Usted está aquí: domingo 11 de mayo de 2008 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

■ Del hambre y los hartazgos

Ampliar la imagen Los granos comienzan a escasear  y los precios de alimentos van en aumento en todo el mundo Los granos comienzan a escasear y los precios de alimentos van en aumento en todo el mundo Foto: Víctor Camacho

El precio de los alimentos se dispara en el mundo entero, los granos escasean, las multitudes de hambrientos se amotinan en Haití y en Egipto protestan por el costo del pan. Estados Unidos de América toma posiciones en el combate global por el petróleo y el imperio convoca a la locura de transformar alimentos en combustibles; utilizar maíz para elaborar etanol, lo que en el mejor de los casos cubriría un 16 por ciento de la demanda y no reduciría sensiblemente la contaminación ambiental, los efectos del calentamiento por la quema de hidrocarburos.

De la hambruna que está entre nosotros y de la recesión que se extiende como pandemia en el caldo de cultivo de la globalidad financiera. Ven la tempestad y no se hincan, decían las abuelas. Impávidos los enajenados por hartazgo o por carencia de neuronas. En una de las grandes cadenas comerciales de Estados Unidos de América, la paradigmática economía más rica y poderosa de la historia, se racionó el arroz, y a cada cliente se le vendía nada más un par de bultos. Pequeños, no grandes, por cierto. Pero en esos mismos días, el sonriente secretario Sojo se quitaba y ponía gorritos azules para asegurarle a los mexicanos que aquí no había riesgo alguno de escasez de alimentos y siempre podríamos importar lo necesario. Y esta semana, el Bebeto Cárdenas, a cargo del agro nacional, tuvo a bien informarnos que todo va bien porque nuestros fundamentos macroeconómicos garantizan que no habrá espiral inflacionaria.

Nada que temer. Somos más de 100 millones de mexicanos y, según el Banco Mundial, 29.4 por ciento de la población en las ciudades y 64 por ciento de los habitantes del campo son pobres. Pobres de solemnidad, de esos que a lo largo y ancho de este mundo feliz sobreviven con un par de dólares de ingreso diario. Cuando les va bien. Y cuando hay que comer, aunque no lo puedan pagar. Vienen de lejos la erosión del campo y el atentado contra la vida rural, de donde emigran los fuertes con rumbo a las ciudades o, los más audaces, hacia el vecino del norte, allá donde vislumbran el sueño americano. Muchos ya vienen de vuelta. Cosas de la recesión que no quería ver Guillermo Ortiz y apenas conmueve a nuestro rotundo secretario de Hacienda, aferrado al ancla del ingreso petrolero. Porque han ustedes de saber que el barril de crudo de la mezcla mexicana ya cuesta 105 dólares.

Ah, quién pudiera, como nos recordó David Ibarra en estos días de velar armas para el gran debate, destinar los ochenta y tantos mil millones de dólares que acumulamos en reservas, a un fondo internacional para invertirlo en la industria petrolera, o en obras de infraestructura. Tal como lo han hecho los noruegos, por ejemplo. Pero nuestros tecnócratas se empeñan en la rígida ortodoxia, en la locura del método con la que lograron que la paraestatal dejara “de cumplir con su objetivo central de impulsar el crecimiento y desarrollo para convertirse en el instrumento equilibrador de corto plazo del presupuesto público y de las cuentas externas.” Habrá debate, pero no habrá quien atienda a las razones del otro. Habrá conclusiones y de las comisiones pasarán al pleno para ser aprobadas por la mayoría. Lejos de concluir el proceso legislativo, ahí empieza el siguiente combate imaginario.

A querer o no. Lo aportado por Francisco Rojas en los prolegómenos; las puntillosas observaciones de Cuauhtémoc Cárdenas; la inesperada coincidencia de Beatriz Paredes y Manlio Fabio Beltrones, pueden y deberían sumarse a las precisiones prácticas, operativas, técnicas, de ingenieros petroleros, funcionarios como Carlos Morales y José Antonio Ceballos, para concluir y coincidir en el acierto lapidario de David Ibarra: “La privatización de Pemex es una imposibilidad económica y una locura política.”

Pero nos amenaza la hambruna y los del hartazgo aseguran que nada hay que temer, que siempre podremos importar. Malthus diría, con una sonrisa, que aun habiendo alimentos no alcanzarán para alimentar al sobrepoblado mundo porque el conflicto, la incompetencia o la brutal imposición de quienes controlan y concentran la riqueza y las armas, impedirá que lleguen a los hambrientos. Ahí está Birmania, hoy Myanmar, donde la junta militar decide qué ayuda puede llegar y niega visas a quienes pueden ayudar a distribuirla, mientras millones padecen y hay ya 100 mil muertos en las tierras asoladas por el ciclón. Un paladín del conservadurismo. Charles de Gaulle dijo alguna vez que un país incapaz de alimentar a su población no podía ser una gran nación. En nuestro caso, nuestro amargo caso, corremos el riesgo de no ser. Punto.

Atrás del espejo, Santiago Creel y Francisco Labastida ríen como chiquillos a espaldas de la maestra, mientras la secretaria de Energía expone y repone datos, argumentos y cifras del diagnóstico elaborado para dar sustento a la iniciativa de reformas que presentó el titular del Ejecutivo. Que las reservas se acababan, decía. Y ahora, en el Senado de la República, doña Georgina Kessel diría con voz firme y pasmosa seguridad: “Yo estoy convencida de que México sí cuenta con recursos; estamos hablando de más de 100 mil millones de barriles de petróleo entre reservas probadas, posibles y probables.” Habrá crisis, dijo, si nada hacemos. Y de la que enfrentamos ya, diría Jesús Reyes Heroles que resulta de la intencionada mala fe de quienes ataron el nudo gordiano que paralizó a la empresa. Nudo de taxativas hacendarias; de incuria y complicidad para no establecer un sistema progresivo en el que cobren más a quienes más ganan.

Eso no lo puntualizó el director de Pemex. Pero dijo que hubo quienes pusieron obstáculos y trabas que impedían a Pemex explotar sus recursos y aplicarlos para no quedarse atrás. Y ya estamos en la nueva lucha por el control del petróleo; ante la presión de la demanda creciente en China, en India y otras economías emergentes, y la ampliación de los linderos imperiales para asegurarse el suministro del oro negro. Aunque en política interior nuestros vecinos del norte postulen la urgencia, su urgencia, de evitar la dependencia del petróleo importado del Oriente Medio. Entre el hambre y el hartazgo, habría que recordar que a la firma del TLC-NAFTA, México se negó a garantizar el suministro, el abasto de petróleo a los socios. Y ahora que cuatro milpas tan sólo han quedado, hay tartufos que ponen el grito en el cielo cuando las organizaciones campesinas exigen la revisión del capítulo agrícola del TLC.

Aumentan los precios de los alimentos y la economía no crece. No hay empleos y la recesión que afecta al vecino nos va a hundir en la depresión. Los del hartazgo, los que piensan que podemos alimentar a 100 millones de mexicanos con cifras macroeconómicas, han acuñado el horrendo vocablo: agrostagnation. Los altos precios y la escasez de los alimentos no van a desaparecer entre salmos de la clerigalla y el circo de gladiadores que luchan en el lodo. Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, advirtió que quedan siete años de vacas flacas y pidió a Estados Unidos reconsiderar su apuesta en favor de los biocombustibles.

Mientras erigen cadalsos los de la pluralidad consanguínea que juegan a las sillas musicales, la guerra contra el crimen organizado desborda los márgenes del poder constituido. “¡Ya basta!”, clamó la voz presidencial desde Tamaulipas. Y los muertos entierran a sus muertos.

 
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