberanos ricos. A finales del año pasado se agregaron 1.8 billones de dólares, de acuerdo con las estimaciones del IIF, y algo así como 2.4 billones de dólares, de acuerdo con Brad Setser, del Consejo de Relaciones Exteriores, y Rachel Ziemba, de RGE Monitor.

Este golpe financiero ha despertado ansiedad, sobre todo porque algunos de los fondos más pequeños se han aventurado más allá de los depósitos bancarios, bonos del estado y participaciones minoritarias en inversiones menos anónimas. En marzo, el gobierno de Abu-Dabi envió oficios a los ministros de Finanzas del mundo entero, explicando los motivos que orientaban sus inversiones. Sus fondos sólo están ahí para obtener dinero, decían los comunicados.

Es una afirmación plausible. Si el Golfo es ahora una superpotencia financiera, como señalan Brad Setser y Raquel Ziemba, es porque ha echado toda su grandeza por delante. Sus excedentes en dólares fueron acumulados más por casualidad que a propósito. Los gobiernos de la región, marcados por el petróleo barato de los años 90, no pensaron que los altos precios durarían. Así que sus ingresos rebasaron su capacidad de invertirlos.

Poco a poco, sin embargo, las aspiraciones de los países del Pérsico comienzan a ponerse a la altura de sus grandes medios. Los seis miembros del GCC han anunciado o han comenzado proyectos por un billón 900 mil millones de dólares, de acuerdo con el Resumen Económico del Medio Oriente, 43% más que al año pasado. La magnitud y la mística de sus inversiones en el extranjero podrían despertar curiosidad y preocupación, pero lo más interesante es cuánto piensa el Golfo en gastar en sí mismo.

Una avenida en el desierto

Nadie podría acusar a Dubai de atesoramiento, sino más bien de alardear de su riqueza. Para quienes no se conforman con el boato de las cinco estrellas, Dubai ofrece el único hotel de siete estrellas del mundo, el Burj Al Ara, en forma de velero. Los huéspedes llegan en helicóptero o Rolls Royce, tienen pantallas de plasma de 42 pulgadas en sus habitaciones y pueden escoger entre 13 distintas almohadas para descansar la cabeza.

Dubai hace gala de prosperidad porque su economía depende de personas adineradas. Con sólo un diminuto porcentaje de las reservas petroleras de EAU, se ha especializado en crear empresas para que otros las financien. Ahora que sus vecinos más conservadores, como Arabia Saudita y Abu-Dabi, están dispuestos a invertir más en casa, están aprendiendo de Dubai la falta de modestia y la audacia.

Pocos superan a Emaar, uno de los tres grandes desarrolladores de Dubai, mejor conocido por edificar Dubai Burj, la torre más alta del mundo. En 2006, su filial saudita obtuvo 2 mil 550 millones de riads (680 mdd) para construir una metrópoli sobre la costa del Mar Rojo, 100 km al norte de Jeddah. La Ciudad Económica Rey Abdullah (KAEC, por sus siglas en inglés), que debe concluirse en 2016, tendrá más de 2 mil fábricas y 2 millones de habitantes. Sus hoteles ofrecerán 22 mil 500 habitaciones y su puerto hará parecer pequeño al puerto islámico de Jeddah, al manejar el equivalente anual de 20 millones de contenedores y 300 mil peregrinos con destino a La Meca.

Durante el último auge petrolero, y a instancia gubernamental, surgieron nuevas ciudades industriales como Yanbu y Jubail. Pero Emaar obtuvo sus recursos de inversionistas locales en una oferta pública que provocó un exceso de solicitudes. Ese jaleo en la bolsa de valores fue algo nuevo en Arabia Saudita, expresa un investigador. En efecto, nunca el sector privado había tomado el control de una ciudad de este tamaño.

A la entrada de la ciudad cuelga un retrato del rey Abdullah dirigiendo una benigna mirada hacia abajo. La arcada marca el principio de una carretera de 17 km, bordeada de palmeras que no pueden disfrazar el vacío polvoriento que se extiende muchos kilómetros. La arena barrida por el viento forma topes naturales a lo largo de la ruta. Donde el camino termina en el mar, ha comenzado la construcción. Una torre hace una cala en la costa, y desliza escombros por un tubo hacia el mar. Los trabajadores se toman un momento para rezar, doblándose como palmeras bajo el viento.

Emaar obtiene sus ganancias vendiendo propiedades de ensueño “no diseñadas” (esto es, antes de que sean construidas), y utilizando los fondos recaudados para convertir el proyecto arquitectónico en realidad. En Dubai el modelo trabaja bien, gracias al poder de la marca Emaar y a la celeridad de la administración gubernamental. En Arabia Saudita, los compradores muestran más cautela y los ministerios son menos dinámicos. Hace poco, Emaar aceptó arrendar espacios industriales a una empresa de lubricantes franco-saudita y a una empresa conjunta de aluminio de Abu-Dabi y Dubai. Pero el rey saudita, durante una visita que realizó en agosto pasado, no pareció demasiado impresionado por el progreso. El plazo límite fue reducido de 2026 a 2016.

En febrero se anunció una “zona industrial” aún más grande, Sudair City, que será financiada en su mayor parte por el gobierno.

Emaar enfrenta otro tope en el camino que es común en toda la región: el creciente costo de personal y materiales. Cemento, acero, incluso la arena se encarecen, y los ingenieros escasean. La inflación, que alcanzó 8.7% en febrero, ha golpeado a los sauditas, cuyos banqueros centrales son tan conservadores como sus clérigos. En Omán, el índice inflacionario es de 11.1%, registro sin precedente en 18 años. En EAU y Qatar es también de dos dígitos.

Detrás de estas inquietantes cifras están tres fuerzas económicas. La primera es el alza del precio mundial de las materias primas, sobre todo de alimentos, debido a una fuerte demanda y a una oferta bajo presión. La segunda es la caída del dólar, al cual se encuentran ligadas todas las monedas del Golfo, excepto el dinar kuwaití. La tercera fuerza es menos familiar. Es el alza de bienes no comerciables, en especial el arrendamiento de casas y oficinas, lo cual es quizá resultado natural del auge petrolero y podría favorecer que los países del Golfo absorban su nueva riqueza.

El alto precio de los alimentos podría impactar incluso a los consumidores más sólidos. El costo del forraje de camello se ha más que duplicado en ocho meses, dice Sameh Musabha, quien observa trotar a cuatro animales de su manada de 80, alrededor de la pista de carreras en Ras Al Khaimah, diminuto emirato de EAU. “Todo es caro ahora”, dice Musabha. En la cercana Plaza Two-Dirham, muchos artículos se venden ahora cinco veces más caros.

La caída del dólar, mientras tanto, ha elevado el precio de las importaciones no facturadas en dólares. Los trabajadores extranjeros se quejan amargamente de que el dinero que ganan en los países del Golfo rinde menos cuando lo envían a sus familiares en India, Pakistán o Gran Bretaña. Las paridades atadas al dólar han obligado a los bancos centrales del Golfo Pérsico a permanecer bajo la sombra de la Reserva Federal estadunidense, aunque sus economías tengan caminos divergentes.

¿Deberían ligar sus divisas a otra tasa de cambio más fuerte, o desligarse totalmente? En diciembre, una reunión del GCC descartó la idea, argumentando que un reajuste de tasas podría poner en peligro el proyecto de unión monetaria en 2010. Una razón más fuerte, sugiere John Sfakianakis, economista en jefe del Banco Británico Saudita (BBAS) en Riad, ha sido la renuencia de Arabia Saudita a socavar el dólar, la moneda de su aliado más cercano. Pero el primer ministro de Qatar piensa que su moneda está subvalorada 30%, y podría romper filas.

Incluso si el dólar gozara de estabilidad, los precios regionales serían inestables. Esto, porque si los países del golfo Pérsico tienen que absorber sus petrodólares, el mecanismo de precios tendría una gran carga.

Cuando un exportador de energía cambia sus petrodólares en el banco central, el gasto doméstico se eleva. Pero a menos que la economía local tenga la flexibilidad necesaria, no puede producir mágicamente más bienes y servicios que satisfagan esta nueva demanda. Su precio, en cambio, sube en relación con el precio de las cosas que pueden llegar del extranjero. De acuerdo con un estudio de tres economistas del FMI, si se duplica el precio de petróleo, tarde o temprano habrá un incremento de 50% en el precio de los bienes no comerciables (como el arrendamiento), en relación con los comerciables.

Esto es inflación. Pero los incrementos de precios podrían terminar una vez que hayan cumplido dos funciones primordiales: diversificar la demanda de bienes del extranjero, e incrementar la oferta de bienes y servicios que puedan producirse en casa.

Uno puede observar cómo funciona esta macroeconomía en EAU. En la vieja cala de Dubai, dous (embarcaciones árabes) de gran calado, amarrados de cuatro en cuatro, aparecen ocultos por la carga apilada en el embarcadero. Partes automotrices de Alemania, tamarindo sin semillas de Myanmar y arroz basmati de Pakistán son descargados por pequeñas grúas chinas. Mientras tanto, el precio del arrendamiento, un servicio que debe consumirse donde se produce, se eleva. En Dubai, los alquileres se elevaron 30% en 2006 y otro 17% en 2007. El gobierno ha tratado de topar los aumentos en 5% este año, pero los propietarios corren a los arrendatarios con cualquier pretexto y cobran 30-40% más cuando vuelven a rentar. En Dubai, los espacios para oficina cuestan ahora casi lo mismo que en el centro de Manhattan.

Algunos bienes y servicios no pueden importarse, pero sí la mano de obra necesaria para producirlos. En el Golfo, la inmigración es casi un instrumento de estabilización macroeconómica, que mantiene contenidos los salarios. Jóvenes analfabetos de Pakistán rural vuelan a Riad, la capital de Arabia Saudita, con pasaportes firmados con una huella dactilar. En la banda de equipaje recogen bultos de naranjas que venderán antes de obtener un empleo conduciendo camiones o en la industria del acero del Reino Árabe. En Dubai, los trabajadores del sur de Asia son trasladados desde campamentos de trabajo en el desierto en los mismos autobuses amarillos que transportan a los niños estadunidenses a la escuela. Y se forman en largas filas, muy juntos unos contra otros.

Hace mucho que los países del Golfo han dado por sentado que estas colas de trabajadores son interminables. Pero algunas empresas constructoras luchan ahora por encontrar mano de obra preparada. Los trabajadores se han atrevido a exigir mejores salarios. El 18 de marzo, cientos de trabajadores del emirato de Sharjah incendiaron coches y edificios en un campamento de trabajo como protesta contra los pagos. En febrero, 45 constructores indios fueron condenados a cárcel y deportación por protestar violentamente.

Los inmigrantes cuentan con cierto apoyo en sus países de origen. El gobierno indio ha solicitado a Bahrein que a sus nacionales se les pague un salario mínimo, con gran malestar del gobierno del país. Sin embargo, Bahrein promueve una amplia reforma de su mercado laboral que tiene el propósito de encarecer el trabajo extranjero. A partir del 1 de julio, cobrará a las empresas un impuesto mensual de 10 dinares (26 dólares) por cada empleado extranjero en su contabilidad, además de 200 dinares por derechos de visa.

Esta ambivalencia hacia el trabajo extranjero es común en todo el Golfo. Los nativos quieren disfrutar de los beneficios y productos que la mano de obra inmigrante hace posibles. Pero no desean enfrentar la competencia que implican los inmigrantes. Los extranjeros tienen 60% de empleos del sector privado en la región del GCC: en EAU tienen 90%. Incluso Musabha, el propietario de camellos, emplea a un joven aprendiz de Bangladesh.

En cambio, muchos nacionales encuentran trabajo en las abultadas nóminas gubernamentales, subvencionadas por petrodólares. Pero los yacimientos petrolíferos de Bahrein se agotan y las profundas reservas de Arabia Saudita se distribuyen de manera exigua en una enorme población (25 millones) que crece más aprisa que la producción petrolera. El país no desconoce la pobreza. En el viejo Jeddah, hermosas casas de coral se hunden en el deterioro. Ancianas a las que observan gatos vagabundos escudriñan entre los contenedores de basura de la ciudad.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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