Usted está aquí: lunes 5 de mayo de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ Sacar a López Obrador del PRD, tirada del chuchismo

■ El repentino giro de Jesús Ortega

Para quienes se han involucrado a fondo en la elección del PRD en busca de un nuevo presidente, la clave en la polvareda que levantó Jesús Ortega, el eterno perdedor, está en los tres días siguientes a la votación.

Para los perredistas que no creen en los reclamos de Ortega, entre el 16 y el 19 de abril se armó el tinglado que mantiene a ese partido sin líder a nivel nacional.

Memoriosos que son, esos perredistas aseguran que durante los primeros tres días posteriores al evento electoral, las objeciones de Ortega fueron mínimas, es más, advierten que el anuncio de la derrota si bien causó sorpresa en el líder de Nueva Izquierda, también lo es que aceptó la derrota sin mayores aspavientos. “Vamos a esperar el conteo”, dijo en una de las entrevistas que le hicieron, un tanto resignado.

Después algo sucedió. Ortega supo que la única explicación lógica a la derrota, era el rechazo de la gente de su partido a las declaraciones y actitudes tomadas en su corriente hacia las acciones de resistencia que desde 2006 emprendió el Frente Amplio Progresista, que él mismo encabezó.

En el análisis de tal situación se cayó en la cuenta de que lo que sucedía lo rebasaba a él y a su tribu, porque pertenecía al ámbito de un diseño de país que no estaba en sus manos, aunque formaba parte importante de ese todo.

Pelear la elección no había sido parte de su comportamiento natural. En ocasiones anteriores la derrota lo había alcanzado sin que de él hubiera surgido un reclamo como el que ahora parece encabezar, pero esta vez los compromisos, fundamentalmente fuera de su partido, le exigían reclamar el triunfo, y si no cuando menos destruir la poca credibilidad que restaba en las elecciones perredistas.

El argumento principal era el mismo que se diseñó para llevar a Felipe Calderón a Los Pinos: contar los votos fraudulentos junto con los buenos, declarar ganador al que hubiera cometido el mayor fraude, y después, ya con el defraudador en el poder, limpiar la elección, cosa que no serviría para sacar del poder al que ya lo detentara.

Pero la pregunta subsiste: ¿para qué quiere el poder un político que no podría enfrentar ni a sus propios militantes? Bueno, cualquiera se puede imaginar toda una serie de tareas aún en esa circunstancia, pero para quienes mantienen a Ortega en el reclamo, en la agenda no hay otro punto que no sea sacar del partido a López Obrador. Eso es todo.

En ese empeño va toda la fuerza de Ortega y asociados, pero para este hombre, hijo político de aquel entreguista Partido Socialista de los Trabajadores (PST) –su subsistencia en las arenas del poder que a la postre derivaría en el tristemente célebre ferrocarril– y el del proyecto priísta para regresar a Los Pinos, protegiendo a la administración actual, es vital, y para eso necesitan a López Obrador fuera del PRD. Nada más.

El intento de ayer de efectuar una nueva reunión del perredismo para imponer el fraude como máxima forma para las elecciones internas –y así avalar las elecciones fraudulentas en todo el país– se frustró cuando un grupo de delegados decidió no acudir al llamado de Nueva Izquierda. De esa forma la reunión, que no fue más que eso, no encontró valor legal. Allí se hallaba un notario público que dio fe de que en segunda llamada no se juntó el quórum legal para que la reunión cumpliera con el cometido que le había diseñado Nueva Izquierda.

Es probable que las intentonas de Ortega y su grupo continúen dándose y no será fácil detener la avalancha mediática que el periodismo de mercado ha levantado a favor del chuchismo, porque si se entiende bien también se pretende destruir de una vez por todas al PRD. Ya veremos si lo consiguen.

 
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