Usted está aquí: domingo 4 de mayo de 2008 Cultura Mañanitas a Carlos Monsiváis

Elena Poniatowska

Mañanitas a Carlos Monsiváis

Ampliar la imagen Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska bailan un vals durante la fiesta sorpresa que se le hizo al escritor al cumplir 50 años, en el salón Margo, en 1988. Observa la escena la actriz y cantante María Victoria Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska bailan un vals durante la fiesta sorpresa que se le hizo al escritor al cumplir 50 años, en el salón Margo, en 1988. Observa la escena la actriz y cantante María Victoria Foto: Fabrizio León

Este chiquillo vestido de charro y a veces de indito parado a medio estudio fotográfico que mira fijamente a la cámara se llama Carlos Monsiváis; este niño protestante que asiste con devoción al templo de la colonia Portales y entona “Cristo bendito,/ yo pobre niño, por tu cariño me allego a ti/ para rogarte humildemente/ tengas clemente/ piedad de mí” es Carlos Monsiváis; este cuáquero y pacifista que nunca dice una mala palabra, incapaz de hacer una grosería, este chavito que para conocerse a sí mismo y a los demás lee con fervor, éste que se sabe la Biblia de memoria y recita de corrido la Suave Patria, este escuincle que respeta los días de guardar y lleva bajo el brazo una libreta de taquigrafía y un libro de Tom Wolfe, este infante que recibe el corazón de su madre, este pequeño que va por la calle San Simón hacia la calzada de Tlalpan y está a punto de subirse al autobús es Carlos Monsiváis; este mozalbete anteojudo que se aprende todas las canciones de la Guerra Civil Española (“San José es republicano, la Virgen es socialista y el niño que va a nacer del Partido Comunista. Venga jaleo, jaleo, suena la ametralladora y Franco se va a paseo y Franco se va a paseo”), este adolescente que deambula por las librerías de viejo, éste que lee Los diez días que conmovieron al mundo, de John Reed y la Historia de las luchas sociales, de Max Beer, este muchacho que asiste a las matinés del cine Río, esta risa estridente que rompe el silencio como un pájaro herido, éste que se pitorrea de los demás, éste que publica la antología de La poesía mexicana del Siglo XX, que sorprende y atrae el reconocimiento de todos, éste que va a la Lagunilla y consigue grandes rebajas, éste que consagra a la Zona Rosa, éste que se manifiesta en favor del líder de los maestros Othón Salazar, asiste a las asambleas de los ferrocarrileros y escucha a Demetrio Vallejo, este universitario con los dedos cubiertos de curitas que se escandaliza por el asesinato de Rubén Jaramillo, su mujer embarazada Epifania y sus tres hijos no es otro que Carlos Monsiváis; este joven que podría morir por un ideal, este cronista que sufre y resiente las injusticias, éste que habla de cine en Radio Universidad, éste que en el Bellinghausen se escuda tras de Laura Oseguera para cantar “Romero, suba y dígale al Mangotas (López Mateos), que aquí lo espera su lambiscón”, este mancebo que aflora mordaz y lúcido tras la timidez y el pudor de sus veintitantos años, éste en quien la inteligencia siempre gana la partida, éste que hace huelga de hambre al lado de Sergio Pitol y Juan de la Cabada en la Academia de San Carlos, este escritor que legitima y consigna los movimientos sociales y declara que el gobierno no puede cobrar venganza de nadie, su tarea es la justicia no la represalia, éste que condena la tortura y las desapariciones, éste solidario que refrenda su apoyo con las minorías en cada esquina, éste que se levanta contra las violaciones a los derechos humanos, éste que funda un suplemento para la prevención y defensa del VIH/sida, éste que protege a las mujeres, éste que defiende a los animales, éste que se presenta en los sitios de desastre, este defensor del proyecto civilizatorio, este forjador de mitos (él mismo un mito viviente), este recogedor de perlas, éste que sabe escuchar, éste que declara que el gobierno tiene el deber de no recurrir a la violencia o a la revancha, este coleccionista, este crítico de arte, este polemista, este interlocutor de Octavio Paz, este dialoguista en La Realidad, Chiapas, con el subcomandante Marcos, este creador de un género único en México y de la columna más leída del país “Por mi madre bohemios”, este amigo leal, este gurú, este consejero áulico, este director de La cultura en México, este espejo de la vida nacional, este sabio que redacta los desplegados en defensa del petróleo, en defensa de las minorías, en defensa de la libertad sexual, en defensa del Movimiento Estudiantil asesinado el 2 de octubre, éste que patentiza su indignación por la noche de Tlatelolco y el 10 de junio, este ciudadano, este catequista, este heredero de Salvador Novo que ha puesto lo marginal en el centro, este amor perdido, días de guardar, los rituales del caos, aires de familia, escenas de pudor y liviandad, entrada libre, crónicas de una sociedad que se organiza, no sin nosotros, los días del terremoto 1985-2005, y un sin fin de ensayos más (el último insuperable sobre Frida Kahlo en Debate feminista), este analista de la cultura popular, éste que habita sus crónicas y entra al lenguaje como a su casa, éste que protesta, este inventor, éste que va mucho más allá de su responsabilidad social, el San Ubicuo del nuevo catecismo para indios remisos (la única autoparodia que se ha permitido), éste que escribe vertiginosamente y está en todo, éste que se replantea la vida cada mañana y, por tanto, revoca a la muerte, el intérprete, el comunicador, el demócrata, el museógrafo, el benefactor, este chavito que lucha contra la ineptitud y la rigidez se llama Carlos Monsiváis, cumple 70 años y el júbilo es general y contagioso.

Aunque diga que la popularidad lo desconcierta, a Monsiváis lo siguen como una especie de religión y lo siguen porque en su caso la religión es razón. Este hombre que piensa con su sangre como lo hace con su prodigioso cerebro, este hombre que disiente y resulta crucial para nuestra democracia, este ser humano que practica una crítica fundamental para México es Carlos Monsiváis, esta voz genuina y poderosamente alternativa, éste que moviliza una gran cantidad de energía con su sola palabra, éste a quien recurren los caricaturistas con El Fisgón a la cabeza, este hombre fundamental es Carlos Monsiváis quien hace 70 años engalanó la mañana e hizo cantar las flores con su nacimiento y ahora mismo exclama “¡Ay qué horror!”, se da la media vuelta y nos deja con un palmo de narices.

Todo esto y más es Carlos Monsiváis.

 
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