Usted está aquí: martes 6 de mayo de 2008 Opinión La tradición de las rupturas

Teresa del Conde

La tradición de las rupturas

Con curaduría del propio director del Museo de Arte Moderno (MAM), asistido por un equipo integrado por Claudia Barragán, Luis Barrios, Iñaqui H., Josefa Ortega y Tania Ragasol, la exposición se caracteriza en primer término por la redistribución del espacio de la sala que la aloja, que junto con la que corresponde a la planta baja, es la de mayores dimensiones que el recinto ofrece.

Mediante mamparas y divisiones algo laberínticas, diseñadas por Rodrigo Luna, el ámbito fue capaz de alojar una exposición que –por saturada en cuanto al número de obras– implicó buen trabajo de organización. Como en el caso de El peso del realismo  tiene por objeto presentar hitos de la segunda mitad del arte del siglo XX, en México, como el título, alusivo a Octavio Paz, indica.

El concepto es análogo al que priva en “los realismos”, a cargo de James Oles. La investigación de acervo permitió rescatar piezas poco o nada vistas, como la talla de Juan Enrique Martínez, Imagen cautiva (1964). La alternancia de obras de acervo se suma a   préstamos obtenidos de diferentes instancias: las galerías de Arte Mexicano y López Quiroga, la Fundación Salas Portugal, etcétera. También hay que destacar contribuciones de artistas en lo particular, como ocurre con el mármol de María Lagunes, exhibido junto a otro de Jorge Dubón, que sí es de acervo.

Se diría que en éste y otros casos, el acomodo se llevó a cabo por contigüidad formal. Así ocurre, v.gr, con tres obras que se exhiben en un mismo espacio. La primera es de Tamayo (1962), la segunda de Lilia Carrillo y la tercera de Jesús Urbieta. Existen analogías bien vistas entre las tres.

En otros espacios hay rubros consagrados a determinados artistas, como ocurre con Mathias Goeritz. Una de sus obras exhibidas, Moisés (1954-55), talla en madera de extraño encanto, corresponde a los inicios escultóricos de este artista en Altamira, retomados a los pocos años de su arribo a México. Tengo para mí que ciertas pinturas y obras bi o tridimensionales de Goeritz, igual que como sucede con ciertos edificios cuyas fotografías se encuentran a la vista, envejecieron prematuramente. Se ven las fotografías y uno las celebra, se ven las zonas urbanas y los edificios que se han preservado y resultan caducos. La fotografía resulta entonces no sólo testimonio, sino pieza con valor propio, sea o no que las intenciones del fotógrafo hayan consistido primordialmente en testimoniar un estado de cosas. En este sentido provoca regocijo la exhibición de tomas para fotonovelas de Antonio Caballero, que dan cuenta incluso de la moda de entonces.

Varias fotografías de Nacho López alternan junto a un ensamblado de Manuel Felguérez, colección Emma Blaisten, al que se le practicó un nicho en la mampara, es de 1958 y preludia el mural del cine Diana, que como se sabe, abrió una época. Cerca hay un encantador cuadrito de Roger von Gunten, Lunas sobre el techo, también de 1958, en tanto que Arnaldo Coen flanquea la famosa Gaviota, del propio Felguérez (1959), una pintura que en su momento fue landmark.

Hay pinturas, delicadas, con propuesta colorística acertada, del arquitecto Eduardo Terrazas (1974) que hasta donde recuerdo estudiaba por entonces los tapices huicholes. Un video de Julio Pliego dirigido por Juan José Gurrola, muestra a Vicente Rojo pintando en su taller. La alocución sobre la geometría resulta ahora ingenua: “el pintor tiene que iluminarla, creando un nuevo orden”.

Piezas de Sebastián y de Mayagoitia ilustran sobre este “nuevo orden”, que no era nada nuevo, salvo que aquí lo fue en cierta medida, recordando el momento en el que cinco investigadores del Instituto de Investigaciones Estéticas, además del coordinador Jorge Alberto Manrique, autor del proemio, escribimos el libro sobre El geometrismo mexicano (1977), que apareció posteriormente a la exhibición que, basada en dicha investigación, presentó Fernando Gamboa en el propio MAM en octubre de 1976. Ese libro, diseñado por Vicente Rojo es igualmente nostalgia vetusta de aquellos tiempos. Acierto museográfico incontestable es la reubicación de la colección Remedios Varo, visitadísima, gozando de espacio aislado dentro de la misma sala.

 
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