Usted está aquí: domingo 4 de mayo de 2008 Opinión Fuérame dado: testimonio de la ciudad

Ángeles González Gamio
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Fuérame dado: testimonio de la ciudad

Así tituló Carlos Monsiváis una extraordinaria crónica en la que habla de su relación con la ciudad de México, desde sus primeras experiencias infantiles. El texto se publicó en la revista A pie, crónicas de la ciudad de México, que editaba el Consejo de la Crónica, organismo que eliminó agresivamente la Secretaría de Cultura del Gobierno capitalino, cuando inició la gestión de Marcelo Ebrard.

En el primer párrafo se pregunta “¿qué es amar a la ciudad?”; con esa retadora frase inicia una crónica muy personal, en la que relaciona su vida y la de la urbe, escrita magistralmente con su irónico e implacable sentido del humor y a la vez con gran profundidad. Es un texto en que se comprueba porque en varias ocasiones lo hemos llamado el cronista de cronistas de la ciudad de México.

Hoy que cumple 70 años vamos a compartir con los lectores fragmentos de este documento, que nos permite adentrarnos en el alma citadina a través de la mirada de este personaje notable, quizá más conocido por sus escritos de carácter político, que por su faceta importantísima como cronista de la ciudad, tanto de su pasado cercano, como lo hace en sus textos de rumberas y cabarets y los del presente, como esa crónica genial que también publicó en A pie, en el que habla de “los mexicanos pintados por sí mismos” del día de hoy, en donde describe los nuevos oficios: el franelero, el cadenero que da el acceso a los antros, el guarura y varios otros que ha generado la ciudad del siglo XXI.

La crónica titulada “Fuérame dado...” comienza con su infancia en la calle de Rosales, en donde dice “me tocó gozar muy poco de esa ciudad mítica con la que uno se relacionaba tan agresiva o dolidamente (y lo que gocé lo hice antes de veleidad alguna de cronista) (...) Y la colonia Portales a donde se me trasladó rápidamente no era sitio donde fluyeran los Personajes Inolvidables. Era, ya en la década de 1940, un barrio sin características mitologizantes, un pacto social inerte, donde era mínima la obligación de tratar a los vecinos y en donde no existía el orgullo de barrio o vitalidades parecidas. Para acabarla de, mi carácter –tan cerca del ratón de biblioteca, tan lejos de Hemingway– me impidió frecuentar de la Calle como espacio social o divertido, el hogar compensatorio donde los vuelcos del futbol hacen las veces de la plena intimidad.

“Compensé tal limitación con las dos vivencias a mi alcance: los libros y las películas. Fui niño libresco y “cinero” (todavía no cinéfilo), a quien la ciudad le pasaba de largo, resultándole un sitio no tan desconocido como obtuso. (...) El panorama en algo se modificó al ingresar a segundo de secundaria, acuciado por mi maestro de historia universal a la juventud comunista. Digo ‘algo’ porque la ciudad del ‘pionero’ inexperto también era restringida y monótona. Nada de la fascinación abismal de las narraciones de José Revueltas, nada de cuartos en vecindades sombrías donde discusiones de metafísica dostoievskana se interrumpen en la madrugada cuando tocan a la puerta siete veces seguidas y se oyen los primeros compases de La Internacional, silbados suavemente. Más bien reuniones catequísticas en un local de la colonia San Rafael, en donde leíamos El manifiesto comunista. (...) Como tarea complementaria recorríamos calles pidiendo firmas para la paz o participando en manifestaciones escuálidas. Allí, en ese cerco de asombro y curiosidad, percibí la existencia de algo distinto, de ese fenómeno inasible que hemos dado en llamar la Ciudad y que fui capturando durante la campaña presidencial de 1951-1952”.

A lo largo del texto nos va revelando el descubrimiento de sus distintas ciudades: de la nocturna, de la política, la universitaria, la del militante, de la ciudad mítica y en ese transcurrir nos va mostrando caras de nuestra ciudad que no habíamos sabido ver, que nos definen y nos explican. Gracias Carlos Monsiváis y muchas felicidades.

 
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