Usted está aquí: viernes 9 de mayo de 2008 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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■ Apuntes para el melón

Ampliar la imagen Fruta bien conocida que crece en matas pequeñas. En la imagen, un puesto en Iztapalapa Fruta bien conocida que crece en matas pequeñas. En la imagen, un puesto en Iztapalapa Foto: María Luisa Severiano

I

Corta su piel, que es corrugada y olorosa a mercado, o lisa y resbalosa, y míralo: el color de su carne es color Pantone 149 C –más o menos lo que llaman “melón”– o verde apenas, suave combinación de amarillo y cian, como el Pantone 373 C; huele un poco a miel. Dice el de Autoridades que es “fruta bien conocida, de que hai muchas diferencias, y crece en unas matas pequeñas semejantes à las de los pepinos. Hailos de diferentes tamaños y figuras, y son compuestos de una carne dulce y deliciosa al gusto, cubierta de una corteza ò cáscara, que suele estar llena de señales ò rayas a modo de letras, por lo qual se llaman Escritos: y en lo interno se halla la simiente, que son unas pepitas largas y angostas, de color amarillo, las quales están rodeadas de una tela blanca, y como deshilachada, que se llaman las Tripas”. Como tantas cosas bellas, el melón llegó a España con los árabes. El anónimo autor del Viaje de Turquía, odisea dedicada al muy alto y muy poderoso, cathólico y christianíssimo señor don Phelipe, Rey d’España, Yngalaterra y Nápoles, dice: “Salido de Castilla no hallaréis camuesa ni çiruela regañada, en parte de las que hay hasta Hierusalem; pero hay unas mançanas pequeñas en Constantinopla, que llaman moscateles, que son tan buenas como las camuesas; pera, mançana y melón grande es la quantidad que hay allá, y todo ello sin comparación más varato que acá”. Néstor Luján coleccionó referencias no sexuales del melón, como ésta de San Gregorio el Grande: “Si el maná representa el alimento de la Gracia, destinado a la refacción de la vida interior, es preciso ver en el melón la representación de las delicias terrestres” (supongo que en latín sonaría más contundente, pero no he dado con el texto original); o ésta que, según esto, estuvo escrita en la puerta de un médico de Lyon: les concombres et les melons/ m’ont fait bastir cette maison, y que quiere decir –pero miente– que los melones y los pepinos producen enfermos para enriquecer a los médicos.

O ésta de “mi bueno y olvidado Saint-Amant”: Non le coco, fruit délectable qui lui tout seul fournit la table/ de tous les mets que le decir/ puisse imaginer et choisir,/ ni les baisers d’une maîtresse/ quand elle-même nous caresse,/ ni ce qu’on tire des roseaux/ que Crète nourrit de ses eaux,/ ni le cher abricot que j’aime,/ ni la fraise avesque la crème,/ ni la manne qui vient du ciel,/ ni le pur aliment du miel,/ ni la poire de Tours sacrée,/ ni la verte figue sucrée,/ ni la prune au jus délicat,/ ni même le raisin muscat,/ parole pour moi bien étrange,/ ne sont qu’amertume et que fange/ au prix de ce melon divin,/ honneur du climat angevin.

Luján tenía una venerable inclinación francesa; tal vez no conoció estos enternecedores versos de HD: Have you seen fruit under cover/ that wanted light– pears wadded in cloth,/ protected from the frost,/ melons, almost ripe,/ smothered in straw?: ¿Tú los has visto, los frutos envueltos, faltos de luz, los melones casi maduros asfixiándose en paja? Déjalos fuera: que se pongan amarillos en la luz del invierno, agrios incluso: es mejor el sabor de la escarcha (Or the melon–/ let it bleach yellow/ in the winter light,/ even tart to the taste–/ it is better to taste of frost–/ the exquisite frost), pero miente también, miente.

Marvell imagina un jardín dichosísimo, What wond’rous life in this I lead!/ Ripe apples drop about my head;/ The luscious clusters of the vine/ Upon my mouth do crush their wine;/ The nectarine and curious peach/ Into my hands themselves do reach;/ Stumbling on melons as I pass, Ensnar’d with flow’rs, I fall on grass,/ hecho de manzanas que se caen de maduras, de vides que exprimen su vino a voluntad sobre los labios, de duraznos curiosos y nectarinas y, obvio, de melones que salen al paso y te hacen tropezar gozoso y feliz sobre el verdor.

II. Centón

No el delectable coco, surtidor de las mesas ni la caricia de las rosas mojadas por las aguas de Creta; ni la ciruela endrina o la melosa; ni la castaña o nuez, ni la preciosa guinda, y cereza, y la bellota, y pera; ni la almendra ni el higo azucarado; y no el membrillo agudo, ni la almécina y armada piña, y la naranja, y lima, y cidra que yo tengo en más estima; ni la fresa con crema ni el maná; no prolongar la fiesta; no volver a ella y a su imposible hermosura, ni quedarme un rato más, ni mirar sus ojos otras dos horas esa noche. Melón, árabe melón, y delicado, líquido melón, la frescura de tu agua en la garganta es cuanto yo quisiera esta tórrida tarde.

 
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