Usted está aquí: domingo 4 de mayo de 2008 Opinión Cien entre abuelito y vulneración

Bárbara Jacobs

Cien entre abuelito y vulneración

Dentro de la urbanización de la cuatrimilenaria Barcelona llamada El Ensanche, una ampliación cientocincuentenaria para este 2008, bombardeada y reconstruida que unió la ciudad original a orillas del Mediterráneo con pueblos de montaña lindantes convertidos en barrios; en la de Arriba, una de las dos manzanas o cuadras del Pasaje Alió; en el segundo de apenas media docena de pisos de la casa o edificio de viviendas, arquitectónicamente armonizada con su entorno, en la marcada con el número exterior…, vive T. R. A., una octogenaria escritora oculta.

Antes de revelarse como biógrafa y escribir la historia de su familia inmediata, la formada por sus padres y ampliada para incluir a las familias de las que sus padres fueron miembros, T. R. A. había experimentado con el origami o artesanía de papel y, a pesar de padecer fobia a los insectos y a las plumas de aves, contaba con una variada colección de su autoría de composiciones geométricas a partir de las “pajaritas”, o trozos de papel de diferentes texturas, tamaños y colores doblados en forma de “palomas”, así como con un recuento de empleos, un exilio, un regreso a Cataluña y diversas ocupaciones circunstanciales que, en un momento u otro, por un avatar histórico, familiar o de salud personal, o por una combinación del conjunto general y particular de razones o sinrazones que para bien y para mal han definido y determinado su vida, frustraron una inclinación suya natural al piano y una anhelada carrera de ingeniería eléctrica para la cual tenía aptitud y talento.

Nunca formó una pareja, pero desde su soltería ha respondido a su afecto como hija, hermana, tía y amiga de manera entregada y permanente, siempre cariñosa, práctica, responsable y positiva, tanto así que su actitud resulta alegre. En su soledad, y víctima de problemas físicos naturales en su persona y a sus años, predominados por la disminución casi total de la vista, se las arregla con eficacia y sin amargura. Mediante cirugías y otros tratamientos ha superado distintos cánceres y ahora, ayudada con medicamentos y terapias caseras, hace frente a la fractura degenerativa del menisco derecho que, a diferencia del izquierdo, el cirujano considera arriesgado intervenirle. Basa su seguridad en un timbre al pecho que la conecta 24 horas/365 días con Urgencias de la Asistencia Social, servicio que a su vez cada tanto la busca a ella para averiguar cómo está; o en saber que el Fisco no encarcela a un burlador menor si es ciudadano mayor.

Entrenada desde su exilio cuando debió hacer de improvisada ama de casa de su padre y su hermano mayor en México, el país que los asiló como refugiados políticos, se administra a ella y su casa con elegancia y desenvoltura. Cultiva geranios en el balcón. Al jubilarse, durante dos décadas vivió en una cabaña con huerta, jardín y alberca en las afueras de la ciudad donde, sostiene, fue feliz. Trabajaba la tierra, oía música, hacía pajaritas, ponía orden en su acopio de correspondencia, fotografías y otros documentos, y disponía de tiempo y ánimo para hacer crema catalana a sus no infrecuentes invitados. Dice: “Estoy, y mientras estemos hay que estar.”

Si reconoce que lo fue, ya no se siente necesaria. Se ocupa en rutinas y quehaceres recreativos. Los lunes juega cartas con unas amigas de las que ella es la menor; los martes va al cine; dos tardes nada. Recuerda al compañero de natación que terminó en una residencia y que fue la única persona en el mundo que la llamó “Princesa”. Sigue leyendo literatura y enciclopedias mediante un sistema electrónico de aumento; escucha óperas y noticieros; va a exposiciones inclusive gastronómicas; viaja. Pero lo que más la entretiene se relaciona con la lengua. Hace crucigramas; sólo toma sopa de letras que contengan eñe y doble uve; sabe el nombre de los cuatro estómagos de la vaca; ha reunido cien palabras castellanas que incluyen las cinco vocales y que van de abuelito a vulneración.

 
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