Usted está aquí: lunes 12 de mayo de 2008 Opinión Las vacas vacan

Hermann Bellinghausen

Las vacas vacan

Primavera (Apetito). Pensé que este año no crecerían las azucenas. El invierno pasado una vaca golosa las devoró todas. Que con su humedad crujiente y verde de lirio en tierra, le habrán sabido mejor que la milpa entera, seca y ocre, donde pastaban otras vacas, aburridas y sedientas.

Pensé impedírselo. Sería inútil. Primero: ella estaba del otro lado de la cerca de alambre, en el plantío vecino. Y segundo: ¿iba yo a permanecer allí las próximas 24 horas para proteger las plantas de azucena? La vaca sí. Con apetito.

Pensé correr con el dueño de la vaca y de la milpa. Pero, primero: en lo que llegaba a su casa, la vaca habría arrasado con su fresca botana. Y segundo: me iba a mandar a la goma. ¿Tanto argüende por unas cuántas matas silvestres sin dueño ni beneficio?

Así que sencillamente contemplé a la vaca como a una fuerza de la naturaleza concluir la tarea, con dedicación y mandíbula. Devoró la invaluable verdura en los bordes del campo seco.

Este año el campesino decidió descansar la parcela, que ya pasó el invierno baldía y enjuta y apenas ahora le nacen matas que serán matorrales en unos meses.

Por eso la sorpresa esta mañana al encontrar los brotes blancos y orgullosos de las azucenas, resurrectas y exclamadas sobre el cuerpo de sus largas hojas y sus tallos primos hermanos del lirio y el agua. Los chupamirtos se acercan. Hasta el árbol quemado echa ramas a la mera promesa de lluvia.

La naturaleza es esa fuerza que siempre encuentra la manera.

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Verano (Lectura). “Muchos son los caminos del hombre. Aquel que los siga y compare verá emerger extrañas figuras que parecen la cifra que discernimos escrita en todas partes, en alas, cascarones, nubes y nieve, en cristales y formaciones de piedras, en aguas cubiertas de hielo, dentro y fuera de las montañas, de las platas, de las bestias y los hombres, en las luces del cielo, en los discos grabados en resina o cristal o babas de hierro alrededor de un imán, en extrañas conjunciones del azar. En ellos sospechamos la clave para la escritura mágica, y hasta una gramática, pero nuestras conjeturas no adquieren forma definida y no aciertan a convertirse en clave mayor. Es como si un álcali se derramara en los sentidos del hombre. Por unos instantes tan sólo, sus deseos y pensamientos parecen solidificarse. Entonces amanece lo que presienten, pero después de un rato todo se sumerge de nuevo ante sus ojos.” Federico Leopoldo von Hardenberg (Novalis): Die Leheringe zu Zais (Los aprendices de Sais), 1799. Versión: HB.

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Otoño (Prado). Decir que el porte de un toro es espléndido tiene algo de tautológico, y también de taurofílico en los términos en que los aficionados a las corridas emplean para darle apapacho y elogio a la bestia que sale al ruedo a ser sacrificada con una crueldad que ese público considera simbólica, estimulante, artística.

Pues un semental así de presentable echó a andar este mediodía en el campo de cultivo cubierto de hierbas. Las matas están secas, cenicientas, quebradizas. No lo más apetitoso. El rumiante recorre el prado, dueño de la circunstancia, toro de potente y filoso astado. Negro todo, salvo la punta del hocico, como si lo hubiera hundido en un bote de pintura blanca.

Despacio. Firme, sin la flacidez voluminosa de las vacas, con algo de trote equino, con algo de aquí yo mando. Los testículos le cuelgan carnosos y pesados, como un deber demandante y cruel. El prado es suyo. Posa junto a un árbol de roble solitario para dar la estampa, clic, de una futura tarjeta postal magnífica.

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Invierno (Polka). En el pinar se juntan, formados y en firmes, la sombra y la luz.

Los troncos son sargentos. Verticales, con cara de palo, marcan el paso.

Una novilla gris burro menea la pereza innata de sus caderas allá por el apiario de cajas en chillones rojo, amarillo, en la ladera del lado equivocado del municipio, y mejor me adelanto por no verla pero sí recordar que la joven vaca baila una polka casi inmóvil, casi sólo una foto de una polka.

 
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