Usted está aquí: jueves 8 de mayo de 2008 Opinión Más recorridos

Margo Glantz

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En Nueva York cometo el sacrilegio de no visitar los nuevos museos, el Guggenheim y otro cuyo nombre no recuerdo, tampoco fui al cine ni a la ópera; estuve en cenas, vi amigos, me dieron libros a granel –esto de ser escritora y llevarse con escritores es dañino para la espalda–, como también sucedió en la Feria del Libro de Oaxaca, organizada por la extraordinaria editorial Almadía (25 de abril-5 de mayo) (Guillermo Quijas, Martín Solares); celebraba la aparición de una nueva generación de escritores, nacidos entre 1970 y 1979; allí advertí con crudeza que ya no me cuezo al primer hervor y, sin embargo, merecía también estar en esa antología organizada por Tryno Maldonado, joven y brillante escritor, porque nací a la literatura de creación justamente en 1977 con la publicación de mi libro Las mil y una calorías, novela dietética, publicado a cuenta de autor. Se los reclamé: ya lo he contado, pertenezco a la generación del Medio Siglo –aunque muchos me lo nieguen, hasta Monsiváis, a quien ahora festejamos interminablemente–, y con Sergio Pitol fuimos los abuelos del congreso, aunque, a pesar de todo, firmamos ambos más de 200 libros (Sergio, su Ícaro, yo mi Polca de los osos) y me sentí como Elena Poniatowska. También me compré collares de papel, de San Agustín Etla, por iniciativa –¿cuándo no?, de Toledo.

En Oaxaca, como en todo el país, nunca pasa nada raro, todo está en calma, apenas algunos asesinatos, los de Teresa Bautista Merino y Felícitas Martínez Sánchez, las jóvenes triquis; y cuando Aleida Calleja, de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, habla de impunidad, se convierte en “enemiga del Estado”, según Juan de Dios Castro Lozano, subprocurador de Derechos Humanos y Atención a Víctimas de la República, porque, dice, las asesinadas no eran locutoras, sino “amas de casa”. Hubo eso sí, un desfile del Primero de Mayo y desfiles de calendas. Ulises Ruiz goza de buena salud.

Antes había ido a Montreal, del 24 al 27 de abril, a un coloquio organizado por la Academia de las Artes y la novelista Nicole Brossard. El tema: L’ailleurs: lo otro, el más allá y miles de cosas más, porque como dice la propaganda del Nuevo Museo del Hombre en París: “…afirmar el reconocimiento y la promoción del patrimonio cultural no occidental en el corazón de París es la misión del museo del Quai Branly” ¿Con este término se intentará hablar de la alteridad? O, ¿con ese concepto, se planteará solamente una cuestión de simple topografía, el aquí y lo que está más allá? O de etnología o antropología, “los otros diferentes a mí”, o para decirlo ya, “los otros distintos a los países civilizados”, lo que magistralmente logró hacer Bruce Chatwin cuando viajó a Patagonia o a Australia. ¿Será cierto, entonces, que todos los viajes fuera de Europa o del llamado Primer Mundo son viajes à l’ailleurs? Hablar de l’ailleurs, ¿podría ser asimismo seguir el camino de Michaux cuando inventa un mundo mágico, territorio imaginario donde lo otro, lo desconocido, el más allá adopta su más completa y deslumbrante consistencia poética? O, al contrario, ¿podrá tratarse de una categoría científica, literaria, sociológica o filosófica, en suma académica?

En la duda, preferí hablar de mis propios viajes y pergeñar un exotismo al revés: el llamado “el otro” tratará a quienes nos miran como si fuéramos los otros como si –y lo son, según el cristal con que se mire– ellos lo fueran.

Los quebequenses son maravillosos, amables, elegantes, hospitalarios –un tanto endogámicos. El coloquio se desarrolló a puertas cerradas, la conferencia magistral estuvo a cargo de Alberto Manguel, luego, algunas ponencias, lecturas y sobre todo diálogos. Magnífico, porque los francófonos fuera de Francia son también los otros, casi los salvajes, pronuncian mal el francés o suena arcaico. Un suizo, Claude Darbellay, preguntó ¿qué hubieran pensado Foucault o Sartre, o, para el caso, Proust o Flaubert, si los hubieran presentado como escritores francófonos?

 
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